Historia de una letra
La 'futura', creada por el alemán Paul Renner en 1927, ha penetrado hasta nuestro sistema nervioso; a ella le dedica el Cicus una interesante exposición.
Al decir movimiento moderno, nos referimos a las formas culturales que, con insobornable vocación de libertad, brotaron en la sociedad moderna, es decir, la que surge en el siglo XIX, basada en el reconocimiento de los derechos individuales y en la economía de mercado, y en una visión racional de las cosas mediada por la comprensión científica.
Esa cultura heredó de la Ilustración su legado cosmopolita. Si los Estados disputaban entre ellos hasta llegar a la barbarie de la guerra, siempre hubo quien se opuso a ellas (Bertrand Russell, von Hofmannsthal, Einstein) o como Duchamp, se mantuvo al margen de todo entusiasmo militarista. Ese afán de abolir fronteras llegó hasta la tipografía. Es cierto que no faltaron (ni faltan) quienes bajo el señuelo del nacionalismo quieren mantener tipografías arcaicas, herederas de presuntas runas, pero tras las brutalidades de la Primera Guerra Mundial va calando la idea de una tipografía clara y ordenada, que sea adecuado vehículo de la comunicación. La Bauhaus elaboró sucesivos alafabetos pero fue un profesor de diseño en Munich, Paul Renner, el autor de un logro tipográfico que habría de cruzar tres cuartas partes del siglo XX y llegar hasta nosotros: la letra futura.
La cuidada muestra programada por el Cicus y propiciada por el Institut Français (gracias al infatigable esfuerzo de Victoire di Rosa) da cuenta ordenadamente de la expansión de esa tipografía. Sorprende, en primer lugar, la rapidez de su aceptación: en pocos años la adoptan diversas instituciones, el diseño gráfico y la publicidad. La fundición Bauer la incorpora a sus productos; un artista, Kurt Schwitters, logra que se emplee en todos los impresos del Ayuntamiento de Hannover; Wieland Herzfelde la usa en sus iniciativas editoriales y su hermano, John Heartfield, en el diseño de la revista obrera AIZ. Futura traspasa fronteras y diversos profesionales checos y holandeses la importan a sus respectivos países, mientras en Francia, Cassandre la reitera en carteles y diseños publicitarios.
Es cierto que los nazis la vetan por ser, dicen, poco alemana (también expulsaron de su trabajo a Renner) pero en sus iniciativas propagandísticas dirigidas al exterior, emplean la letra futura. Mientras tanto, Laszlò Moholy-Nagy que, exiliado, dirige la New Bauhaus en Chicago, introduce este tipo de letra en Estados Unidos. Allí iba a conocer una singular difusión. Baste citar algunos hechos: se emplea en la placa que habría de conmemorar la llegada del ser humano a la luna, la prefieren muchos publicitarios y optan por ellas artistas como Stanley Kubrick, Ed Ruscha o Barbara Kruger.
Una de las claves de la aceptación de la letra futura es su claridad pero ¿de dónde surge su sencilla nitidez? Paul Renner pensó su alfabeto en estrecha conexión con las formas geométricas. Por esos mismos años, estudiosos de la percepción barajaban hipótesis que cabría llamar de la economía de la percepción: llamaron formas pregnantes a aquéllas que reconocemos y retenemos con mayor facilidad, y entre ellas se encuentran las circunferencias y los perfiles formados por rectas perpendiculares entre sí. Una ojeada al alfabeto de Renner muestra el predominio que tienen en él ambas líneas. A diferencia de la llamada letra inglesa que, aún en los años 50 formaba parte de los ejercicios escolares de caligrafía, la futura es escueta, clara y sencilla. No es extraño, por tanto, que diseñadores y tipógrafos la prefirieran, y adquiriera así una fuerte presencia, digamos, material: se incorpora, mediante la fundición, a los tipos de imprenta, y más tarde entrará con toda naturalidad a formar parte de las fuentes más usadas por los programas de texto de las computadoras.
La impronta idealista de nuestra cultura suele dar mayor importancia a la invención singular que a los fenómenos de transmisión y recepción. Nos entusiasma la metáfora original, singular, pero apenas prestamos atención a esas otras, tan abundantes, que usamos cada día al hablar. Incluso ignoramos ese extraño abuso llamado catacresis que consiste en usar una palabra impropia donde no existe ninguna adecuada y no nos sorprendemos al decir, por ejemplo, hoja de la espada. Estas figuras sedimentadas en la lengua no nos sorprenden aunque modelan y conforman la conciencia. Ese valor tiene la letra futura, el alfabeto ideado por Paul Renner. No parece exagerado decir que ha penetrado hasta nuestro sistema nervioso y que desde allí canaliza la vida y la lengua, dos de los componentes básicos, según Michel Foucault, de la episteme moderna.
La exposición, además de proporcionar fértil información, da que pensar. Recupera un espacio típico de la Ilustración: aquél que nos hace conscientes de las bases en y desde las que conocemos, pensamos, hablamos y quizá también deseamos. Una cura de humildad siempre deseable.
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