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Soleá para un bailaor

El Güito | Crítica

José Manuel Gamboa publica un apasionado fresco del flamenco del siglo XX articulado en torno a la figura del bailaor Eduardo Serrano 'El Güito'

Foto promocional de El Güito para la portada del EP editado por Columbia en 1963.

La ficha

Eduardo Serrano 'El Güito'. José Manuel Gamboa, El Flamenco Vive/Aleceya, 399 pp.

Es un libro de memorias de El Güito, pero también un fresco del flamenco de la segunda mitad del siglo XX, debido al paso del bailaor por los tablaos, la filmografía flamenca, y compañías como las de Juanito Valderrama, Manolo Caracol, Manuela Vargas, Pilar López o el Ballet Nacional. Así, Gamboa, a partir de los programas de mano de la maestra, aporta un útil cuadro cronológico con los sucesivos intérpretes que pasaron por la compañía de Pilar López en la que militaron grandes estrellas de lo jondo como el italoamericano José Greco, los mexicanos Manolo Vargas y Roberto Ximénez, la portorriqueña Gilda Navarra, el sevillano-holandés Alberto Lorca, el argentino Paco de Ronda y los españoles Elvira Real, Pilar Calvo, Dorita Ruiz, Lola de Ronda, Alejandro Vega, Farruco, Antonio Gades, Caracolillo, José de la Vega, Curro Vélez , Mario Maya y, por supuesto, El Güito, entre otros muchos. El Soirt que aparece en los programas de mano de la maestra como autor de todas las piezas populares (seguiriyas, caña, fandangos, caracoles, etc.) no era sino el marido de Pilar López, es decir, Tomás Ríos, Trios pero al revés, Soirt. Por cierto que, hablando de Farruco, cuyo nieto es el prologuista en verso de esta obra, he encontrado una grabación en audio en la que el gran bailaor interpreta en disco, junto a Pilar López y Paco de Ronda, nada menos que el Albaicín de Albéniz, información que corroboramos con un programa de mano de 1956. Es decir que la danza llamada española y el flamenco en aquel momento estaban más cerca de lo que a veces nos han contado o hemos entendido. El Güito fue el sustituto natural de Farruco en esta compañía y, en 1959 ganó el premio del Teatro de las Naciones de París al mejor intérprete de danza de la temporada. Tenía 17 años, llevando dos en el seno de la compañía, y desde febrero de ese año protagoniza en solitario un número titulado Soleá para un bailaor, como parte de la obra El café de Chinitas. De hecho, el baile que estará asociado siempre a El Güito será la soleá. Señala Gamboa en estas memorias que la soleá de El Güito está posiblemente influida por la Danza del Chivato. Este último número pertenece a la obra La romería de los cornudos que Gustavo Pittaluga compuso para La Argentina que, no obstante, nunca la estrenó en formato escénico sino tan sólo en formato de concierto (1930). Más tarde Custodia Romero (1931) y, celebradamente, La Argentinita (1933), la estrenarían en formato escénico. En esta última versión, la Danza del Chivato estaba interpretada por Rafael Ortega. La Argentinita repuso la obra en Nueva York cuando su compañía había quedado en España, para lo cual tuvo que echar mano del Ballet Ruso de Montecarlo (1944). Por cierto que esta obra está filmada y se conserva una copia en la Biblioteca de las Artes Escénicas de Nueva York. Pilar López, una vez muerta su hermana, retomó la obra a su vuelta en España. O, sino la obra completa, al menos esta pieza, la Danza del Chivato, que permaneció como parte del repertorio de la compañía, en interpretación, primero de Manolo Vargas (desde 1948) y después de Antonio Gades (desde 1955). Y, como afirma Gamboa, al parecer influyó sobremanera en el concepto de la soleá de El Güito. El lector se puede hacer su propia idea ya que, como también señala Gamboa, esta Danza del Chivato en interpretación de Gades fue filmada para la película Último encuentro (1966), dirigida por Antonio Eceiza. O sea que, de nuevo, la llamada danza española y el flamenco están más cerca de lo que nos habían contado. O habíamos entendido.

Portada del libro.

El bailaor madrileño Eduardo Serrano Iglesias, El Güito para el arte flamenco (Madrid, 1942) ha sido uno de los máximos representantes de la danza clásica masculina flamenca. Destacó por su colocación y su zapateado tradicional. Su formación artística vino de la mano de maestros como Antonio Marín o Pilar López. El bailaor, que ya tenía una carrera, incluso cinematográfica, como niño prodigio del baile, entró con 14 años en la compañía de la maestra Pilar López, donde coincidió con otras figuras como Antonio Gades o Mario Maya, permaneciendo en la misma hasta 1959. En los 60 militó en la compañía de Manuela Vargas. Con Mario Maya, junto a la también madrileña Carmen Mora, formó en 1970 el mítico Trío Madrid. Su paso a dos al unísono con Maya a ritmo de bulería por soleá, felizmente registrado por las cámaras de Televisión Española en 1974, una vez que ya estaba disuelto el trío, constituyen uno de los tesoros coreográficos de la historia del flamenco.

Estrella, ya con compañía propia, de tablaos (los Canasteros, Torres Bermejas, El Duende), salas de fiesta y festivales (Mairena del Alcor, Cumbre Flamenca, Bienal de Sevilla, De las Minas, Jerez, etc.), es desde sus mismos inicios uno de los bailaores flamencos con mayor proyección internacional. De hecho en 1959 recibió en París el premio del Théatre des Nations al mejor bailaor de esa temporada. Intervino en varias películas como Gitana de Joaquín Bollo Muro (1965) donde baila una farruca antológica, como subraya Gamboa, que dedica un capítulo, asimismo, a la fallida intervención del bailaor en Bodas de sangre (1981) de Carlos Saura. Está en posesión, además del mencionado, de los premios Calle de Alcalá (1996) y el Premio Nacional de la Cátedra de Flamencología (1997), entre otros. En 2015 recibió el Compás del Cante de la Fundación Cruzcampo. En 1999 presentó con Manolete Puro y jondo. Su baile por soleá forma parte ya de la historia del flamenco contemporáneo: una creación magna, prodigio de majestuosidad, elegancia, hieratismo y sobriedad a la que, según cuenta Pedro G. Romero en esta obra, no es del todo ajena la danza académica rusa: la maestra Pilar López le puso a Güito una maestra de baile rusa durante los años que estuvo en la compañía.

El arte de El Güito sigue siendo necesario hoy. En los tiempos del frenesí, el maestro de Madrid aporta una lección de sobriedad viril, de entereza, de mantener la cabeza en alto y la dignidad jonda sin apretar los dientes. La soleá de El Güito para los relojes. Es una estética de otro tiempo, porque no ha tenido continuidad, ha sido derrotada por otras fórmulas. Emilio de Diego subraya en este libro lo complicado que es tocar los silencios al Güito. Una lección de las formas clásicas de hace más de medio siglo. El arte de la lentitud, de la contención. El arte de medir y medirse, de saber y saberse. El arte de depurarse, aunque se trate de una fórmula que nació madura, en la plenitud de su ser, como podemos comprobar en la Antología dramática del flamenco (1963) de José Moleón, afortunadamente registrada para la posteridad por las cámaras de la televisión francesa.

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