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Hopkins, un maestro en una plaza de tercera

Crítica 'Premonición'

Hopkins, un maestro en una plaza de tercera
Carlos Colón

21 de julio 2016 - 05:00

PREMONICIÓN. Thriller, EE UU, 2016, 101 min. Dirección: Afonso Poyart. Guión: Ted Griffin. Fotografía: Brendan Galvin. Intérpretes: Anthony Hopkins, Colin Farrell, Jeffrey Dean Morgan y Abbie Cornish.

Por qué a un señor brasileño llamado Afonso Poyart, que sólo tiene una mediocre película en su filmografía, Hollywood le da un buen presupuesto y un gran reparto es un misterio. Menos misterioso es por qué un actor tan grande como Anthony Hopkins acepta volver a meterse en un thriller de psicópata, como si su Hannibal Lecter, en vez de liberarle gracias al éxito permitiéndole elegir los papeles que quisiera tras una larga carrera, hubiera supuesto una especie de cadena perpetua que lo encadenara al psico-thriller: er mardito parné, claro. Y sí es un misterio sin más explicación que el desvarío por qué tres productoras se han decidido a rodar un guión que llevaba 15 años criando polvo, desde que se propuso como secuela de Seven. Al director brasileño esta película puede abrirle las puertas de los mercados internacionales. Al bueno de Hopkins y a Colin Farrell poco les aporta. Y a los productores tal vez incluso menos.

Si les digo que la cosa va de psiquiatra más bien insoportable y extravagante (además aislado como un eremita y trastornado tras la muerte de su hija), adornado además con poderes psíquicos, que ayuda al FBI en la persecución de un asesino psicópata, la cosa les sonará a ya vista. Y tendrán razón. Lo ya visto puede volver a verse y lo ya contado volver a contarse a condición de que se aborde con nuevas maneras visuales y narrativas. Pero no este el caso de Premonición, película no redimida por su puesta en escena rutinaria que nace aplastada por El silencio de los corderos y Seven.

Para colmo de males cuando el señor Poyart se quiere poner creativo, caso de los flashbacks de la hija o de la visualización de las premoniciones, empeora las cosas: se desliza de lo anodino a lo cursi y pretencioso. Le sucede como a los guionistas: cuando quieren ir más allá del thriller convencional, y enriquecer su pésimo texto con detalles dramáticos extremos, incurren en la pornografía emocional.

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