Galería de apócrifos
Recoger las palabras que los visitantes extranjeros han dedicado a una ciudad cualquiera es siempre un ejercicio saludable que aporta luz no usada sobre algunas de sus peculiaridades, sean estas reales o presuntas, pero si se trata de ciudades tan deslumbrantes y ensimismadas como Sevilla, la tarea resulta menos conveniente que necesaria. A ello se ha dedicado Fernando Iwasaki, no con la pretenciosa intención de desentrañar el alma de la ciudad, sino con la más modesta y estimulante de retratar algunos de sus perfiles menos consabidos. Cierto es que muchos de los tópicos fueron acuñados o difundidos por los propios extranjeros, pero los itinerarios recogidos en Sevilla, sin mapa corresponden a autores o títulos raros, apenas leídos y en todo caso glosados de manera fresca, original y bienhumorada.
Hay series de artículos que ganan una vez recogidas en libro. Los que componen este volumen trazan una geografía exclusivamente libresca -aunque basada en vivencias reales- donde conviven más de medio centenar de "sevillanos apócrifos", muchos de ellos hispanoamericanos, entre los que comparecen nombres ilustres como Dumas o Darío junto a otros menos afamados o casi completamente desconocidos. Hay muchas sorpresas. El lector puede recordar las aventuras galantes de lord Byron, verdaderamente memorables, o tener una vaga noticia de las golferías del joven Borges, que en pleno fervor ultraísta fue una noche a apedrear las ventanas de la vivienda de don Luis Montoto, pero es menos probable que conozca las andanzas sevillanas de personajes tan curiosos como el sexólogo Walter M. Gallichan o la malograda "druidesa" chilena Teresa Wilms, por citar sólo a unos pocos de los fantasmas convocados en esta galería. Al fondo, el rastro de una ciudad que ha cambiado tanto que puede decirse, en rigor, que ya no existe.
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