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Historia de un niño de la guerra

Hubert Haddad presenta en Sevilla su novela 'Opium Poppy', el descarnado viaje de un 'pequeño talibán' a las calles de París.

Hubert Haddad, ayer en la sede de la Fundación Tres Culturas.
Francisco Camero / Sevilla

30 de enero 2013 - 05:00

Su padre estuvo encerrado varios meses en un campo de concentración nazi y salió con vida por los pelos; su abuela materna, víctima de la misma persecución, lloraba al evocar Palestina, en sus sueños el mismo jardín del Edén. Árabe y judío, Hubert Haddad, nacido hace 65 años en la capital de Túnez, francés desde hace 60, cuando con sus padres y hermanos, pobres de solemnidad, emigró a París en busca de una vida mejor, entiende que las reivindicaciones excluyentes y hostiles de la identidad -"uno de los grandes dramas de nuestro tiempo"- no son más que "la marca de una herida, de una castración que no se ha podido asumir".

A él, en plena efervescencia de su rabia juvenil, que lo llevó también a las barricadas estudiantiles de Mayo del 68, le costó aceptar la suya, el vasto y complejo mosaico cultural que explicaba la existencia de su familia, de él mismo, el hecho que los convertía en minoría dentro de las minorías en un mundo que parece no saber funcionar sin "separaciones artificiales"; y a punto estuvo de seguir los pasos de su hermano mayor, con el que -como ha contado alguna vez- entraron en su casa los libros y los discos que le marcaron, y que tras una experiencia frustrante en un kibutz de Israel, rotas sus ilusionas pacifistas, se suicidó. En torno a propios orígenes, Haddad ha construido desde hace cuatro décadas una obra literaria que de alguna manera siempre merodea en torno a los procesos de construcción de la identidad, a la herencia más turbulenta del colonialismo, al fanatismo y la ignorancia, si es que estos dos últimos términos no son redundantes.

Sólo tres de sus muchos libros, que abarcan desde la poesía al ensayo pasando por piezas teatrales, aparte de novelas, se han traducido al castellano, todos en la editorial Demipage. El autor visitó ayer la Fundación Tres Culturas para presentar ante los lectores el último de ellos -tras Palestina, en la que exorcizó en parte el trágico final de su hermano, y el volumen de relatos Viento de primavera-, que bajo el título Opium Poppy reproduce "todo el circuito de la droga" establecido entre Afganistán y los países occidentales, y en esa cadena el tráfico de armas es un eslabón fundamental. Haddad, además, quería hablar de los niños-soldado, era una "obsesión", como reconoció horas antes del acto en un encuentro con la prensa. Primero pensó ambientar la novela en Ruanda, donde estuvo un año antes de sentarse a escribir, pero al final se dio cuenta de que el viaje mismo era un "obstáculo" para que la imaginación volara y eligió el enquistado conflicto afgano. "Todos quieren huir de allí y para ello necesitan medios, que son múltiples, muy a menudo ligados al tráfico de drogas. Muchos niños logran llegar a nuestro bello Occidente, pero no son precisamente acogidos con los brazos abiertos, eso cuando no son repatriados", dice.

Prescindiendo de cualquier visión "moralista", Opium Poppy traza el recorrido de un niño campesino desde la región de Kandahar, bajo control talibán, hasta las calles de París. Un niño que conocerá en su lugar de origen "todos los procesos de destrucción posibles", y que para cuando alcance esa nueva y pacífica realidad, descubirá que "la guerra, para él, no ha terminado", porque "uno no puede salir bien parado", afirma el escritor, de un pasado en el que todos los adultos que lo han rodeado en su vida son, cada uno a su manera, "asesinos".

Más allá de la peripecia del muchacho, impregnada de fatalidad, la novela ofrece una nueva exploración de los resortes de la identidad -que "no se puede concebir si no es a través de la aceptación de la alteridad"-, así como una mirada sombría al paisaje poscolonial, viejas heridas que supuran miseria y violencia. Fruto envenenado de ese legado, dice, es la actual encrucijada de Malí. "Los yihadistas son bandidos que se han encontrado con un arsenal de armas que Occidente soltó en Libia. Obviamente, en África y en otros lugares la cultura musulmana tiene un fundamento humanista. Pero algunos se han apropiado de ella para convertirla en una ideología absurda y destructiva, que se enmarca en ese odio fomentado por el colonialismo; es algo que sigue existiendo en el inconsciente profundo de muchos pueblos africanos".

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