"Hablamos sobre sexo desde un vértigo moral"
Manuel Vilas. Escritor
Manuel Vilas propone una novela de sexo explícito, planteada desde una visión masculina, con 'El luminoso regalo', nueva muestra de los riesgos que toma un autor valiente e inclasificable.
Manuel Vilas, uno de los narradores (y poetas) más audaces y sólidos de la literatura española, ofrece en El luminoso regalo (Alfaguara) su particular interpretación de 2001: Una odisea en el espacio. El escritor identifica el erotismo como el contenido de ese monolito que Kubrick dejó a la interpretación del espectador, como el paso que posibilitó avanzar del reino animal al homo sapiens. Más allá de la ironía, el escritor se adentra en las complejas y alucinadas dependencias de la intimidad sexual en un relato en el que, admite Vilas, que presentó su libro en Sevilla de la mano del Centro Andaluz de las Letras, "el lector puede elegir lo que quiera: una trama compleja o una novela pornográfica, incluso una novela cervantina".
-El personaje de Ester mantiene que ningún ser humano en la Historia ha resuelto satisfactoriamente el tema del sexo.
-En el sexo está la fuerza de la vida, su misterio, algo que nadie sabe lo que es. Pero Víctor y Ester son dos buscadores, dos exploradores sexuales, dos adictos, que acaban siendo transgresores, y en la transgresión siempre acaban encontrándose el fantasma del mal y la destrucción. El erotismo es fruto de la inteligencia, y la inteligencia lleva a la crueldad.
-Ester es una mujer ciertamente compleja: hiere a sus amantes, pero se engaña pensando que tiene un fondo de bondad. No ha querido quedarse en el cliché de la devoradora de hombres...
-En la mente de Víctor, cuando narra él, ella aparece como una ninfómana, pero luego hay un capítulo importantísimo donde narra ella en el que el lector se queda asombrado, porque no es más que una mujer enamorada. Pero también es una mujer tóxica, hace una cosa endemoniada: narra su vida erótica a sus otros amantes, lo que es de una toxicidad moral terrible. Eso apabulla a los hombres, es algo que les atrae y les repele, un tema escabroso.
-A Víctor, que también tiene un extenso historial amoroso, le obsesiona la promiscuidad de ella, como si todavía el hombre no estuviese habituado a la libertad de la mujer.
-La promiscuidad, en el fondo, es un tema político. El psicoanálisis de inspiración marxista dice que sólo puede darse en la aristocracia; el primer promiscuo fue Sade. La monogamia estaba reservada a la clase trabajadora. Esto también lo dice Bataille: el promiscuo no trabaja, gasta su energía en el sexo. La promiscuidad estaba mal vista porque va contra el mundo del trabajo. Y ahora se ha trasladado de la aristocracia del siglo XVIII al mundo del dinero, de la alta política, de las finanzas, de los artistas multimillonarios. Un trabajador de la construcción no tiene tiempo para ser promiscuo, aunque lo pueda intentar, claro. Y luego estaría el fantasma del amor, que es la gran idea, la gran construcción del judeocristianismo, que sana y cauteriza la biología del sexo; la vida conyugal, que es la solución a los problemas de la animalidad, del atavismo sexual.
-Que los personajes sean promiscuos le permite reivindicar a Gil de Biedma como "cofrade mayor" de una singular hermandad.
-Una de las cosas que obsesiona a Víctor, como decíamos, es saber con cuántos hombres se ha acostado Ester. Él le quiere llevar la aritmética, y ella se niega, aunque tiene una libreta donde sí contabiliza a sus amantes. Y ahí aparece Jaime Gil de Biedma. ¿Qué número totémico puede representar la promiscuidad? Yo cogí los cuatrocientos cuerpos que se mencionan en Pandémica y celeste: "Para saber de amor, para aprenderle, haber estado solo es necesario. Y es necesario en cuatrocientas noches -con cuatrocientos cuerpos diferentes- haber hecho el amor..." Es una ironía, una parodia cultural, pero me pareció divertido que Gil de Biedma estimara en 400 los hombres o las mujeres con los que hay que acostarse para llegar a un conocimiento suficiente de la especie. Es una pregunta sencilla, pero la respuesta es terrorífica, porque nadie lo sabe.
-En la novela se dice que en la izquierda española predominan los valores tradicionales, que se ha tenido una actitud muy conservadora con respecto al sexo.
-Es que en España se viene hablando de sexo desde hace cuatro días. Y la manera en que se habla ahora es muy convencional, muy estereotipada. Si nos ponemos lacanianos, eso significa que hay un terror detrás. Ya es revelador el problema lingüístico para nombrar el acto sexual: ni en castellano ni en inglés ni en francés hay una palabra que no se acerque a lo soez o que no resulte cursi. En España se emplea follar, que es ordinario; si empleas hacer el amor te vas a lo cursi. Si dices me he acostado con, da una sensación hospitalaria. El joder cayó en desuso, era un verbo del franquismo. Yo creo que sólo lo utilizaba Cela, y muerto él ha desaparecido. La misma problemática se da a la hora de nombrar la genitalidad femenina o masculina. Ese detalle no es baladí, ni es accidental, está indicando algo. Además, si usamos la palabra follar es porque vemos el sexo como algo sucio. Nadie emplea ese verbo sin cierto vértigo moral.
-Hombres y mujeres se comportan de diferente forma ante el sexo: ellos usan las palabras como "un rito más de apareamiento"; las mujeres, en cambio, creen en el significado de lo que se dice.
-Y en ese sentido mi novela es claramente masculina: si Cincuenta sombras de Grey es el sexo visto desde la feminidad, desde la mujer, esta novela ofrecería la visión de los hombres. Hay un porno para hombres y otro para mujeres, está claro. La mujer que quiera saber cómo va el sexo en los hombres, que lea mi novela. En la mirada de las mujeres hay predominio de la sensualidad, la seducción, el juego, el enamoramiento, la lubricidad; y en el sexo visto por varones estarían el dominio, la brutalidad, la penetración, el vigor, la exageración, la corporalidad extrema. Son perspectivas muy distintas. Yo quería escribir una obra de sexo explícito, muy masculina, con la parte excremental del sexo, que siempre se nos niega. Víctor siempre está reflexionando sobre fluidos.
-Por la novela asoma Cumbres borrascosas, y no parece una mención inocente. Su obra ha dejado atrás la posmodernidad.
-Creo que un escritor, o un artista, se debe reinventar cada cierto tiempo. Nadie le pone pegas a las distintas épocas de Picasso. Es una novela de planteamiento y desenlace, muy convencional en comparación con mis narraciones anteriores. A mí ya no me interesa el siglo XX. Yo soy voluble, y reivindico la volubilidad de los escritores. A mí me encasillaron como mutante y ahora soy decimonónico. Sí, Foster Wallace me ha interesado mucho durante años, pero ahora lo que quiero es releer Ana Karenina. De hecho, llevo un ejemplar del libro en la maleta.
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