La fascinante sutileza del techno
Paul Kalkbrenner
Los cimientos de la Plaza de España soportaron perfectamente los feroces subgraves que lanzaba la consola de Paul Kalkbrenner, el productor alemán de techno que inauguró brillantemente el Icónica Sevilla Fest ante 5.000 espectadores que no dejaron de saltar y bailar con caras de felicidad
Todavía tengo incrustados en el estómago los subgraves que lanzó Paul Kalkbrenner desde el majestuoso escenario que se ha montado en la Plaza de España para los conciertos del Sevilla Icónica Fest, que inauguró en la noche del viernes este productor alemán ante unos 5.000 espectadores que no dejaron de saltar y moverse con el techno que salió de su mesa de mezclas durante 130 minutos, en los que solamente paró durante los pocos segundos que separaron su set de dos horas de los bises posteriores.
Pocos minutos pasaban de las diez de la noche cuando unos sonidos electrónicos metálicos pero suavizados nos advirtieron que Kalkbrenner acababa de ponerse al mando de sus máquinas de beats, sintetizadores, secuenciadores y controladores, por lo que se hacía preceptivo adentrarse entre la multitud de jóvenes dispuestos a la fiesta y acercarse lo más posible hacia una posición en las primeras filas que permitiese observar el arte y la atención al detalle que ponía mientras iba creando sus pistas, partiendo de una amplia variedad de originales suyos, así como de las remezclas que hace en su laboratorio sónico. Apenas habíamos avanzado unos pasos cuando la energía techno comenzó a golpearnos con fuerza en cuanto surgieron los latidos graves de No Goodbye, su último single, anterior a la pandemia, con el que comenzó a machacar los cimientos del monumento sevillano. De ahí en adelante fue evolucionando a través de cortes de su último disco, Parts of life, principalmente, o al menos esas fueron las que reconocí, las partes numeradas como Part One y Part Four, eliminando de ellas elementos clave, incluso, para centrarse más en los segmentos de baile más contundentes.
Conseguimos el objetivo propuesto de ver desde cerca como Kalkbrenner no es un DJ tradicional, sino un maestro de la creación en vivo, que convierte la experiencia de estar allí tan cerca mientras lo hace en una escucha y una observación fascinantes. Combinaba la emoción con una simplicidad tal que lo que hacía tenía el feeling del sonido analógico que marcó nuestro amor por la música, aunque aquí se reprodujese constantemente el sentimiento de que los huesos de mi rodilla no iban a llegar al final de la lista de espera para que los sustituyan por unas prótesis. Aquello se había convertido en una inmensa rave, sobre todo cuando Kalkbrenner soltó el martillazo de Der Buhold, la pieza de todo su repertorio que más recuerda los primeros tiempos de aquella escena masiva y medio clandestina.
En retirada hacia otra primera fila, esta vez la de los agradables veladores del Village, prácticamente nos levantaban del suelo los constantes golpes de bombo sintéticos, siempre al límite, sino superando los niveles precisos de graves. Con Sí soy fuego se desataron del todo la pasión y la alegría colectivas y empujó la fiesta al reino de lo espiritual, aunque de haber sabido que seguidamente continuaría con Sky and sand, la pieza que convirtió a Kalkbrenner en estrella, hubiese resistido más tiempo en medio del torbellino, porque sonó con una sutileza que la hizo destacar de entre todo lo que llevábamos escuchado; la construyó lentamente al principio, imprimiéndole tensión para hacerla ascender después de nuevo con esos demoniacos subgraves que nos persiguieron toda la noche, para luego hacer descender la energía de forma mucho más tranquila.
Ya sentados y refrescados con cerveza oímos cómo se sucedían Battery Park, Tatü-Tata, remezclas de Marcus Schossow sobre el tema que definía perfectamente en qué se había convertido Kalkbrenner aquí: King of Summer Night. Volvió a romper y reconstruir partes de su más reciente disco, siempre formando con ellas piezas de música dance convencional, pero con cada elemento introducido con la precisión del minimalismo clásico. Y entonces mi cabeza explotó y tuve que aplacar el resorte que me impulsaba de nuevo al centro del huracán; entre el batir grave del techno escuché la voz dulce de Grace Slick… One pill makes you larger and one pill makes you small… nosotros no teníamos esas píldoras, pero los tragos de Cruzcampo unidos al efecto mágico de su voz aguda ascendiendo entre el estruendo de los graves del bombo nos hacían también crecer y empequeñecer. Durante un buen rato estuvimos poseídos por un hechizo seductor que nos indujo un trance feliz, cuyo encanto duró cuando esta remezcla del White Rabbit de Jefferson Airplane, que Kalkbrenner llama Feed Your Head, dejó de alimentar nuestras cabezas para diluirse en otra remezcla del Dead Can Trance de Trancemaster File. Desde ahí todo fue dejarse llevar a través del Techno Monkey, otra de sus piezas claves desde que su remix inmortalizó el original de su esposa, Simina Grigoriu, otra gran productora rumanocanadiense; del Revolte, con su llama berlinesa, hasta llegar al final.
Pero la gente no quería que llegase ese final. Cada vez que Kalkbrenner bajaba las notas, el sonido se mezclaba con los silbidos del gentío, que le insuflaban vida a los ritmos ralentizados para que no se frenasen del todo. Y consiguieron una nueva aceleración; el productor creó un bis a base de remezclas de todo lo más cañero que se le fue ocurriendo, Alien & Flix, The Whiteliner, Giu Diana, hasta que mientras lanzaba el remix del Stay With Me de Rishi Love, la inmensa pantalla nos mostraba a un Paul Kalkbrenner abriendo los brazos, como suplicando que le dejasen irse ya por fin.
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