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Crítica de Cine
**** 'El viajante' Drama, Irán, 2016, 117 min. Dirección y guion: Asghar Farhadi. Fotografía: Hossein Jafarian. Música: Sattar Oraki. Intérpretes: Shahab Hosseini, Taraneh Alidoosti, Babak Karimi, Mina Sadati.
Dios nos libre de airear sus dos Oscar como garantía de mérito y valor, pero los hechos dictan que el iraní Asghar Farhadi se cuenta ya entre la privilegiada nómina de cineastas extranjeros o de "habla no inglesa" que tienen más de uno (o alguno más) en su currículo junto a De Sica, Fellini o Bergman.
Nunca sabremos del todo las razones de la buena prensa en Hollywood de un cineasta al que descubrimos (algo tarde) con aquella A propósito de Elly que revelaba a un poderoso talento dramático de estilo vibrante tras cuya película podía leerse una interpretación indirecta de las tensiones sociales, el desequilibrio de género y la escasez de libertades en el Irán contemporáneo, en un registro más directo o tal vez no tan riguroso y experimental como el de sus más celebrados compatriotas Kiarostami, Makmalbahf o Panahi.
Nader y Simin, una separaciónprimero y El pasado después, esta vez desde Francia aunque sin perder demasiadas esencias, confirmaban un mismo pulso y una misma intensidad en la mirada a la crisis de pareja como epicentro desde el que contar muchas más cosas sobre la complejidad de la condición humana sometida a un escrutinio realista, misterioso y honesto.
El viajante regresa a Irán de la mano de una doble pirueta de incierto simbolismo y eco metafórico que desdobla a sus personajes entre el escenario teatral donde representan La muerte de un viajante de Miller y unas vidas en plena mudanza (grietas y amenaza de ruina mediante) que se verán sacudidas por un inesperado y dramático acontecimiento.
Lo que hasta entonces se había desarrollado como retrato en detalle de la cotidianidad profesional e íntima de la pareja, despegará entonces hacia ese territorio dramático incómodo en el que, paradójicamente, Farhadi se siente siempre tan a gusto, es decir, en ese paulatino proceso de la ruptura de los rituales de la apariencia y el afloramiento de la verdadera personalidad que va dejando ver no sólo los mecanismos de la crisis y la degradación de la pareja sino también las dinámicas sociales y políticas de mucho mayor alcance que definen a una sociedad lastrada por la tradición, el machismo y un extraño y deformado sentido de la justicia.
Farhadi nos pone de nuevo ante un espejo en el que reconocemos gestos y comportamientos desesperados, silencios lícitos, negociaciones dolorosas y resoluciones insatisfactorias. Tal vez sólo podamos reprocharle que, en esta ocasión, la escritura acabe asomando más de la cuenta a la superficie eléctrica, tensa y dinámica de su puesta en escena, en forma de giros, quiebros y casualidades que se nos antojan demasiado precisos y calculados para el crescendo y la catarsis que busca su película.
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