Jamie Cullum: El lugar más bonito en el que ha tocado en toda su vida
Icónica Santalucía Sevilla Fest
Jamie Cullum ofreció anoche un concierto en la Plaza de España, dentro del ciclo Icónica Santalucía Sevilla Fest, en el que convirtió el jazz en pop, para hacernos bailar y soñar
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Lo mismo que le pasa con los puristas del flamenco a esos cantaores que todos ustedes están pensando, le ocurre también a Jamie Cullum con los puristas del jazz: hay quienes piensan que está ofreciendo una versión pop del género y otros admiran su pasión por popularizar de nuevo esa música. El concierto que ofreció anoche en la Plaza de España, formando parte del programa de Icónica Santalucía Sevilla Fest, tuvo canciones para darle la razón a las dos facciones. Es un pianista estelar, un cantante excelente, un artista encantador que encuentra fácilmente el alma soul al hip hop de sus inicios como oyente de discos, que reinventa cualquier canción como estándar de la era swing, que tras interpretar maravillosamente el What a Difference a Day Made, que popularizó Dinah Washington, con magníficas rearmonizaciones de teclado y barridos vocales, convirtiendo el monumental recinto en un pequeño piano bar de Manhattan de madrugada, pasaba del jazz al funk y al afrobeat haciendo que a los 2.000 espectadores nos sobrasen las sillas para bailar, como quedó demostrado cuando nos invitó a levantarnos antes de ponerse con When I Get Famous para ya no volver a sentarnos en lo que quedaba de concierto; en los palcos la gente hasta improvisaba coreografías con esta canción.
Cullum también es un showman magnífico; todo el espectáculo fue estupendamente elaborado, demostrando ese viejo aforismo de cuánto trabajo hay que hacer para que algo parezca tan sencillo. Y fue muy generoso al compartir protagonismo con su equipo: cada uno de los siete miembros de la banda tuvo sus momentos de gloria y todos fueron increíblemente buenos. Se notaba un sentimiento genuino de que amaban su trabajo, tanto el uno como los otros. Una mención especial hay que hacer del batería, Brad Webb, que clavó el ritmo en cada momento, saltando perfectamente entre los cambios continuos de tempo, estilo y compás. Y lo mismo ocurrió con el otro componente de la sección rítmica, el bajista Loz Garrett; ambos fueron premiados con la interpretación de sus solos respectivos como protagonistas escénicos. Los cambios en la formación de la banda fueron constantes y se hacían a buen ritmo, manteniendo el interés; igual acompañaban a Cullum en formato destacado de trío, que estaba él solo al piano, que volvían los ocho juntos de nuevo, con el cantante saltando al ritmo de la música que hacían los mencionados junto al guitarrista, Tom Varrall; el trompetista, Rory Simmons y el hombre para todo, Tom Richards, al que le daba igual soplar el saxo y el clarinete, que aporrear percusiones o deslizar sus dedos por un teclado; y el coprotagonismo vocal se quedaba para el dúo que tan brillantemente hizo los coros y segundas voces, Aisha Stuart y Marx Will. Sea como fuere y cuantos fueren, nunca dejaron de emocionar al público.
Siendo esta la primera vez que Cullum monta una gira que no está basada en alguno de sus discos, porque el último que editó -con la excepción de uno navideño- lo hizo hace ya cinco años, el repertorio no está supeditado a la inclusión de muchas canciones recientes, sino que recorrió los 25 años de su carrera, y aunque el jazz sigue siendo parte importante, la mayoría de las canciones que escuchamos aquí eran originales suyas, de orientación pop, en las que destacaba su admirable voz de barítono, arropada por toda la banda en momentos de unión que aportaron una verdadera calidez a las interpretaciones. La noche anterior en Madrid rescató varias canciones que no suele hacer en los conciertos del disco Twentysomething, que el año pasado cumplió 20 años, pero aquí solo hizo tres de ellas. La energía no disminuyó ni siquiera en las piezas más tranquilas y el tiempo -dos horas- se pasó volando, aunque a veces parecía detenerse eternamente, como en la balada de ritmo medio These Are the Days, una de sus mejores composiciones, en la que brillaron especialmente las segundas voces después de que Cullum pasara por encima del piano gritando ¿Cómo estáis Sevillaaaa? Y darnos la gracias por haberlo traído aquí, el sitio más bonito en el que ha tocado en su vida. Tampoco faltó su mayor éxito, Twentysomething, con gran alivio para sus seguidores, ya que esta canción la había retirado Cullum de su repertorio porque le parecía poco apropiado que la cantase un hombre que ya va camino de la cincuentena; pero es una pieza demasiado importante como para no restablecerla de nuevo. Además, Cullum es de esos que tienen en su casa un retrato como el de Dorian Grey y no aparenta más de los veintipocos años del título de la canción; aún así cambió parte de la letra, sustituyéndola por Fortysomething. Mostró su impresionante técnica e imaginación en el piano durante la versión arreglada para trío que ofreció de ella, junto a Simmons a la trompeta y Richards al saxo, como dúo instrumental en vez del dúo de las voces, en el momento más jazzy de la noche. La forma en que interpretó You and Me Are Done fue conmovedora; nos exhortó a bailar, que es bueno para el corazón: Cuando yo cuente hasta cuatro… siguió una lujosa instrumentación y luego sus gritos en castellano… uno… dos… tres… cuatro… y todo el mundo a bailar y a mover los brazos como olas marinas. Los solos de clarinete y batería de Richard y Webb fueron el complemento perfecto para dejar volar los sueños, y cuando los dos terminaron, la pieza se convirtió en una fantasía que parecía sacada del Apostrophe de Frank Zappa, antes de resolver el final de la canción el propio Cullum al piano.
La noche comenzó a su hora, dos o tres minutos después de las diez y media, mientras sonaban los arreglos por bulerías de Todo es de color, marca de fábrica de este Icónica Santalucía Sevilla Fest, veíamos a los músicos ocupar su plaza en el escenario para comenzar, una vez callada la música pregrabada, con una introducción muy afro de Gong Gong, en la que todavía no participaba la estrella. Cullum salió segundos más tarde para enlazar tres canciones del tirón: Get Your Way, el What I’d Say de Ray Charles y Work of Art. Antes de interpretar Everybody Wants to Be a Cat, una de las canciones de su disco de piezas de Disney -esta es de Los Aristogatos- de la que nos dijo que la primera vez que la hacía en directo fue la noche anterior en Madrid, por lo que aquí era la segunda. Y aunque solo fuese por el solo de trompeta que hizo en ella Simmons ya valió la pena el gasto de la entrada. Con Drink la gente se vino un poco abajo; la comenzó él solo al piano y se fue uniendo el resto del personal. Cuando la encadenaron con Mankind surcó el cielo sevillano una estrella fugaz y pedí un deseo que no puedo desvelar para que se cumpla, pero seguramente mucha de la gente del público pidió estar más cerca de Jamie Cullum y este convirtió sus deseos en realidad al bajarse del escenario y pasearse por la pista, entre el público, mientras la cantaba.
Estaba Cullum tan a gustito; tras Twentysomething, como si estuviera en la mesa camilla de su salita, se puso tranquilamente a afinar el piano y la voz improvisando estrofas del Everlasting Love, para cantar seguidamente Next Year Baby. Más tarde, en Love For Sale, brillaron los fraseos jazzies de la guitarra de Varrall, muy aplaudido al terminar su solo, rompiendo el marasmo provocado por estos minutos en los que la atención del público se había dispersado bastante. Pero todo volvió a su lugar con la conmovedora Age of Anxiety, la canción de la que nos dijo que se sentía más orgulloso de haber escrito; con la que consiguió que todos estuviéramos de su lado al resumir los meses perdidos durante la pandemia. La volvió a comenzar solo con el piano y un comedido apoyo de las voces de Stuart y Will, para que rompiese el encanto el golpe del bombo de Webb y desde ahí, p’alante, como dijo Cullum… here we goooo. Estaba maravillado; la audiencia es perfecta, nos decía; canta, toca las palmas; y nos ofreció una maravillosa versión de Taller con nuevos arreglos. Él paseando a derecha e izquierda mientras cantaba; a un lado tres voces, al otro una discreta instrumentación a base de contrabajo, guitarra acústica y suaves percusiones, todos a pie de escenario. El Sinnerman de Nina Simone, unido a Mixtape, pusieron el final del set, antes de despedir a la banda y quedarse él solo ante nosotros.
Con su voz, tan rica en texturas, Cullum supo manipular las notas vocalmente y nos impresionó con su técnica de piano. Varias de sus canciones nos mantenían con una sensación de ¿dónde he escuchado yo esto antes?, pero era agradable esa familiaridad que nos asaltaba, especialmente a los que más nos gustaba el jazz de entre toda la audiencia. Dejando para el final de los encadenados bises la cautivadora Gran Torino, terminó el espectáculo en este maravilloso enclave sevillano tal como Cullum empezó su carrera en Londres, solo con un piano y un micrófono, demostrando consumadamente su maestría y su pasión por la música, en la que se centró para construir todo lo demás de la noche. Y de las últimas dos décadas y media.
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