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Músicas para un largo viaje

VANDALIA | CRÍTICA

El narrador Miguel Cubero y los integrantes de Vandalia. / Federico Mantecón
Andrés Moreno Mengíbar

16 de diciembre 2022 - 23:10

La ficha

*****Programa: Obras de P. Fernández de Castilleja, A. Willaert, G. Zarlino, A. Gabrielli, J. Hanelle, F. Guerrero y anónimas . Intérpretes: Rocío de Frutos (soprano), José E.García (alto), Gabriel Díaz (alto), Víctor Sordo (tenor), Javier Cuevas (bajo) y Miguel Cubero (actor). Lugar: Espacio Turina. Fecha: Viernes, 16 de diciembre. Aforo: Un tercio.

“Digo ciertamente que, con aver andado entre turcos y moros y alárabes, ni tubimos pesadumbre ni peligro sino en Francia”. Así, con su pizca de guasa sevillana, concluye su Viaje de Jerusalem Francisco Guerrero, maestro de capilla de la sede hispalense. Setenta años después de otra peregrinación a Tierra Santa de otro sevillano ilustre, Fadrique Enríquez de Ribera, Guerrero narra con lenguaje fluido y vivaz las peripecias de su andadura, no dejando de señalar interesantes apreciaciones y noticias sobre las músicas de las ciudades por las que transcurrió su periplo.

Dichas indicaciones han servido a Vandalia para diseñar un atractivo y muy bien construido programa que, además, servía para rememorar los diez años justos del primer concierto de este grupo que, a día de hoy, se ha consolidado como uno de los mejores conjuntos vocales especializados en polifonía del país. Tal categoría no procede tan solo de la calidad intrínseca de sus interpretaciones, sino del interés y originalidad de sus programas. Valga el caso de este último concierto, en el que las piezas de Guerrero compartían viaje con otras de diversas procedencias pero conectadas directamente con la narración. Aquí jugó un papel relevante Miguel Cubero con una narración llena de gracia y de viveza. La misma que Vandalia derrochó en las chanzonetas y villancicos, articulados con atención a los acentos y dinámicas y a la pronunciación. Los tiempos seleccionados fueron siempre vivos y animados, muy acordes con el carácter festivo de sus textos y con el origen profano de muchas de estas piezas, volcadas a lo divino con posterioridad por el propio Guerrero. Hubo infinidad de detalles, de inflexiones y juegos dinámicos, incluso de guiños teatrales en “Oid, oid”. Por otra parte, en las pierzas latinas, más litúrgicas, la unción espiritual no estuvo reñida con la atención a los sutiles madrigalismos que permite una interpretación que vaya más allá de la mera belleza del sonido. Hubo momentos muy recogidos y con un clima muy delicado, como el villancico a tres voces "Pastor, quien madre Virgen" o, sobre todo, en "O Sacra Virgo Virginum" de Jean de Hanelle, una pieza típica del Ars subitilior de líneas superiores muy floridas sustentadas sobre sólidos bordones en el bajo. La calidad del sonido global del grupo descansa sobre el respeto a la personalidad tímbrica de cada cantante y sobre la identidad a la hora de frasear y articular, de manera que se puede disfrutar en sus interpretaciones de la solidez y contundencia del bajo Javier Cuevas, de la claridad del tenor Víctor Sordo (estupendos melismas y cromatismos en la pieza bizantina "Eis polla eti"), el brillo y las inflexiones de los altos Gabriel Díaz y José Enrique García y el timbre inconfundible y la minuciosidad de la articulación de Rocío de Frutos.

En recuerdo de aquel primer concierto de hace una década, repitieron el villancico "Niño Dios de amor herido", de Guerrero, de forma aún más brillante y conjuntada si cabe que en su primera vez.

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