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Ian Gibson publica 'Los últimos caminos de Antonio Machado. De Collioure a Sevilla', nuevo acercamiento al autor de 'Campos de Castilla', de cuya muerte se cumplen el viernes los 80 años

Ian Gibson, fotografiado en Collioure. / Asís Ayerbe

A Ian Gibson le vienen al recuerdo unos versos de Paul Valéry cuando pasea por Collioure. "¡El viento se levanta! Debemos tratar de vivir". Ante el hoy cerrado Hotel Bougnol-Quintana, donde falleció Antonio Machado el 22 de febrero de 1939, el hispanista se conmueve al pensar en el poeta sevillano, que siempre había albergado "la obsesión de la muerte" y tomaría como un presagio que apenas a una calle del alojamiento en el que se hospedaba se ubicara el cementerio. "No tenía sólo la premonición, también los síntomas", relata el especialista. Machado había cruzado la frontera tres semanas antes y dejado atrás un país que siempre le había dolido. Gibson ve en ese emigrante con el cuerpo y el alma agotados un símbolo. "Lorca representa a los fusilados de la guerra y él a los exiliados", expresa el dublinés, que estos días, coincidiendo con el 80 aniversario de la muerte del autor, publica Los últimos caminos de Antonio Machado. De Collioure a Sevilla (Espasa), un nuevo acercamiento a ese hombre bueno que en su agonía añoraba el sol de la infancia.

Gibson (Dublín, 1939), que ya dedicó al poeta una excepcional y completa biografía, Ligero de equipaje, prolonga aquí su retrato de Machado, que arranca con el emocionante entierro, "de una sobriedad acorde con su manera de ser", al que acuden soldados españoles presos en el castillo de Collioure y refugiados escapados de los campos de concentración de Argelès-sur-Mer y Saint Cyprien. Para sacar el cadáver de la habitación donde falleció, tuvieron que alzarlo sobre la cama donde Ana Ruiz, la madre, que moriría tres días más tarde, se hallaba inconsciente. "En algún momento ella se despertó y preguntó que dónde estaba su Antonio. Le dijeron que en una clínica curándose, pero parece que no lo creyó. Y cumplió algo que había comentado alguna vez: que ella no iba a dejar este mundo hasta que lo hiciera Antonio, que era su hijo favorito".

Gibson atiende a los periodistas ante el antiguo Hotel Bougnol-Quintana. / Asís Ayerbe

Entre los caminos del título, el libro transita por la infancia del autor, que no olvidaría "nunca" los jardines en los que transcurrió su niñez. Uno de los últimos descubrimientos que ha hecho Gibson está relacionado con las imágenes, tan frecuentes en la poética machadiana, de la fuente y el limonero. "Pude comprobar que la fuente del Palacio de Dueñas es sorprendentemente baja, tiene una altura en la que un niño de cuatro años podía asomarse y ver el reflejo de los limoneros en el agua", explicaba Gibson este lunes a los periodistas desplazados a Collioure.

El joven que a la sólida cultura recibida en su familia suma los valores de la formación en la Institución Libre de Enseñanza; el pensador que cambiaría esa "España inferior que ora y embiste" por una "culta, dialogante y europea", y que encuentra en Unamuno un modelo a seguir; el poeta que quiso "rehuir" de "toda ornamentación" y "expresar con sencillez su mundo interior", que subsiste como maestro de francés en ciudades como Soria o Baeza, de las que detesta su vida provinciana... Gibson perfila en su nuevo libro las distintas caras de un hombre cuya biografía se ve sacudida por los golpes del amor: en un primer lugar con la malograda Leonor y más tarde con Pilar de Valderrama, a la que esconderá tras el seudónimo de Guiomar y con la que mantendrá una relación clandestina donde está vetado el amor físico. Un personaje este último que no parece despertar muchas simpatías en Gibson. "Y en mi editora tampoco, que no le perdona que no le permitiera a Machado ni un simple beso", bromea el autor, que considera una "tragedia" que ella quemara "unas 200 cartas antes de irse al Portugal fascista de Salazar. De las misivas que le mandó Antonio conocemos sólo 40, que tienen un valor excepcional porque en ellas cuenta sus sueños y su desesperación".

La tumba de Antonio Machado en Collioure. / Asís Ayerbe

El catedrático Mariano Quintanilla, que coincidió con Machado en Segovia, lo definía como un tipo poseedor de "un escepticismo agudo y una bondad extraordinaria". ¿Qué destacaría Gibson del temperamento de su biografiado? "Su dignidad en el sufrimiento, su estoicismo, su tranquilidad frente a todo. Se nota que es filósofo, algo que no suele darse en los poetas, ha leído a Kant y a Schopenhauer. Sí, es estoico y buena persona, como él mismo se describía", asiente. "Se preocupaba por los demás y le gustaba ese pensar en el prójimo que defendía el cristianismo. También identifica en Rusia, en la literatura que hacen autores como Tolstoi o Dostoievski, en el amor fraternal de sus obras, un alma cristiana", analiza.

En la localidad francesa donde acabó sus días, roto por el distanciamiento que lo separa de su hermano Manuel, con el que había tenido "una relación de verdad, no puede entender que la misma persona con la que ha escrito tantas obras dedique ahora poemas a Queipo de Llano", Antonio hallará sin embargo la "generosidad" de los propietarios del Hotel Bougnol-Quintana y su entorno, entre ellos Jacques Baills, un empleado de ferrocarriles que admira sus versos y le presta libros de Pío Baroja. Fueron muchos los que quisieron ayudarlo en su desgracia: como hispanista, Gibson se emociona con la carta del catedrático de Español en la Universidad de Cambridge John Brande Trend, que le ofrece un puesto de lector en su departamento. Pero esa "salvación" llega "demasiado tarde, el día en que Machado muere".

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