La muestra de García Ramos se inaugura el 19 de diciembre en el Bellas Artes
La exposición, una producción propia de la pinacoteca, reunirá hasta el próximo mayo los lienzos y dibujos que atesora del pintor sevillano, uno de los máximos exponentes del regionalismo andaluz.
Siendo un niño José García Ramos (Sevilla, 1852-1912) ya estaba matriculado en la Escuela de Bellas Artes de su ciudad natal y pronto aprendió el oficio de manos de José Jiménez Aranda. En 1872 se trasladó con su maestro a Roma donde logró vivir de la venta de obras de pequeño formato para financiar una estancia en la que entró en contacto con Mariano Fortuny, uno de los nombres más sobresalientes de la pintura española del XIX, cuya obra tuvo una enorme incidencia en su personalidad artística. Posteriores estancias en Italia y temporadas en el París bohemio de finales del XIX fraguaron las inquietudes de un pintor que, con todo, siempre vivió enamorado de Sevilla, la ciudad a la que consagró su vida y su pincel y en la que se instaló definitivamente en 1882.
Es quizás éste el motivo que mueve la exposición que el próximo 19 de diciembre, y hasta el 5 de mayo de 2013, se abrirá al público en el Museo de Bellas Artes de Sevilla: mostrar en el centenario de su muerte la obra de García Ramos para poner de relieve su proceso de formación y su desarrollo artístico, un proyecto en el que la pintura es el eje de la muestra pero en el que también se apreciará su calidad como dibujante y como cartelista y, al fin, su impronta como artífice de la imagen de la ciudad y de un nuevo costumbrismo sevillano.
El proyecto expositivo continúa la senda iniciada por la antológica dedicada, el pasado otoño, a la obra de Gonzalo Bilbao -por cierto, él fue el primer presidente del Patronato del Museo de Bellas Artes de Sevilla- de producciones propias que, en estos tiempos de contención económica y falta de generosidad presupuestaria de todas las administraciones, logra sacar adelante el equipo de investigadores de la pinacoteca hispalense. La revisión de los fondos propios que del autor atesora el segundo museo de España de pintura y el estudio de su contexto e influencias, así como la puesta al día de las obras (muchas de ellas poco conocidas o nunca antes expuestas), permite que, al margen de los debates y la bronca política, el museo que dirige Valme Muñoz despida el año con una feliz razón para ahondar en la trayectoria de un pintor prolífico y muy apreciado por los coleccionistas de su tiempo -y aún hoy, como prueba el interés que sus óleos despiertan en las subastas del mercado nacional en internacional- y, de paso, una razón más para redescubrir el museo, sin duda, uno de los espacios más bellos de la ciudad.
Así el espectador se encontrará con piezas tan apegadas al imaginario colectivo del llamado regionalismo andaluz como Baile por bulerías, fechado en 1884 y donado por Alfonso Grosso, que también depositó en la pinacoteca Pareja de baile (1885). ¡Hasta verte, Cristo mío! (depositado por el Museo del Prado), Malvaloca, Citando a banderillas, Niño con violín son algunos ejemplos más atesorados en el museo que dan fe de la pincelada grácil y rápida y la vitalidad expresiva de un autor que retrató la Andalucía que fuimos, esa de bandoleros, gitanillas, toreros, pillos, damas con abánico, fiestas y procesiones. A su memoria se levanta una glorieta en los Jardines de Murillo, obra financiada por un grupo de artistas sevillanos que entendieron, ya en el primer tercio del siglo XX, que debe ser la sociedad civil el motor de los cambios y el impulso de los proyectos.
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