Marco Socías | Crítica
Guitarra elegante y elocuente
Iconica Sevilla Fest
Como ya lo hiciese en su edición anterior, Icónica Sevilla Fest ha comenzado con ritmos electrónicos. Más de dos mil espectadores se reunieron en la noche del jueves en la Plaza de España para asistir a la sesión de Mladen Solomun, el DJ y productor germano-bosnio-croata que creció en Hamburgo y reside en Ibiza en los meses cercanos al verano; de cuarenta y siete años de edad; con pinta de jefe visigodo o defensa central retirado: más de un metro noventa y fuerte como el jugo de limón, con barba canosa y pelo largo y oscuro recogido hacia atrás. Millones de aficionados a la música electrónica lo conocen solo por su apellido.
Como un verdadero mago, Solomun eligió y lanzó las pistas una tras otra, logrando construir un sonido perfectamente adaptado al ambiente del festival, al tiempo de fiesta y a su público; creando el momentum, como él mismo suele definir a esa forma en que nos capturó a todos en un estado de simbiosis perfecta con el sonido, dándonos a través de los potentes altavoces del recinto combustible suficiente como para bailar incansablemente durante todo el tiempo que duró lo que a través de su magia oscura parecía en realidad una sola pista continua, algo que ha convertido en su seña de identidad. Anoche también ofreció un recorrido continuo, complejo y rico, en el que se nos hacía muy difícil, imposible incluso muchas veces, saber cuándo entraba o salía una canción de la lista de reproducción que seleccionó especialmente para hacernos soñar. Aunque Solomun admite que algunos de sus gustos han cambiado, no cree que su sonido se haya vuelto demasiado duro para disfrutarlo, y el Climbing Stairs de DJ Uki, seguido del The Reason de Kyle Watson, desmentían la ferocidad de la mayor parte de su producción en vivo.
La música, por tanto, se presentó como una frase larga, prometiendo continuamente una resolución que nunca se materializó: era como estar atrapado dentro de una fuga de Bach de tres horas de duración. Pero a lo largo del camino hubo momentos de gracia melódica, transiciones seductoras y un ritmo constante que hizo que nos temblaran los huesos. Los sets de Solomun siempre han estado marcados por mucho misterio y temas de diferentes estilos, y el escaparate de música nueva, fresca y apasionada que montó en nuestra ciudad no iba a ser menos. Me fue imposible descubrir muchas de las canciones de este set largo y envolvente con el que nos guio a través del viaje musical, pero las líneas de bajo funkies y sensuales no consiguieron tapar del todo piezas ensambladas de Johannes Brecht, el multinstrumentista de formación clásica que puso en marcha la noche una hora y media antes, asiduo colaborador suyo en las noches ibicencas de Solomun +1 en Pacha, del que me pareció reconocer su eufórica I Am Free; o las dulces Beautiful de Nogovickiy y A Levels, de Sweet Pussy Pauline, en el tramo final, cuando se presentía la desaceleración; de Lifelike & Kris Menace, sin poner la mano en el fuego por ello, juraría que entró What time is love; ¿el Astral Divide de Bold Moves sonó en los inicios, o era cosa de mis deseos de escucharla para que se convirtiese en la llave maestra a futuros placeres? De la que sí estoy segurísimo que sonó es Take Doom de Trace. En muchas ocasiones el tiempo pareció detenerse, sobre todo en momentos en los que el sonido caminaba entre la euforia y la melancolía; ¿era Yumi, del joven productor francés Notre Dame, el corte con el que Solomun estaba intentando encontrar la dosis adecuada de belleza para que la tensión explotara sin dejar secuelas físicas? ¿O era el Turn on the lights again de Fred Again?
Excavó también en los sonidos de los noventa: breakbeat, un poco de trance, refrescando el estilo de Robin S., pero de verdad que era un desafío identificar lo que sonaba, supongo que de la misma forma en que para Solomun debe serlo construir los puentes entre esos temas de estilos tan diferentes; The Reason, de Kyle Watson asomaba una y otra vez entre la cadena que construía. Si alguien ha grabado esta sesión y la compara con otras anteriores de las que haya hecho, verá que no se parecen. Un set no puede diseñarse como una reliquia futura; es un trabajo de improvisación que tiene éxito o fracasa a medida que fluye hacia la gente que escucha, que baila. El trabajo de Solomun, como dije al principio, es crear momentos. La evanescencia es la clave. Y esa es la habilidad de los buenos DJs: luchar contra su gusto por el de la audiencia. Solomun así lo hizo y todos los presentes salimos contentos; aunque comentando la jugada entre algunos de los conocidos no sabíamos explicar si lo que habíamos escuchado era más deep house o tech house. O incluso Drum & Bass, porque El Bombo, de Ewan McVicar no dejaba de ponernos lo que parecían puntos finales, y en realidad eran puntos seguidos. ¿Pero es importante conocer la brecha entre lo que define esas etiquetas? Ni por asomo. Lo que verdaderamente importó es que el Festival Icónica había comenzado con paso firme y estaba terminando con el trance de Rank 1, Camisra y Discotron. Nos espera un mes y medio atareado.
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