Ilustración e hispanismo

La Leyenda Negra y la Ilustración | Crítica

En esta obra de Hilton se muestra la Leyenda Negra en su doble vertiente: la de los hispanófilos y viajeros del Setecientos, frente a los que difundieron una imagen menos halagüeña de la penísula ibérica

Imagen del hispanista británico-estadounidense Ronald Hilton
Imagen del hispanista británico-estadounidense Ronald Hilton
Manuel Gregorio González

12 de enero 2020 - 07:00

La ficha

La Leyenda Negra y la Ilustración. Ronald Hilton. El Paseo. Sevilla, 2019. Trad. Silvia Ribelles de la Vega. 304 págs. 21,95 €

En su capítulo de conclusiones, el hispanista británico Ronald Hilton enumera las vertientes en que se escinde o prolifera la Leyenda Negra durante el XVIII: “España vista como un país pintoresco, pero miserable, y la conquista española de América, sobre todo del Perú”. Sin entrar en la inmediata valoración de lo pintoresco -esto es, lo susceptible de ser pintado, aquello que compone un “cuadro”- uno se atrevería a añadir otro aspecto, suficientemente destacado a lo largo de este libro erudito, divertido y ecuánime, y que no es otro que la catolicidad del país; o si se prefiere, la presencia de la Iglesia en la sociedad española del Setecientos, cuando el siglo de las Luces -el siglo de Voltaire y la Enciclopedia-, veía la iglesia, la relevancia pública de la fe, como una pesada rémora para la libertad de los hombres, y cuya prueba más obvia se hallaba en los tribunales de la Inquisición, largamente deplorados por monsieur Arouet.

Si España acapara el peso de la Leyenda Negra se debe a esta triple colusión: El catolicismo, el imperio Habsburgo y la conquista de América

Precisamente será la Enciclopedia, por la intermediación del caballero De Jaucourt, y con la ayuda constante de Voltaire, quien con más insistencia construya la imagen “pintoresca” de una España atrasada, obstusa y virulenta, tiranizada por la superstición religiosa. Es así como a los testimonios sobre España se unen los testimonios sobre/contra Portugal, con la propina o la extensión, siempre latente, de la Italia de los Papas. Con lo cual, si España acapara el peso mayoritario de la Leyenda Negra se debe a esta triple colusión, indicada por Hilton: El catolicismo, el imperio Habsburgo y la conquista de América, cuyos desafueros, pronto denunciados por el padre Las Casas, tendrán una larga e inmediata difusión entre los enemigos de la corona española, Francia, Inglaterra y la Europa salida de la Protesta. Es curioso, pues, observar la evolución de este frente múltiple, que convirtió al imperio español en un adversario político y religioso, cuyas conquistas territoriales no hicieron sino multiplicar la amenaza. Todo lo cual no obsta para que España también fuese admirada en su aspecto cultural, como todavía se aprecia en algunos de los testimonios recogidos por Hilton, y que se centran, mayormente, en El Quijote y su edición inglesa, emprendida beneméritamente por John Bowle.

Sin embargo, en el siglo XVIII, el imperio español es un imperio convaleciente, y sus antiguos adversarios no harán sino componer una estampa, a veces amable, a veces superficial, a veces poco respetuosa, de una potencia en declive. La mayor zona de fricción, desaparecida ya la casa Habsburgo, es el catolicismo y su presencia en la sociedad española. Desde las críticas del Abate Reynal y la imagen adversa de Swinburne a las simpatías de Dillon, Twiss y Baretti, lo que se sustancia es una imagen del atraso, provocado o alentado por la Iglesia. Una iglesia, cuya desvinculación del poder había teorizado ya el gran Cesare Beccaria, pero cuya relevancia social era uno de los sostenes teóricos de Trento. Con lo cual, es una compleja mezcla de lo político, lo cultural y lo religioso aquello que se desprende de estas páginas, inflitradas por el aire, no siempre razonable, de las Lumières, pero que vendrá aumentada por una de las exigencias de lo “pintoresco”, postulada ya por Herder: la necesidad de hallar y definir el alma de un pueblo, como si ello fuera susceptible de existencia. Es ahí (y estas páginas son una excelente muestra) donde la imagen exacerbada del viejo enemigo -el imperio Habsburgo- se transforma, digamos, en tipología racial y exudación geográfica. Esto es, en una forma biológica perdurable. Lo cual implicará, a ojos de Swinburne, por ejemplo, que sólo gracias a la ayuda extranjera España pueda salir de su atraso, su fealdad y su indolencia.

Esta vasta cordelería cultural es la que se adivina en los ensayos y testimonios aquí recogidos. Testimonios que, adversos o no, tienen la cualidad de lo vivo y lo inmediato, y que informan al lector curioso de numerosas cuestiones del XVIII español, y en suma, del XVIII europeo. Recordemos, en favor de los ilustrados que aquí deploran la postración española, que todavía no había llegado la hora, goyesca por demás, que hoy conocemos todos: también “el sueño de la Razón produce monstruos”.

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