Ian McKellen, ese niño al que salvó el teatro
Artes Escénicas
El actor declara su amor por la interpretación en un documental en el que también relata su implicación en la causa LGTB
Es una de las eminencias indiscutibles del teatro británico y ha encarnado a algunos de los personajes más célebres del cine reciente -posó con una camiseta en la que decía: I'm Gandalf and Magneto. Get over it (Soy Gandalf y Magneto. Supera eso)-, pero Ian McKellen (Burnley, Lancashire, 1939) aún se muestra vacilante cuando tiene que hacer una entrevista. "Es muy difícil ser uno mismo, así que me lo tomo como una actuación", asegura el intérprete en McKellen: Tomando partido, un documental dirigido por Joe Stephenson que puede verse estos días en Filmin dentro del Atlántida Film Fest, y en el que el actor expresa el amor por su oficio, recuerda sus conquistas con el repertorio de Shakespeare o su éxito tardío en el cine y rememora las circunstancias que lo llevaron a convertirse en una referencia en la lucha por los derechos de la comunidad LGTB.
McKellen, que nació en una familia aficionada a las artes escénicas, evoca en sus declaraciones a ese niño que se sabía diferente y encontró en la interpretación una vía para "lidiar con las emociones y expresarme públicamente, algo que no podía hacer en mi vida real", afirma el veterano sobre su infancia, unos años en los que comprendió que "actuar es una actividad profundamente humana. En la escuela usaba un acento distinto al de mi casa para encajar". Porque las personas, sostiene McKellen, "están siempre actuando. Cuando se levantan por la mañana, eligen el disfraz que se pondrán, el impacto que buscan, qué faceta de su personalidad van a mostrar".
En la película, el actor reconstruye también episodios de su juventud como su paso por la universidad de Cambridge, a la que accedió gracias a interpretar en el proceso de selección un fragmento de Enrique V, lo que consideraría "la audición más importante de mi vida", o los primeros trabajos profesionales que logró gracias a un representante, como un montaje de Coriolano en el que, en la piel de Aufidio, tuvo que llorar ante el público y se sintió "libre de vergüenza, valiente y no tímido. Supe que allí podía estar al mando por muy inútil que fuera mi vida real".
Recomendado por Maggie Smith, el joven McKellen fue reclutado por Laurence Olivier y el Royal National Theatre para Mucho ruido y pocas nueces, un espectáculo en el que compartía cartel con Smith, Albert Finney o Derek Jacobi. Abrumado por el talento de sus compañeros, entendió que aquel no era el lugar para levantar el vuelo. "Al mirar a todos esos jóvenes pensé que si me quedaba en el Teatro Nacional iba a tardar mucho en conseguir papeles con los que dejar mi marca. Así que me fui", relata.
Ese camino en solitario arrancará con su apuesta por una nueva compañía, Prospect, y la visita en 1969 al Festival de Edimburgo con Ricardo II de Shakespeare y Eduardo II de Marlowe, por los que la crítica lo celebra como uno de los actores más importantes del país. No habrá vuelta atrás: la fascinación que despierta en Mckellen su profesión ya no mermará. "Soy incapaz de cruzar la entrada de artistas de un teatro sin emocionarme. Porque ahí hay algo privado, un mundo secreto que el público desconoce", admite.
En sus testimonios, McKellen reflexiona sobre la extraña relación que un actor mantiene con los espectadores -"estoy cada día con desconocidos, a ellos dedico mi trabajo, pero los siento como amigos potenciales"-, destaca entre sus compañeros a Judi Dench -"con ella tienes asegurado que te vas a divertir"- y muestra su preferencia por los teatros pequeños, de aforo reducido, "donde interpretas para gente a la que puedes mirar a los ojos si es necesario".
McKellen combinaba una impresionante trayectoria donde se sucedían los montajes con la Royal Shakespeare Company con una discreción absoluta sobre su vida privada, e incluso cuando protagonizó Bent, la obra de Martin Sherman sobre la persecución de los nazis a los homosexuales, guardaba silencio al respecto. "Cuando me entrevistaban decía que el espectáculo hablaba sobre derechos civiles, sobre la humanidad. No podía permitirme decir que era sobre la experiencia de ser gay", lamenta.
Pero su activismo en la causa LGTB comenzó mientras Thatcher estaba en el poder y se discutía la aprobación del artículo 28, una "leyecita malintencionada" por la que "las autoridades locales no podían promover la homosexualidad en las escuelas", apunta McKellen. "De repente me identifiqué, antes que nada, como un hombre gay. Pronunciándome en contra del artículo 28, salí del armario en un debate de la BBC".
Un anuncio que el actor realizó al borde de la cincuentena y que resultó una experiencia sanadora. "Suelo utilizar la imagen de un peso que te quitas de la espalda que ni siquiera sabías que tenías. Ese peso se cayó. Y me sentí mejor físicamente. Había sentido toda mi vida timidez por ser gay, por algo que no podía contar, y ahora podía entrar en una habitación y sentirme orgulloso".
En el documental, McKellen también cuenta cómo fue reforzando su presencia en el cine, gracias a la adaptación de Ricardo III que él promovió o a su papel del director James Whale en Dioses y monstruos, su primera candidatura al Oscar. Para el veterano, hay algo "indecoroso" en las campañas para pedir el voto, "y los actores lo sabemos, pero ahí estamos, levantando la mano y diciendo: Mírame, mírame". Una proyección que se multiplicó al encarnar a Gandalf en El señor de los anillos o a Magneto en la saga X-MenX-Men, un personaje que contempla con especial orgullo: "Magneto es un guerrero político, dolido, terco, alguien a quien vale la pena interpretar. En toda lucha por los derechos civiles hay alguien como él, dispuesto a utilizar la violencia, frente a la actitud del profesor Xavier, que quiere estar orgulloso de quien es pero al mismo tiempo ayudar a la sociedad".
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