Goya: 2 y 3 de mayo

ARTE PARA EL CONFINAMIENTO

El pintor aragonés no narra la insurrección de 1808 en sus dos célebres cuadros del Museo del Prado sino que incorpora al drama a quien los mira

El 3 de mayo en Madrid o 'Los fusilamientos' de Goya.
El 3 de mayo en Madrid o 'Los fusilamientos' de Goya. / Museo Del Prado
Juan Bosco Díaz-Urmeneta

21 de abril 2020 - 06:02

La mañana del dos de mayo, cuando Gabriel Araceli, protagonista de la primera serie de los Episodios Nacionales, iba hacia la Cuesta de la Vega, al pie del Palacio Real, tropezó con una multitud expectante y airada. Quieren llevarse a Francia a los infantes, le dijeron. Con el gentío fue Gabriel por la calle Mayor hasta la Puerta del Sol y allí se enfrentó a dragones y mamelucos. Volvió después a su casa, junto al parque de artillería de Monteleón e intervino en su defensa, pero al saber que los franceses habían detenido a Inés, la buscó sin descanso en el Paseo del Prado y la Moncloa, donde los soldados de Murat ejecutaban sin juicio a vecinos de Madrid. De este modo, Galdós, sesenta y cinco años después, traza, con las idas y venidas de su personaje, los cuatro actos, síntesis en la memoria popular de la insurrección de 1808: alarma ante el Palacio Real, enfrentamientos en la Puerta del Sol, defensa del parque de artillería y fusilamientos en el Prado y la Moncloa.

La estampa ya había fijado en esos cuatro momentos lo ocurrido en Madrid el 2 de mayo. Los grabados de Blanco y Carrafa, sobre dibujos de Ribelles y González Velázquez y los de Tomás López de Enguídanos eran bien conocidos en 1813 y alguno pudo correr clandestinamente aun bajo la ocupación.

Esta reiteración de las cuatro escenas llevó a algunos estudiosos de Goya a buscar sin descanso los dos cuadros que debían completar La carga de los mamelucos y Los fusilamientos de 3 de mayo. Indagación estéril porque, como sugiere Manuela Mena, las piezas de Goya se entienden mejor como un gran díptico cuyo sentido veremos enseguida.

Hay diferencias significativas entre los cuadros de Goya y los grabados. Éstos, en los sucesos de la Puerta del Sol, quieren dar exacta cuenta del lugar y en él disponen los protagonistas al uso de la pintura histórica: a los soldados, casi en orden de batalla, se enfrentan caballeros de levita y chistera, y hombres de calzón corto y pañuelo anudado en la cabeza. Goya evita las exactas referencias a la Puerta del Sol, traza una arquitectura de fuertes oblicuas y subraya con una gran diagonal la fuerza de una multitud que más que resistir a las tropas de élite de Napoleón parece acosarlas. Es un vendaval que recorre de izquierda a derecha el cuadro. En Los fusilamientos crea una concentrada unidad que enfrenta a verdugos y víctimas. Confinadas éstas por el talud que se levanta tras ellas, las separa de sus ejecutores un cadáver y el gran farol en el que algunos han visto una dura ironía de la Ilustración. Ninguno de estos cuadros busca, como los grabados, narrar. Buscan más bien incorporar al drama a quien los mire.

Grabado de Blanco sobre dibujos de Ribelles que ilustra la lucha entre españoles y franceses en la Puerta del Sol.
Grabado de Blanco sobre dibujos de Ribelles que ilustra la lucha entre españoles y franceses en la Puerta del Sol. / Museo de Historia de Madrid

A estos hallazgos se añade la novedad iconográfica. La pintura histórica atribuía a nobles o jefes militares el papel central, aquí los protagonistas de la Puerta del Sol y las víctimas de la Montaña del Príncipe Pío son hombres y mujeres sin nombre, tocados por la furia o la angustia, y no por la retórica del héroe. En las obras de Goya faltan las trajeadas figuras de López de Enguídanos y el convulso fraile de Los fusilamientos poco tiene que ver con el que recogido y resignado espera la descarga en el grabado de Ribelles y Blanco.

'La carga de los mamelucos' de Goya.
'La carga de los mamelucos' de Goya. / Museo del Prado

¿Qué pretendía Goya con estos cuadros? Fueron un encargo de la Regencia, esto es, de los elegidos por las Cortes de Cádiz para dirigir el país hasta el regreso de Fernando VII, tal vez a propuesta del propio artista que así limpiaba su pasado inmediato, demasiado cercano a José I. Dos cosas llaman la atención en la propuesta: evita la referencia a la monarquía (ignora la alarma ante el Palacio Real) y también al ejército (la defensa del parque de artillería) para insistir en la insurrección popular y en la fría dureza de las represalias. ¿Quería sugerir con ello el heroísmo del pueblo? La hipótesis es tentadora: frente al universalismo cosmopolita de la Ilustración, la defensa por una comunidad local de sus costumbres, valores y cultura. Goya, viviendo entre dos épocas, ¿fue un valedor de las culturas nacionales potenciadas por los románticos?

Pero algo rechina en esta hipótesis: la desconfianza -por decirlo suavemente- de Goya hacia las virtudes del pueblo español. Basta repasar Los caprichos y recorrer las Pinturas negras para calibrar su juicio sin temor a equivocarse. La otra lectura de estos cuadros, el gran díptico del que habla Manuela Mena, los convierte en un alegato contra la guerra. Brutales son los soldados, verdaderas máquinas de matar, pero el paisano de la Puerta del Sol acuchilla a un hombre ya muerto. En Los desastres de la guerra Goya muestra también las barbaridades cometidas por ambos bandos para señalar el sinsentido de matar al otro, cualquiera que sea la razón, si es que puede haber alguna. Duelo a garrotazos, una de las pinturas negras, expresa esta idea con tanta crudeza como exactitud.

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