Grandes, medianas y pequeñas

El modelo industrial español sigue sin afrontar su crisis y su uniformidad

Foto de familia de varios de los premiados con la presentadora Eva Hache tras la gala de los Goya.
Foto de familia de varios de los premiados con la presentadora Eva Hache tras la gala de los Goya.
Manuel J. Lombardo / Sevilla

19 de febrero 2013 - 05:00

Dejo a los cronistas de diario las polémicas sobre el sesgo político, la calidad de los chistes o el tradicional aburrimiento de la gala de los Goya que coronó a Blancanieves, de Pablo Berger, como la gran triunfadora en los premios que entrega cada año el gremio de profesionales del cine español. Prefiero centrarme en los discursos del presidente de la Academia, Enrique González Macho, y del director de Lo imposible, Juan Antonio Bayona, síntomas de esa esquizofrenia paranoide tan cara a nuestro cine a la que, por cierto, el propio Berger dio carta de naturaleza en su confuso speech final en el que celebró a un tiempo el carácter "industrial" y la necesidad de "libertad".

Persistente en su cantinela, González Macho se pertrechó tras la subida del IVA cultural, la piratería (su particular bestia negra), el canon digital y la necesidad de apoyo de la televisión pública para desviar, una vez más, la atención hacia afuera, sin capacidad de autocrítica alguna sobre la calidad media de los "productos" del sector o las medidas destinadas a reconectar al público (perdido) con esa tan cacareada idea del cine como "patrimonio cultural". A la vista de las otras dos grandes triunfadoras de la noche, Lo imposible y Las aventuras de Tadeo Jones, resulta paradójico reivindicar el cine como parte del legado cultural de una nación cuando se premian productos de imitación (hollywoodiense) sin identidad diseñados para el mercado global.

A Bayona lo hemos visto estos días exhibiendo orgulloso las cifras de taquilla de Lo imposible, tanto que se diría que iba a los Goya con el premio ya recogido y con un cierto espíritu desafiante ante sus compañeros o sus detractores. En efecto, su discurso como mejor director (sic) insistió en la superación de complejos que legitima su megalomanía como gestor de blockbusters globalizados (tanto que no parezcan españoles) para luego subrayar que en el cine español "debe haber películas grandes, medianas y pequeñas". Olvida Bayona que a los Goya sólo suelen acudir las películas grandes, si acaso alguna mediana, nunca las pequeñas, a saber, las que verdaderamente entienden eso del "cine libre" con lo que terminaría por liarse Berger. Por si fuera poco, el realizador compartió su Goya con la protagonista real de la odisea que narra su película, última demostración de cinismo y pornografía sentimental, esta vez sin violines ni carnes abiertas, que le faltaba a su recorrido planetario.

Nuestro modelo industrial es mucho más uniformado de lo que nos quiere hacer pensar cada año la Academia, a pesar de blancos y negros, mudez, adaptaciones libres de cuentos clásicos, polis corruptos, héroes animados o tsunamis digitales. Un uniforme que pasa por la deuda con los modelos televisivos, la desconsideración hacia la diversidad o la inteligencia del público, la ausencia de debate estético o la flagrante desconexión con la realidad, más flagrante aún cuando desde la platea se reivindican posiciones políticas que luego nunca aparecen ni en los temas ni formas de las películas, o al menos en las que llegan a los Goya.

Así, nada más falaz e irreconciliable que ese "industria + cine libre", nada menos resuelto en una cinematografía que no sólo no afronta su presente y su crisis de cara, sino que esconde la cabeza como un avestruz para sacarla apenas una vez al año a la luz de los focos.

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