Calle rioja
Francisco Correal
El filósofo de Cerro Muriano
Papel carbón. Fernando Iwasaki. Páginas de Espuma. Madrid, 2012. 272 páginas. 18 euros.
Un veinteañero Fernando Iwasaki apuntó en el prólogo de su primer conjunto de relatos que "los libros son como los hijos, unas veces nacen cuando uno quiere y otras vienen solos". No sospechaba el autor, en ese tiempo en que redactaba sus textos a máquina, del que quedarían las copias de papel carbón como "partituras de una forma de escribir que ha sido abolida para siempre", que con los años tendría una verdadera familia numerosa, con alumbramientos tan felices como Ajuar funerario, ya en su séptima edición. Convertido en una referencia indiscutible de la narrativa en español, este limeño afincado en Sevilla recoge en el volumen Papel Carbón sus dos primeros libros: Tres noches de corbata, aparecido en 1987, y A Troya, Helena, publicado en 1993. Unos relatos que, a pesar de que su creador los juzga "arcaicos, vetustos y decadentes", ya desvelan el ingenio y la audacia que caracterizaría a Iwasaki. Al releer su obra, el narrador admite "reconocerse" en aquellos relatos, pero también, generaliza, "en los inéditos de muchos amigos que me enviaron con la misma edad sus primeros manuscritos. Cuando tenía 23 o 24 años, no había nadie en Lima que pudiera aconsejarme y por eso cuando he tenido ocasión, he sido medio padrino de más de un escritor en agraz. Salvo excepciones fulgurantes (Rubén Darío, Thomas Mann o Vargas Llosa), todos los jóvenes de veintipocos años que soñamos con ser escritores nos parecemos y nos parecimos".
En el primer cuento, La sombra del guerrero, un peruano recibe información sobre sus orígenes japoneses, como si el autor quisiera presentarse a los lectores que ya lo conocen. ¿Cambió el orden de los cuentos para esta reedición, para plantear nuevos significados? "No, el orden es el mismo de entonces, y en el Perú aquello no era ningún guiño porque allá no era extraño encontrarse con personas de ascendencia japonesa. Es verdad que 25 años más tarde y en Sevilla ese orden sí que tiene otras connotaciones que hasta ahora no había advertido". No hace falta, en todo caso, que Iwasaki recurra a trucos para que sus admiradores lo reconozcan en estas páginas: aquí abundan los rasgos más destacables de su narrativa, como ese interés por el terror que tan buenos resultados le ha dado. "Siempre me gustó el género, porque me convertí en lector de relatos gracias a Poe y Lovecraft. Cortázar no era especialista en cuentos de miedo pero tenía El ídolo de las Cícladas, y Borges había escrito There are more things dedicado precisamente a Lovecraft", cuenta el escritor.
En estas piezas rescatadas sorprende, sin embargo, la madurez que posee el joven Iwasaki, capaz de perfilar personajes tan conmovedores como el viejo protagonista de La otra batalla de Ayacucho. "Por desgracia aquel anciano era un trasunto de mi abuelo materno. Mucho tiempo después de su muerte descubrí que tenía tres doctorados, en Filosofía, Derecho e Historia. ¡Y pensar que cuando era niño ayudamos a mi madre a tirar su biblioteca a la basura!", lamenta alguien a quien le parece "una pesadilla recordar estas cosas, ahora que mi vida transcurre entre libros" y que reivindica que la literatura ayuda "a resolver cosas, todos somos como Fabrizzio del Dongo al comienzo de La Cartuja de Parma: caminamos por un campo de batalla sin saber que se libra una batalla".
Son muchas las conexiones con la actualidad que desdicen la condición de arcaicos que Iwasaki atribuye a sus primeros cuentos, como en esa visión de los toros en la que, como ahora, los personajes se quejan de que las ganaderías ya no son lo que eran. "En los toros y en el flamenco siempre hay que quejarse de que las cosas ya no son como antes. Es un piropo decirle a un cantaor o a un matador que nos recuerda a Chacón o Manolete, pero en la intimidad de la pareja nadie soportaría que le dijeran me has recordado a Fulanita o lo que me hiciste también le gustaba a Menganito", bromea. Ese relato taurino es uno de los que pone de manifiesto el oído de Iwasaki para reflejar diferentes formas de hablar, algo a lo que ha contribuido el proceder de Perú y residir en Andalucía. "Siempre me ha interesado trabajar el lenguaje, tanto en novelas como Neguijón como en libros de relatos como España, aparta de mí estos premios. Pero ahora soy consciente de que hay que dar pequeñas pinceladas y no tremendos brochazos, como los que di en más de un cuento".
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