Sonatas con nombre de mujer
Martínez & Martínez | Crítica
La ficha
Martínez & Martínez
*** Rasgando el silencio. Israel F. Martínez, violonchelo; Carmen Martínez-Pierret, piano.
Programa: El mundo de ayer (tres grandes sonatas para violonchelo y piano)
Mel Bonis (1850-1927): Sonata en fa mayor Op.17 (1904)
Dora Pejacevic (1885-1923): Sonata en mi menor Op.35 (1913)
Henriette Bösmans (1895-1952): Sonata (1919)
Lugar: Teatro de la Maestranza (Sala Manuel García). Fecha: Martes, 8 de marzo. Aforo: Tres cuartos de entrada.
Los tres nombres son los de Mel Bonis, Dora Pejacevic y Henriette Bösmans. Hoy dicen poco al aficionado (aunque a Bonis últimamente se la programa con cierta frecuencia), pero en su tiempo dejaron su impronta. Parisina de clase media, Bonis fue una discípula de Cesar Franck extraordinariamente prolífica (dejó más de trescientas obras). Pejacevic fue una aristócrata croata, aunque nacida en Budapest, vinculada esencialmente al romanticismo centroeuropeo y muy apreciada en su país como pionera en diversos géneros instrumentales. Finalmente, Bösmans era una holandesa, hija de músicos, que hizo una notable carrera como pianista (sobre todo en la década de 1920), llegando a tocar con los mejores directores y orquestas de su tiempo, pero tuvo acaso menos reconocimiento como creadora.
En el tercer concierto del ciclo que ellos dos mismos coordinan, Israel Fausto Martínez y Carmen Martínez-Pierret las presentaron a través de uno de los géneros más serios, clásicos y eruditos de la música occidental, el de la sonata, bien alejado de todas esas piezas de salón que también escribieron (como muchos de sus colegas masculinos, incluidos los más famosos) con las que más menudo se las relaciona. Las sonatas fueron escritas entre 1904 y 1919 en un estilo muy tradicional, claramente tardorromántico, más ligero, con mucha melodía acompañada en Bonis, germánico, con algunos toques impresionistas en Pejacevic, y decididamente más denso y dramático, con abundancia de cromatismos y puntuales disonancias sin preparar en Bösmans. En cualquier caso, tres obras que se escuchan con interés y que desde luego no sobran de un repertorio habitualmente limitado a las mismas piezas de siempre.
Y si la música fue de un carácter más amable a uno más volcánico, la interpretación, siempre correcta en afinación, calidez y equilibrio, fue igualmente creciendo en intensidad. Los dos Martínez parecieron afrontar la obra de Bonis desde la pura belleza melódica y a su versión le faltó un punto de vigor; pareció baja de tensión y falta absolutamente de contrastes dinámicos. Más relieve alcanzó su interpretación en la obra de Pejacevic, sobre todo por los movimientos rápidos, aunque los lentos sonaron algo más descoloridos. Israel Fausto Martínez mostró en todo momento la agilidad de su mano izquierda y la tersura y precisión de su sonido en todos los registros, pero la energía desatada del arco pareció reservarla para el final. Fueron en efecto el brío y la fuerza trágica de la música de Bösmans los que propiciaron una acentuación más incisiva y unos contrastes más descarnados por parte de ambos intérpretes.
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