El ministro de propaganda | Crítica
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Baile y coreografía: Marco Vargas y Chloé Brûlé. Dirección: Delfín López. Música: Diego Amador, Venecian Snares, Raúl Cantizano, Mouse Dj. Lugar: Teatro del Duque. Fecha: hasta el 11 de marzo. Aforo: Casi lleno.
Qué pareja tan bien avenida. Qué sincronización: el movimiento del uno a veces lo finaliza el otro y viceversa, pero de forma que el espectador no sabe donde ha surgido el impulso original. Complicidad natural, fruto de una larga convivencia, que no se impone al espectador tanto como se propone. Aunque esto no sea lo más importante.
Lo que importa, ya lo saben, es lo puro: lo que va de la emoción al gesto y de éste al espectador y su propia emoción. Por ejemplo, esa pieza en la que volver a ser niños y jugar en el desván. Es una regresión, vale, y un lujo, porque estos niños no tienen miedo a ser castigados. Hay ingenio en la obra. Mucho. En forma de juegos de habilidad o de humor. Y hay también emoción. La solidez, la tierra, la austeridad y la línea recta de Vargas, frente a la curva, frescura, imaginación y color de Brúlê. Sacan petróleo de los escasos recursos escénicos, incluyendo el vestuario: por ejemplo la bata de cola como animal mítico o hijo bastardo del bosque. La danza flamenca se puede aplicar a cualquier música, de la misma manera que toda expresión corporal cabe en lo jondo. Desde la Semana Santa y su imaginería al romance de Zaide en versión surreal y con hambre de posguerra del Chozas. Dicen las malas lenguas que tipos como estos subvierten, confunden, trasforman, trasvisten y un largo etcétera de perversiones, los recursos clásicos del flamenco. Es gracioso que en esto coincidan los retrógrados de dentro y de fuera de lo jondo, los que quieren encerrar en una jaula a este arte, como animal exótico, primitivo, en vías de extinción o directamente fosilizado. Y, sin embargo, es un recurso que han hecho todos los artistas jondos de todos los tiempos: hablarnos, expresarnos, decirnos, darnos, sus emociones, las de su tiempo. Que, por otro lado, son las del hombre. Y la mujer claro, porque en esta obra la paridad, la simetría, es milimétrica, un toma y daca, que es la estructura sonata de cada pieza, tal que haría las delicias de la ex ministra Aído.
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