Historia breve de un hombre
Aloma Rodríguez publica 'Los idiotas prefieren la montaña', novela donde aborda su amistad con el escritor y cantante Sergio Algora.
LOS IDIOTAS PREFIEREN LA MONTAÑA. Aloma Rodríguez. Xordica. Zaragoza, 2016. 112 páginas. 11,95 euros.
"Finjamos que este café es champán", escribió el cineasta Jim Jarmusch, y eso y no otra cosa es lo que han venido haciendo los amigos del cantante y escritor Sergio Algora, a quien cualquier circunstancia le bastaba para descorchar una botella ("champán para todos", le gustaba decir, y entonces ¡pum! y ¡pum!), y a quien la vida le truncó las burbujas y todo lo demás aquel verano de 2008.
Este propósito de seguir haciendo de lo más cotidiano algo espumoso y con sentido, de seguir adelante con lo que tenemos a mano, de encontrar explicación a la crueldad desde la exacta verosimilitud de lo que ocurre, ha sido el propósito de la escritora Aloma Rodríguez en su nueva novela, Los idiotas prefieren la montaña (Xordica, 2016), donde narra su relación de amistad con Sergio Algora (1969-2008) fundamentalmente desde que ésta empieza a trabajar en su bar, el Bacharach, centro neurálgico de la novela y sus canciones, desde donde enfoca los últimos días del cantante: el funeral, las reacciones de sus amigos, y el cierre, el fin, de casi todo lo que mantenía unido Algora. Todo esto no se da de forma cronológica, sino de forma visceral, sobria, y, quizás, terapéutica como todo diálogo con quien ya no está.
Sergio Algora, voz de El Niño Gusano, reconocida banda indie de los años noventa, de Muy Poca Gente y La Costa Brava más tarde, murió demasiado pronto, como pasó y viene pasando con otros muchos colegas de oficio, pero Algora no jugaba a la muerte, ni quería ser una estrella del pop sino un escritor que vivía feliz y tranquilo en Zaragoza, que llevaba un bar donde se escuchaba la música que no se suele escuchar en los bares, y que sólo quería escribir y vivir. Un escritor que falleció a los treinta y nueve años de un infarto. Y desde entonces a los que tenía cerca sólo les ha quedado hacer de cualquier cosa champán.
"Me desperté tarde. No sé si tenía un mensaje o solo las llamadas perdidas. Estaba sola en casa. Devolví la llamada. Tu socio cogió el teléfono y me dijo que habías muerto. No podía creerle y respondí: "¿Me lo juras?" Hasta eso era herencia tuya. Era el 9 de julio de 2008. Habías tenido un infarto mientras dormías. Aún no habías cumplido los cuarenta años".
En esta novela breve y fragmentada, sin concesiones ni adiposidades, Aloma Rodríguez reconstruye su relación con Algora, y la de otros amigos que los rodeaban entonces. Pero no desde el homenaje, ni desde la biografía, ni desde el duelo o el dolor, aunque de alguna manera asoma todo eso; lo que desarrolla la escritora en estas páginas es una forma de diálogo con el amigo desaparecido a quien no le dijo muchas cosas que le hubiera gustado decirle y que tampoco aquí acaba por decírselas del todo, y eso nos sostiene la novela; esa forma de carta en la que casi zarandea de la camisa al cantante para pedirle explicaciones mientras a ratos va contándole lo que pasó tras su muerte, lo que dijo tal y cual amigo, y así hasta encontrar un porqué mientras reivindica y desgrana el enorme talento de Algora a través de sus textos. También es un encuentro con el desencanto de una generación muy prometedora, y algo acomodada, que se da de bruces con la madurez a través del camino más rudo y eficaz: la muerte. Y no será la única que golpee a la autora. El escritor Félix Romeo murió también de un paro cardíaco mientras dormía en su casa: "El 7 de octubre Félix Romeo murió de un infarto mientras dormía. En mi casa. Y tu muerte inesperada se convirtió en ensayo general de la de Félix". Dos muertes que trata de situar y de organizar para así poder pasar y escribir página, apoyándose en el propio legado de los dos autores desaparecidos, dos presencias que se palpan en el libro y que acabaron empujándola a él.
A pesar de la temática, Los idiotas prefieren la montaña continúa la voz de Aloma Rodríguez iniciada ya en sus anteriores trabajos, donde su entorno y su propia vida mantienen el peso narrativo yendo mucho más lejos de lo meramente autobiográfico, que ya sería bastante: Zaragoza, la amistad, el desengaño de una generación a la que se le prometió otra cosa pero que tampoco se queja demasiado, y personajes como su novio Barreiros (al que Algora llamaba 9mm parabellum), que en la imaginación del lector viene a ser un híbrido entre Jon Kortajarena y Osvaldo Lamborghini.
Que este libro salga casi una década después del fallecimiento del cantante no es baladí, en ese tiempo la escritora ha reposado y cuestionado la utilidad lo que aquí presenta para finalmente hacer de todo esto algo que sume y contagie vida desde la pérdida, para dar un lugar en la memoria a los textos y canciones de su amigo. A pesar de alejarse del luto y de la autocompasión, se suma con esta novela a la mejor literatura de duelo, espacio incómodo donde las obras de Sergio del Molino o Piedad Bonnett han labrado lo mejor de nuestra literatura última. Obras que desde la serenidad y sobriedad llevan al dolor, a lo que no tiene nombre, a un lugar que enriquece e ilumina un camino del que ya no se esperaba nada, y, sin pretenderlo, empuja al lector al estremecimiento de vivir.
Y todo esto para que el café vuelva a ser café del bueno, y el champán, ya puestos, champán del caro; para que la vida continúe, y para todo lo demás: "Escribo esto para recordarlo, para fijarlo, para no olvidarme, para saber de qué me acuerdo, para preguntarme qué no recuerdo, a qué no le presté atención […] Escribo esto aunque sé que probablemente no te gustaría. Escribo esto porque no puedo hacer otra cosa".
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