Intemperie
La traductora Yolanda Morató publica su primer libro de poemas, una obra largamente madurada donde trata de la guerra, el amor o la muerte.
NADIE VENDRÁ A SALVARNOS. Yolanda Morató. Comares. La Veleta. Granada, 2015. 104 páginas. 16 euros.
Profesora de Filología Moderna en la Universidad de León, Yolanda Morató ha alternado su carrera académica y docente, centrada en la literatura vanguardista de lengua inglesa, con la dedicación a la traducción de escritores no sólo británicos o norteamericanos del periodo modernista. Suya es también, por ejemplo, la primera versión castellana de un libro de culto como Me acuerdo, de Georges Perec, y entre los autores a los que se ha acercado como traductora -Wyndham Lewis, Rebecca West, Scott Fitzgerald- se cuentan otros franceses como Barrès o Francis Carco. Publicada por la exquisita colección granadina La Veleta, Nadie vendrá a salvarnos es su primera obra de creación, si es que la traducción literaria puede considerarse un ámbito diferenciado, pero los poemas que conforman el volumen, como declara su autora, pertenecen a la década 1994-2004 y fueron por lo tanto escritos hace más de una docena de años. Largamente madurada, la primera entrega de Morató muestra a una poeta de voz clara y dicción precisa, nada decorativa y por ello mismo esencial, capaz de enfrentar los llamados grandes temas en versos limpios, afilados y de singular hondura.
Buena parte del libro, dividido en seis secciones que acogen registros muy variados, remite a la dura realidad de la Gran Guerra -o de cualquier guerra- contemplada desde el frente, una realidad que Morató conoce bien -tradujo Estallidos y bombardeos del mencionado Lewis, ha estudiado la obra de los poetas soldados que integraron la fuerza expedicionaria británica en los campos de Francia- y se refleja en las citas que abren algunos de los poemas, donde comparecen Isaac Rosenberg y Wilfred Owen, fallecidos en combate, o los supervivientes Edmund Blunden y Wilfrid Gibson, a los que se suma el laureado Kipling -huérfano de hijo- de quien se recoge el famoso dístico -"Si preguntan por qué hemos muerto, / diles: nuestros padres mintieron"- que reutilizó Juaristi en un poema de los 80. Pero la evocación no es directa ni trata de recrear la contienda como un hecho pretérito, sino que más bien la autora, que recurre a menudo a la primera persona, trasciende el contexto o le otorga a este una dimensión simbólica o existencial, de modo que la imaginería de los estragos bélicos se traslada a los conflictos colectivos o asimismo personales de todo tiempo: la inminencia de la muerte -los "cuerpos en peligro de extinción"- o el dolor de la ausencia, el cansancio o el miedo, las brechas o las heridas, los escombros o las ruinas. "Un espejismo. / Son un bien del pasado / los edificios", dice uno de los diez espléndidos haikus que forman la segunda sección, Tierra de nadie, nombre del espacio asolado que separaba las trincheras enemigas.
Hay en Nadie vendrá a salvarnos -título que sugiere indefensión pero también conciencia de la responsabilidad, el riesgo cierto pero ineludible de la vida a la intemperie- como un progresivo desplazamiento que parte de ese trasfondo agónico, "en el amor y en la guerra", para contar un itinerario, los años de formación de una conciencia -"Hoy soy más joven porque soy más vieja"- que proyecta una mirada incisiva sobre el mundo, elude las verdades aparentes o las "respuestas falsas" y busca el fondo de las cosas. Los poemas marinos de Profundidades, el nada complaciente que dedica a Virginia Woolf, la incitación al carpe diem de Ending soon, la ingeniosa poética de Reciclaje, las contundentes sentencias de Misterio, la necesidad o el arte de decir adiós en Despedida eterna, todos ellos participan de una veta reflexiva que se muestra grave o bienhumorada, evitan las alusiones demasiado evidentes y con frecuencia revelan, en la relectura, sentidos no expresos. La vida, parece decir la poeta, no deja de ser una suerte de milicia, e importa defender la autonomía cuando uno se juega el pellejo. Como leemos en el excelente poema que da título a la última sección, La canción de Jessica Torres, es preciso quemar las etapas o en ocasiones cambiar el rumbo para comprender "que el viaje era el destino, / que quien espera, pierde, / que nadie vendrá nunca / a devolverte el tiempo".
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