Grotesco ejercicio de falsa provocación
Crítica 'Elle'
ELLE. Drama, Francia, 2016. 130 min. Dirección: Paul Verhoeven. Guión: David Birke (Novela: Philippe Djian). Música: Anne Dudley. Fotografía: Stéphane Fontaine. Intérpretes: Isabelle Huppert, Laurent Lafitte, Anne Consigny, Charles Berling, Virginie Efira, Lucas Prisor, Christian Berkel, Alice Isaaz, Jonas Bloquet, Vimala Pons.
El inclasificable Paul Verhoeven es capaz de lo peor (aquella Delicias turcas que lo dio a conocer fuera de su país o churros posteriores como Showgirls) y de lo mejor en el terreno de la ciencia ficción (Robocop, Desafío total, Starship Troopers), con mediocridades intermedias (Instinto básico, El hombre sin sombra, El libro negro). El lazo que lo une todo es el gusto por lo turbio, lo escabroso y lo violento. En este sentido Elle podría ser su sueño porque los tres ingredientes se sirven con extremada generosidad. No le falta de nada. Un padre que fue asesino en serie de niños. Una madre adicta a los prostitutos jovencitos. Su fría, millonaria y calculadora hija, empresaria de una industria de videojuegos (tan violentos como suelen serlo) que dan a Verhoeven la ocasión de incluir algunas escenas asquerosas. Un tipo enmascarado que la viola brutalmente sin que ella lo denuncie. Un hijo con una novia estúpida que le regala un nieto sospechosamente negro. Sumen un vecino que es el Flanders de los Simpson pasado de rosca y tendrán casi completa la galería de monstruos en la que reina como la monstrua mayor Isabelle Huppert, tan magnífica actriz y como rasposa y antipática en los personajes retorcidos y crueles que tanto le gusta interpretar.
La novela Oh… de Philippe Djian, autor de rebuscadas tramas negras llevadas al cine por Beineix (Betty Blue) y Boisset (Bleue comme l'enfer), parece un regalo hecho a Verhoeven para que el director holandés vuelque todo su gusto por lo retorcido y lo oscuro que, supuestamente, pueblan las mentes de todos los seres humanos (o por lo menos de aquellos cuyas historias son dignas de ser contadas). Aunque a través de su filmografía se intuye -y en esta película se explicita- una ambición mayor: esta monstruosidad es la naturaleza humana.
Esta grotesca falsificación de lo provocativo, lo duro o hasta lo surreal apasionará a los misántropos, divertirá a los misóginos, regodeará a los morbosos que precisan de coartadas intelectuales de qualité y dará mucho juego a los apasionados por sacar jugo psicoanalítico de las películas. Antes a este tipo de obras desmadradas hasta incurrir voluntariamente en lo grotesco se las llamaba granguiñolescas en recuerdo de los sangrientos espectáculos del teatro Grand Guignol parisimo. Aldrich era frecuentemente adjetivado así. Verhoeven es aquí más frío y no recurre a los efectos de luz y maquillaje propios de lo granguiñolesco. Pero se le aproxima hasta rozar (creo que involuntariamente) lo grotesco a través de un pretendido y negro sentido del humor que se desmadra a partir del numerito de los prismáticos, el vecino y los Reyes Magos.
A los colegas críticos les ha gustado mucho. A mí me ha aburrido. Me sobra su gratuito retorcimiento y su pueril afán por provocar. Verhoeven es Disney si lo comparáramos con Von Stroheim, Von Sternberg o Buñuel. Lo que se empieza a desvelar tras una primera media hora soporífera anima un poco la cosa, pero tampoco me sacaron del sopor. En cuanto al sentido del humor, si lo hay, que dicen que sí, no lo capto.
Estupenda banda sonora, eso sí, de Anne Dudley muy bien utilizada por Verhoeven que desde el Manos Hadjidakis de Delicias turcas al Goldsmith de Desafío total, Instinto básico o El hombre sin sombra, siempre ha sabido elegir a los músicos.
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