Habitaciones propias
La escritora y crítica catalana Mª Ángeles Cabré publica una colección de retratos que abordan la trayectoria de ocho autoras ineludibles del siglo XX.
A CONTRACORRIENTE. ESCRITORAS A LA INTEMPERIE DEL SIGLO XX. María Ángeles Cabré. Elba. Barcelona, 2015. 280 páginas. 21 euros.
Es evidente que durante siglos, como afirma la autora de este ensayo, la literatura fue, con apenas excepciones, "una patria exclusivamente masculina", y no hace falta suscribir por entero los argumentos de la crítica militante para concluir que ese predominio se debió a una deliberada voluntad de exclusión que hasta hace no tanto convertía la tarea creadora o intelectual de las mujeres -cuya supuesta inferioridad en estos terrenos han sostenido, con palabras que hoy nos parecen sonrojantes, muchas luminarias del pasado- en un empeño heroico o directamente imposible. Las cosas han cambiado mucho desde que Virginia Woolf publicara Una habitación propia (1929) y a ello ha contribuido la aparición de estudios que analizan las raíces culturales de la misoginia, recuperan voces más o menos soterradas, cuestionan el lugar otorgado a las escritoras en el canon o señalan la infrarrepresentación que todavía hoy condiciona la vida literaria. En esta corriente se inscriben el reciente ensayo de Clara Janés, muy expresivamente titulado -con fray Luis de León- Guardar la casa y cerrar la boca (Siruela) o el nuevo de Mª Ángeles Cabré, donde la autora de Leer y escribir en femenino (Aresta) aborda la trayectoria de ocho escritoras incuestionables del siglo XX -Virginia Woolf, Isak Dinesen, Irène Némirovsky, Hannah Arendt, Mercè Rodoreda, Elsa Morante, Carson McCullers y Alejandra Pizarnik- que llevaron "vidas intensas" y cuyo itinerario, plagado de obstáculos, ejemplifica la victoria a veces póstuma frente a todo tipo de adversidades.
Son autoras muy distintas, desde luego, pero la mirada de Cabré se centra no sólo en las obras respectivas sino también en la disposición con la que aquellas las afrontaron -tenaz, independiente, en muchos casos transgresora- o en las dificultades específicas que tuvieron que superar para llevar a efecto una vocación irrenunciable. Y de hecho, pese a las lógicas diferencias en cuanto al tiempo, la lengua, la tradición o el género, algunas de las definiciones que aportan los títulos -el coraje literario (Woolf), el triunfo del espíritu crítico (Arendt) o la voluntad creadora (Rodoreda)- servirían para caracterizar a varias de ellas o al conjunto. Por otra parte la intención reivindicativa, brevemente expuesta al comienzo, no es recogida en las semblanzas de esa manera reductora o demasiado insistente que malogra empeños parecidos, cuando se conciben como panfletos adoctrinadores, y Cabré se muestra respetuosa con la originalidad irreductible de cualquier artista sin convertir a 'sus' autoras en "pancartas vivientes" (Woolf). La colección, por ello, aunque contiene algún desliz -hablando de Pizarnik, atribuye por dos veces a Baudelaire la rimbaudiana Temporada en el infierno- y no descubrirá grandes novedades a los devotos de una u otra autora, se lee con interés, está redactada con buen pulso y cumple con amenidad y eficacia su propósito divulgativo.
Refiriéndose a la 'salonnière' Rahel Varnhagen, de quien escribió una biografía, dijo Arendt que había elegido "exponerse a la vida para que la vida la golpeara, como golpea la tormenta cuando uno no lleva paraguas". Y esa imagen de la intemperie, término que no por casualidad aparece en el subtítulo del ensayo de Cabré, describe bien la osadía o el arrojo de autoras que hasta cierto punto debieron mostrar su talento "a contracorriente", no sin reconocimiento pero a menudo frente al desdén tácito o expreso de parte de sus contemporáneos. Lo cierto, sin embargo, es que las ocho figuras retratadas -que no son por supuesto las únicas cuyos nombres podrían aducirse, la propia ensayista cita a otras "pioneras" como Yourcenar, Lispector, Plath, Zambrano, Duras, Lessing, Ginzburg, Sontag o Bachman- forman hoy parte indudable del "reducido elenco de los clásicos modernos" independientemente de su sexo. Otra cosa es que quienes sancionan los prestigios se muestren mucho más dispuestos a acoger a escritoras ya fallecidas que a valorar sin prejuicios -porque los sigue habiendo, aunque ya no sea de buen tono mostrarlos abiertamente- a las que han seguido su camino.
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