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Olivier Bourdeaut presentó ayer en Sevilla su novela 'Esperando a Mister Bojangles', éxito editorial en Francia que ahora llega a España

Bourdeaut, residente en Altea, ha visitado esta semana Andalucía. / Fran Toro
Pablo Bujalance

28 de mayo 2017 - 07:00

"La imagen que se tiene en España de los escritores franceses es muy peculiar. A menudo se tiende a pensar que cuando un francés escribe tres líneas es un intelectual. Pero yo no soy un intelectual". Quien habla es Olivier Bourdeaut (Nantes, 1980), el autor que, tras desempeñar los más variopintos oficios (desde fontanero hasta recolector de escamas de sal) debutó el año pasado en su país con Esperando a Mister Bojangles, la novela que se mantuvo durante semanas en el puesto más alto de los libros más vendidos. Ahora, Salamandra acaba de publicar la edición en castellano, con la traducción de José Antonio Soriano Marco, de esta obra singular, de prosa ligera, tono chispeante y cierta inclinación naïf, que comienza con el protagonista, un niño que sigue maneras un tanto peculiares para relacionarse con la realidad, en plena observación del baile doméstico que ejecutan sus padres al son del Mister Bojangles de Nina Simone. Para dejar claro que su posición no es la de un intelectual, preguntado por posibles vínculos (por otra parte nada descabellados) entre el título de su novela y el de la obra teatral más popular de Samuel Beckett (escrita en francés), Bourdeaut responde: "Cuando empecé a escribir mi novela no conocía Esperando a Godot. No lo he leído aún, de hecho. Sólo sabía que había un libro que se titulaba así y que tenía que ver con el absurdo". Bourdeaut, residente desde hace algunos años en Altea (Alicante), donde escribió precisamente Esperando a Mister Bojangles tras comprobar cómo una novela anterior, aún inédita, recibía la negativa de los editores, presentó ayer su best-seller en la Feria del Libro de Sevilla, que visitó de la mano del Centro Andaluz de las Letras.

Si de influencias se trata, el autor prefiere mirar al otro lado del charco y apuntar a Desayuno en Tiffany's de Truman Capote, "especialmente el delirante capítulo de la fiesta", y a Scott Fitzgerald, "no tanto por su obra como por su historia personal con Zelda: la de una pareja que conoció el éxito y tras el crack del 29 vivió en permanentes apuros dado que lo que escribían ya no parecía importar a nadie". Para la creación del niño protagonista, ligado a la tradición que comparten Don Quijote, Ignatius Reilly y otros exiliados a cuenta de la imaginación, Bourdeaut acudió esencialmente a la ficción, "pero también hay elementos autobiográficos. El modo en que el protagonista sobrevive en el colegio, por ejemplo, tiene mucho que ver conmigo: en la escuela nunca entendía nada y me costaba encontrar la forma correcta de comportarme. Me presentaban objetivos que presuntamente yo tenía que perseguir pero que eran contrarios a lo que yo buscaba. El niño de mi novela se cría en una casa sin televisión y yo no tuve televisor hasta los 18 años. Hoy considero un lujo no tener televisión. Si hubiera sido un mal alumno con televisión, no estaría aquí ahora. Las tres o cuatro horas diarias que invierten los niños en ver televisión hoy día, yo las pasaba leyendo". El desarraigo de los personajes de la novela en un mundo ante el que se sienten extraños puede adquirir cierto rango de representatividad social, pero Bourdeaut matiza: "Uno escribe la historia de unos personajes y luego son los periodistas los que interpretan eso en una clave más amplia".

Entre promoción y promoción, Olivier Bourdeaut trabaja en la culminación de una novela "muy distinta, que tendrá sexo, violencia y mucho alcohol. Soy consciente de que arriesgo y de que decepcionaré a muchos lectores. Pero decepcionar se me da bien".

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