Jane Austen y el amor sereno

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Catalina León publica un ensayo sobre las mujeres en la obra de la novelista británica, para la que reclama un puesto de honor en la historia de la literatura

Emma Thompson, en la adaptación de ‘Sentido y sensibilidad’ que dirigió Ang Lee.
Emma Thompson, en la adaptación de ‘Sentido y sensibilidad’ que dirigió Ang Lee. / D. S.

Para la profesora Catalina León, Sentido y sensibilidad concentra "todas las formas de amar y ser amado que Jane Austen tenía en la cabeza". A través de las hermanas Dashwood, la autora plantea un "dilema moral", y la "contraposición entre la expresividad elocuente de Marianne, por la cual todo el mundo sabe de sus amores y desamores, y la discreción intimista de Elinor, abre una discusión entre posturas que, aún hoy, encontramos a nuestro alrededor". Así, "si Marianne hubiera vivido en esta época", sostiene León, "quizás usaría las redes sociales y lanzaría corazones a modo de emoticonos dirigidos a Willoughby", mientras que, por su parte, "Elinor estaría ausente del trasiego virtual y guardaría para sí, en una incomunicación no exenta de sufrimiento, sus deseos insatisfechos".

León, escritora, investigadora de flamenco y bloguera, dedica un apasionado y riguroso homenaje a su autora favorita en Las mujeres en Austen, un ensayo que publica Rialp y en el que se reclama para la novelista británica, y para textos suyos como Orgullo y prejuicio o Emma, el puesto destacado que merecen en la historia de la literatura universal. Una inteligencia en la que no falta el humor y la aguda observación de unos personajes a los que nunca juzga son algunas de las virtudes que se destacan en este volumen. "Las novelas de su época acaban deslizando siempre una moraleja, terminan catequizándote: esto es lo bueno, esto es lo malo. No hay ambigüedad en los personajes", explica León al teléfono. Walter Scott, por ejemplo, al que la propia Austen leía con devoción, "se mueve por arquetipos. Ella opta por otro camino, lo que revela su inteligencia. Conozco a personas superdotadas que tienen una mirada distinta sobre el mundo, y eso es precisamente lo que hace Austen: ella mira y cuenta de otra manera. Por eso sus libros no han perdido vigencia".

La autora de este trabajo retrata a Austen como una narradora enamorada de las ficciones y que defiende con "ardor" –lo hace en los diálogos de La abadía de Northanger– el oficio de dar forma a una trama y a unos personajes. "En ese tiempo", analiza la profesora, "leer novelas estaba mal visto. Pero en sus cartas Austen cuenta que se ha hecho socia de una biblioteca circulante, donde no podías encontrar ni sermones ni literatura seria, y que la señora que la gestionaba se resistía a ofrecerle la suscripción porque la consideraba una intelectual que tendría ya otros intereses. Es Jane Austen quien reivindica con orgullo que su familia es lectora de novelas. Defender tus gustos y no caer en el postureo, como se diría ahora, me parece un gesto muy moderno".

Catalina León.
Catalina León.

Austen, expone León en este ensayo, "es una isla", se atreve a desmarcarse de "lo que se escribía en su momento", rompe "la estructura del relato aceptado por todos para crear un discurso propio, innovador, rebelde incluso". Pese a ello, su nombre no entró en el canon literario, "no se trata en la asignatura de Literatura Universal. Yo no la estudié ni en el instituto ni en la Universidad", lamenta la investigadora, que añade que "las escritoras que vinieron después, las Brontë, George Eliot o Elizabeth Gaskell, le hicieron un flaco favor y no le dieron su sitio. Esa percepción no variará hasta que Virginia Woolf no dé el primer golpe en la mesa y la reivindique".

A León le atrapa el delicioso sentido del humor con que Austen plasma la vida, una comicidad que está presente ya en sus escritos de adolescencia, Juvenilia. "Esa mezcla de sátira y ternura con la que habla de su familia, esa mirada lejana y al mismo tiempo compasiva, me recuerda al tono que Woody Allen despliega en sus memorias, A propósito de nada", compara la experta. "Jane Austen tiene recursos, como el uso de mayúsculas para destacar algo que debería invitar a la risa, que resultan muy estimulantes, y más cuando la que escribe tiene 15 o 16 años".

Las mujeres en Austen va más allá de las grandes heroínas de sus novelas –las hermanas Dashwood, Lizzy Bennet, Emma Woodhouse– y se detiene en los distintos perfiles que desfilan por las obras: las sensatas, las cursis, las misteriosas o las arpías. Austen suele colocar de la mano la inteligencia y la bondad, pero rompe esta dinámica en el caso de Lady Susan, a la que describe con una malicia y una ambición paralelas a su ingenio.

León dedica uno de los capítulos del libro a las madres ausentes en las obras de Austen

León dedica un capítulo a las madres ausentes en las novelas de Jane Austen. "Son una anomalía. Ninguna de las que retrata se acerca a ese tipo de madre que querríamos tener o que querríamos ser", sentencia la especialista. "Ella le quita a la maternidad ese carácter sacrosanto que otros le otorgan. Los escritores no se pueden desvincular de su propia biografía, y Jane Austen tuvo una madre muy peculiar. Cuando nacen los nietos, las abuelas suelen ir a ayudar, pero ella decía: Cuando acabe todo, avisadme. Se preocupaba más por ella que por los demás, y eso se refleja en las madres que aparecerán en las novelas de su hija".

Para León, las creaciones de Austen desprenden tanta vida que resulta imposible no reconocerse en ellas. "Alguna amiga es como Catherine Bingley y otra se parece a la mosquita muerta de Lucy Steele. También hay por ahí demasiados presumidos como Collins o Elton y señoras escasamente despiertas como Augusta Hawkins. Y vecinas encantadoras como las Bates", reflexiona sobre unas obras que, por su certera mirada al corazón humano, no pueden leerse "en plan arqueología".

Y no, las protagonistas de Jane Austen no están obsesionadas con casarse a toda costa, pero sí buscan el "amor del bueno, el que nace de la compasión, la atracción y la afinidad de caracteres". Para León, que recoge en este libro la complicidad que Austen encontró en Tom Lefroy –una relación en la que "la sensatez debía imponerse al sentimiento": era "un joven sin fortuna"–, la autora nos avisa: "Si hay que casarse, que el amor no sea una calentura momentánea, como le ocurre a Marianne Dashwood en Sentido y sensibilidad. Jane Austen viene a decirnos que el amor sosegado es más sano que el impetuoso, algo muy lejano a esas novelas románticas con las que siempre se asocia a la autora erróneamente".

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