Solas | Crítica de danza
Carne fresca para la red
En los últimos años, el flamenco, con el baile a la cabeza, ha dado pasos de gigante como arte. Baste decir, como ejemplo, que con Javier Barón este año son ya seis los Premios Nacionales de Danza que ha acaparado en lo que va de milenio el flamenco, un arte sustentado en una cultura y un modo de vida que se está transformando –por no decir perdiendo– de forma irremediable con el paso del tiempo. De ahí la importancia de los maestros –el arte, no haya engaño, se transmite a través de las personas, no de los vídeos–, de esas cadenas de transmisión que parten de hasta sus orígenes y cuyo último eslabón visible son unos bailaores y bailaoras, motores del flamenco actual, que están protagonizando una evolución cuyos límites nadie conoce con exactitud. En ese sentido, ha sido un año en verdad aciago. En marzo desaparecía doña Pilar López, heredera de las grandes bailarinas de principios del siglo XX y maestra indiscutible de los actuales maestros del flamenco, y en septiembre se marchaba de forma imprevista uno de sus "niños": el irrepetible Mario Maya.
Como Antonio Esteve –a quien doña Pilar bautizó como "Gades"– y como tantos otros, Mario Maya (Córdoba, 1937), se hizo hombre y bailaor en la compañía de Pilar López, después de bailar desde muy niño para los turistas en las cuevas granadinas del Sacromonte. Paseando con ella por los grandes escenarios del mundo (de 1955 a 1959) aprendió la ética del flamenco, el rigor y el respeto por el trabajo. Luego su curiosidad le hizo volver en solitario a Nueva York y asistir a las clases de grandes coreógrafos de la danza moderna americana como Alwin Nikolais y Alvin Ailey. Un acercamiento que abatiría los límites de su mente y que, sin olvidar nunca las grandes diferencias que existen entre el flamenco y la danza moderna o contemporánea, lo llevaría a bailar música de Mahler en un tablao con el Trío Madrid que forma en 1970 junto a Güito y a su esposa de entonces Carmen Mora –madre de su hija Belén– y, más tarde, a crear un teatro flamenco reivindicativo –Camelamos naquerar, Ay jondo, El Amargo...– y poético, con textos de poetas actuales, entre constantes idas y venidas a García Lorca. Como intérprete, Mario Maya ha sido uno de los más altos ejemplos del baile masculino. De un clasicismo y una técnica fuera de lo común, el bailaor, Premio Nacional de Danza en 1992, contradice uno de los mandamientos de Vicente Escudero y mueve las manos como ningún hombre lo había hecho. Pero además de bailar, la inquietud intelectual del artista lo ha llevado a una actividad constante que sólo la muerte ha podido truncar. Además de sus espectáculos, el último de los cuales, Mujeres, sigue cosechando éxitos por todo el mundo, ha sabido luchar siempre por la dignidad del flamenco: con su proyecto, ético y estético, para la Compañía andaluza de Danza, de la que fue primer director en 1994; con sus lucidísimos comentarios en encuentros y periódicos –Diario de Sevilla incluido, del que fue comentarista durante la Bienal de 2004–; con su centro granadino de La Chumbera...
A pesar de no haber creado una escuela concreta, sus principios se pueden observar en casi todas las figuras del baile actual, desde Carmen Cortés hasta Israel Galván, entre otros muchos. Artistas que tienen la obligación, junto a la recién creada Fundación que lleva su nombre, de mantener vivo su legado y transmitirlo a las generaciones venideras.
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