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Fuego y nieve sobre California

Andrés Moreno Mengíbar

21 de marzo 2009 - 05:00

Noche grande con el mayor de los espectáculos cuando se recurre a elementos de asegurada fiabilidad. En mi opinión, se trata de la mejor producción escénica de los últimos cinco años del Maestranza, una producción que demuestra que no hay que recurrir a genialidades de pacotilla ni a enrevesadas interpretaciones para que una ópera adquiera toda la dramaticidad posible ni para que el público se mantenga atento y abstraído por la ilusión teatral.

Claro que se trata de Giancarlo del Monaco, para mí el mejor director de escena operístico de la actualidad. Su concepción, como todas las suyas que en este teatro hemos visto, parte siempre de la música, de sus pulsos y ritmos, de sus necesidades y exigencias. La dirección de actores es detallista hasta el infinito y la concepción plástica va siempre acompasada al discurso sonoro, a favor de él y no en contra o al margen, como suele ocurrir tantas veces. Valgan una serie de detalles para avalar la meticulosidad del juego espacial, como la pelea de los mineros en el primer acto, que sin dejar de ser eso, una pelea, parece una danza totalmente machihembrada con el ritmo incisivo que procede del foso, para abrirse como en un resplandor con la llegada de Minnie; o la entrada de la luz de luna al final de ese acto; o el juego de asociaciones de personajes en la turbamulta del tercer acto. La escenografía es realista (cosa rara hoy día), de fuerte impacto visual y sólida corporeidad y en ella sobresale el juego de dobles planos en el segundo acto (interior y exterior de la cabaña) o las perspectivas fugadas de los edificios en el tercero. Y todo ello se beneficia de una muy poética iluminación llena de matices y gradaciones.

Pedro Halffter ha firmado su mejor dirección de ópera en Sevilla con un título que, precisamente, hace de la orquesta el personaje principal. Sin llegar a tapar a las voces, moldeó un sonido brillante, denso y muy matizado, con gran sentido dramático. Destacaría la ampulosidad sonora del final o la incisividad en los acentos de toda la escena final del segundo acto, con esos clarinetes afilados como cuchillos y, en general, toda una orquesta sonando a un muy alto nivel.

Una pena lo de Janice Baird. Guardábamos un muy grato recuerdo de sus interpretaciones sevillanas (Valquiria y Elektra) de años atrás, pero en la actualidad su voz es una sombra de lo que era. El registro medio y grave está descolocado, sin apoyo, suena hueco, feo, tembloroso y poco. Salvo en la escena de la partida de cartas, donde estuvo mucho mejor, las notas superiores sonaron metálicas y chillonas, con cierta vacilación en la afinación.

Marco Berti demostró las razones de su prestigio, fundamentalmente lo espectacular de su registro superior, un auténtico cañón cuando canta en forte. Otra cosa es cuando apiana o el segmento central y grave, en este caso de menor calidad tímbrica con alguna media voz poco ortodoxa. Sgura fue un Rance impactante gracias a su capacidad dramática y a una voz grande, potente, muy homogénea y de timbre muy grato.

Además de un coro masculino al que felicitamos, cabría destacar nombres como los de Plazaola, De Diego, Esteve o Latorre entre los mejores secundarios.

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