Honores al nieto de La Malena
El mundo del flamenco arropa en el Teatro Lope de Vega a Curro Malena
La enfermedad ha obligado a un artista de voz superdotada a retirarse de los escenarios
Fue un cantaor muy físico, un auténtico héroe de los festivales en la edad dorada de los mismos. Posee dos decenas de grabaciones discográficas a sus espaldas, con las mejores guitarras de la segunda mitad del siglo XX, del Niño Ricardo a Pedro Bacán, lo que da fe de la enorme popularidad de que gozó en su momento. Pertenece a esa generación de superdotadas voces de trueno en la que la entrega era la mayor virtud artística. Lo dieron todo, todos, y ahora muchos de ellos se encuentran malitos. Su paisano El Lebrijano es otro buen representante de esa hornada: aunque estaba anunciada su intervención en el homenaje, no pudo comparecer anteanoche en el Lope de Vega por una indisposición física. Curro Malena (Lebrija, 1945) está enfermo y la Federación Provincial de Peñas Flamencas se acordó de él para que sus compañeros de profesión le rindieran tributo aunque, como digo, con la notable ausencia de Juan Peña.
El público respondió abarrotando el teatro. Vinieron aficionados de toda la geografía andaluza, aunque la presencia de peñistas del área utrero-lebrijana era notable. La taquilla se destinará por entero a la épica lucha que nuestro cantaor mantiene con la enfermedad. De hecho, el arte de Curro Malena siempre apeló a la épica, a través de una entrega absoluta al compás y una emoción a flor de piel. Y, como don natural, un color y una brillantez vocal, tanto en el timbre como en el virtuosismo rítmico, absolutamente únicas. Así lo entendió Miguel Poveda cuando, al final de su emotivo recital, cambió el frenesí buleaero de Jerez por los aires ternarios, arromanzados, de la campiña, del camino que une a Utrera con Lebrija. El público entendió el guiño y respondió con un largo aullido de gusto. Como gustosa fue la breve intervención de Manuela Carrasco. En sólo diez minutos la bailaora se entregó al ritmo reticente de la bulería ternaria, contando con la oscura voz de La Susi para guiar sus evoluciones. Al grupo se unió un Miguel Poveda en estado de gracia que inspiró a Manuela Carrasco en su arte de genio, de entrega absoluta al momento. Cerró la noche Dorantes que, con la compañía a la percusión de Tete Peña, ofreció un pequeño recital de sus grandes éxitos. Como resulta habitual en su música, Dorantes supo ir del intimismo a la épica sin solución de continuidad, con el puente de alguna disonancia y de su búsqueda en los colores modales. Una noche redonda en honor de uno de los grandes cantaores de nuestro tiempo.
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