Ítaca, ideal del corazón

Flamenco

El cantaor Enrique Morente nos entrega una nueva obra maestra discográfica inspirada en la poesía de Pablo Picasso, un proyecto largamente acariciado

El cantaor Enrique Morente, en una actuación reciente.
Juan Vergillos

25 de junio 2008 - 05:00

Los bombardeos de Jaén o la carretera de la muerte, de Málaga a Almería. Son dramas colectivos compuestos de muchas tragedias individuales llamadas guerra civil. El gobierno republicano pagó 150.000 francos al pintor por un lienzo que inspira el primer tema de este disco. Aquel se llamaba Guernica y este Guernirak. El ritmo sombrío, no podía ser otro, es la seguiriya, que de repente irrumpe con todos sus avíos melódicos, armónicos y literarios. El negro que canta Morente es el negro de Picasso, es el negro del flamenco: Manuel Molina, El Marrurro, Juanichi el Manigero. Por eso canta colores tan fácil Morente: el verde, el amarillo, también el rojo y el negro del flamenco. Por eso ha podido establecer un puente. La poesía surrealista de Picasso en espiral rítmico-armónica y vocal para la luz del la guitarra de Niño Josele que irrumpe en plenitud y austeridad. Y una nueva espiral de bajo y batería y la saeta, el rezo en la voz de la Polopera. El uso de la batería y el bajo eléctrico, en éste y los demás temas, es, tan sólo, la invitación a un espacio de libertad plena. Un salto sin red (eso sí, con la experiencia acumulada por Omega).

Ya hace años que Morente se enfrentó a musicar la poesía de nuestro tiempo, que es la prosa. Es decir, el verso libre. Y esa experiencia está aquí presente en una voz más joven y colorida, aunque parezca increíble, que en sus últimos discos. Autorretrato podría, por tanto, pertenecer a Cruz y luna de no ser por el carácter de collage musical y literario, una obra abierta, que hoy posee cada cante morentiano. La soleá es aquí el ritmo y la de Pepe de la Matrona la referencia directa con el toque brioso y perfecto de Miguel Ochando, otra luminaria. Este disco de mañana tiene, ya lo he señalado, maravillosos retrocesos en lo vocal y en lo estilístico. Es una vuelta a la Málaga intemporal de los verdiales como cultos (en el sentido literal y sustantivo del término) primitivos al sol. La receta del Borrachuelo con aguardiente es una bulería nueva con coros de ritos prehistóricos. Esta bulería gastronómica encuentra su eco en Pan tostao, en la segunda mitad del disco que ya no es prehistórica sino de ayer, de El pequeño reloj. La bandurria y el laúd tienen su réplica en la cibernética Orquesta Chekara.

Subrayar el silencio es una quimera, es el sueño del hombre. Una quimera de la meditación Vipassana o Beethoven. Es lo que persigue Morente en la Malagueña de la campana. Los ideales del corazón son como Ítaca. Es el reto, también, de Llorenç Barber, campanólogo con toda la barba que da la réplica a Enrique en el corte 7 (no me gusta el título). El ritmo elegido, una vez más, es la soleá. Una quimera del decir: diciendo la pena, la pena se alivia. También hay una exploración vocal, lo que más echamos de menos en el flamenco actual. Tanto a nivel melódico y rítmico como armónico. Es un reto para un cantaor que ya está muy baqueteado, cuya voz ha sufrido y gozado muchas noches. Carpe diem gongorino. Morente canta invenciones pero no necesita definirlas genéricamente: si no se deja atrapar por cadenas ajenas, como lo iba a hacer con las que él mismo pudiera tejer.

Otra regresión es Montes de Málaga, cantes por verdiales y malagueñas a la forma clásica. Viejos ritos solares. Es fácil imaginarse a los hombres con sombreros de borlas y espejos. Angustia de mensaje aparece como bonustrack porque es una broma. Eso no quiere decir que no sea importante, sino todo lo contrario: de lo más importante de este disco. Reír y bailar, de lo más importante de antes. Tempus fugit. La hermosa despedida, Adiós Málaga, se ofrece también como regalo o, bien visto, con una petición de permiso.

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