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Icónica Sevilla Fest
La única regla para esta noche en Icónica Sevilla Fest: venir al concierto sin ideas preconcebidas. Izal estaba de regreso en Sevilla apenas cinco meses después del Interestelar y no había que situarse para verlos en el extremo de son la banda de mi vida, ni en la del otra vez el peñazo del malvado imperio indie; se trataba de disfrutar del espectáculo en compañía de más de 3.000 personas que llenaban la Plaza de España, de las que estoy seguro que un número enorme se situaba en el primero de los extremos descritos. Y no les faltaba razón para ello, porque era esta una noche especial, de emociones encontradas entre la magia otra vez recuperada de sus canciones en directo y la nostalgia del futuro que no volveremos a vivir con ellos escuchándolas de nuevo así, una vez que se haga efectiva la despedida anunciada. Una de esas noches que recordaremos cuando alguna vez estemos hablando de Izal y, con la memoria como testigo, podamos decir yo estuve allí.
Momentos después de que los miembros de la banda subiesen al escenario se fue creando el ambiente perfecto entre lo que veíamos y escuchábamos de forma real y lo que se nos ofrecía en las pantallas, sobre todo en la que estaba detrás de los músicos, dividida en cinco cuadros diferentes que igual servían para mostrarnos a cada uno de ellos de forma individual, como para resaltar las cinco sílabas de una de sus canciones más emblemáticas cuando llegó el momento de interpretarla: co pa ca ba na. Pero antes de llegar a ella pudimos escuchar otras tres, cada una de un disco diferente ya que, aunque esta gira lleve el nombre del último de ellos, Hogar, y sirva para presentarlo, el componente de despedida que también tiene implica recordar todos los discos anteriores, por lo que las veinticuatro canciones que nos brindaron durante las prácticamente dos horas de concierto estuvieron repartidas casi a partes iguales entre sus cinco obras. La multitud, que viajó en el tiempo a los primeros éxitos de la banda y, con suerte, si no estuvieron en sus visitas más recientes, hundió sus oídos en sonidos inéditos, respondió con éxtasis a cada momento.
Mikel Izal necesitaba emocionarse desde el principio para transmitirnos mejor sus mismas sensaciones a todos. Lo consiguió abriendo el concierto con una de las canciones nuevas como introducción, Fotografías, en la que contó en primera persona su experiencia vital con Izal: en resumen, todas y todos los que hicisteis que valiera la pena saltar a esta piscina sin saber si estaba llena, con la gente cantando con él cada palabra de esa última estrofa como si en lugar de ser una de sus canciones recientes se tratase de un single desgastado por el tiempo. El pozo, Asuntos delicados, fueron resonando en las piedras del enorme conjunto arquitectónico que les rodeaba, que luego devolvió multiplicado el eco de las voces exultantes que acompañaron a la banda en Copacabana. Del mismo disco que lleva ese título sonaron otras, Pequeña gran revolución, dedicada a todos los padres, madres, abuelos, abuelas, a todos aquellos a los que les ha cambiado la vida por la llegada a casa de un pequeño ser, como ha sido el caso de su guitarrista, Alberto Pérez, padre reciente; Los seres que me llenan, dedicada a esa figura tan sufrida como es la persona que no conoce ninguna canción, que apenas oyó oír hablar del grupo hace tres días, pero está aquí al lado de su novia, hermana, hija, de su pareja, de su mejor amiga; los acompañantes, la gente que demuestra amor verdadero, los seres que nos llenan; alternándose con más de las nuevas, He vuelto, El hombre del futuro, y la recuperación de los Palos de ciego que conocimos en su segundo disco, el de los Agujeros de gusano, en un tramo de concierto más calmado que comenzó con la sutil atmósfera que, cuando Mikel cogió el ukelele para acompañarse con él en Meiuqèr, creó toda la banda a su alrededor: Alberto a las guitarras, entre las que sobresalía una Fender Stratocaster Rory Gallagher Relic, réplica exacta de la que tocaba el genial irlandés, de la que extrajo un par de solos dignos del nombre de su mentor; Iván Mella en los teclados y una sección rítmica suavizada al máximo con Alejandro Jordá a la batería y Emanuel Pérez Gato cambiando la púa por un arco para frotar las cuerdas de su bajo eléctrico, en la forma que luego repitió en Bill Murray.
Regresaron al segundo disco con la canción que le daba título, para volver todavía más atrás, revisitando el primero de todos con Tu continente y hacer de nuevo otra cabalgada hacia adelante a través del tiempo para que Mikel se nos confesase en Inercia, su canción más personal: ya no me valen las mentiras para sentirme mejor, ya no me queda en la recámara excusa para la ocasión; se me acabaron las coartadas, grita mi voz interior. Con Pánico práctico volvió la euforia, para mantenerse con la Autoterapia enlazada a ella por los redobles de la batería de Alejandro y con los cientos de voces que gritaron he visto a Bowie flotando en La increíble historia del hombre que podía volar pero no sabía cómo, que siguió después. Una nueva vuelta a sus inicios fue Magia y efectos especiales, la canción que daba título a su primer disco, hace ya diez años. A estas alturas del concierto la gran mayoría del público cantaba, haciendo propias las frases que Mikel escribió en la canción Bill Murray, la que siguió ahora, sobre que se detenga el tiempo, que esta noche sea eterna, que nunca se acabe, aunque todos sabíamos que el final se avecinaba, máxime cuando llegamos al momento más emotivo de la noche, con Izal interpretando Despedida mientras las pantallas nos mostraban muchos de los momentos por lo que la banda ha pasado en estos años, rememorándome el verso, en forma de grito, del final de una de las Soledades de Machado: Ayer es nunca jamás.
Si se vuelven a repetir los tiempos duros, al menos que nos pille bailando; todos pensábamos así, igual que Mikel, cuando comenzó El baile, del que pasamos a la Pausa, para ir con ella de la congoja al trueno; yo solo pido pausa y tú me das ojos de huracán, muy apropiada primera línea para describir su lírica inicial y su estallido instrumental. Para el tramo final, tras un recuerdo a las seguiriyas contemporáneas de nuestros amigos choqueros de Antílopez, se reafirmaron en lo que esta noche era su Hogar, la canción que da nombre al disco y a la gira; hoy me quedo con los pies pegados a este suelo del escenario sevillano, decía la canción, aunque toda la banda se bajó de él y se mezcló entre el público de las primeras filas en una versión acústica de Qué bien, para poner fin a una noche de esas como las de antes de la pandemia, de sudar y ensuciarse en los conciertos, con La mujer de verde, en el que la referencia al color del uniforme de superheroína de cómic, al que la canción se refería originalmente, se cambió por el color de las batas de las heroínas reales, las sanitarias que nos atendieron en aquellos malos momentos y merecían esta reivindicación.
A través de las canciones de toda su discografía, comprobamos anoche como Izal ha incorporado poco a poco una especie de atemporalidad en la forma en que cada época de su música se ha ido conectando a la perfección con la siguiente e incluso se ha creado un círculo virtuoso que hace que de nuevo las más antiguas tengan plena vigencia. Por eso esta banda puede recostarse perfectamente en sus sonidos de épocas pasadas; ha sido muy hábil para evolucionar en cada disco, en cada canción y, al mismo tiempo, respetar sus raíces. Y nadie que haya tenido la suerte de ser testigo de estos momentos especiales podrá decir algo diferente.
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