Flamenco instrumental

Existe vida más allá del cante y la guitarra, como confirman estos dos nuevos discos de tres músicos que, con piano, contrabajo y violín, renuevan la forma de entender el flamenco

El pianista lebrijano Dorantes, en uno de sus últimos conciertos en Sevilla.
El pianista lebrijano Dorantes, en uno de sus últimos conciertos en Sevilla.
Juan Vergillos

04 de enero 2016 - 08:00

Flamenco

Paseo a dos

Dorantes/Renaud García-Fons. Producido de los intérpretes. Emotive

Desvíos y Encuentros

Alexis Lefèvre. Edición y producción del intérrpete

Siempre hubo instrumentistas jondos. Por limitarnos sólo al flamenco grabado, podemos partir de las guajiras con piano del Canario Chico, en torno a 1900, para trazar una línea de grandes instrumentistas jondos, al margen de la guitarra naturalmente, que pasaría, entre otros, por los pianistas Arturo Pavón y José Romero y los saxofonistas Fernando Vilches y Negro Aquilino. Todo ello antes del estallido de los años 80 y 90 del siglo XX, en el que instrumentistas de todas las condiciones, bajistas, flautistas, violinistas, percusionistas, etcétera se incorporaron con toda naturalidad a lo jondo.

Hoy les comentamos las novedades de un pianista, un contrabajista y un violinista, tres de los más notables instrumentistas flamencos de la actualidad. En primer lugar comentamos el disco Paseo a dos que firman el pianista Dorantes (Lebrija, 1969) y el contrabajista Renaud García-Fons (París, 1962). Ambos instrumentos, piano y contrabajo, son solistas y bases, rítmicas y armónicas en esta obra. El contrabajo de cinco cuerdas es a veces un cajón, otras una guitarra, un laúd árabe o un bajo eléctrico, y otras un violín, chelo, zanfoña, acordeón o voz. Estamos en el sur pero también viajamos a territorios septentrionales, a Irlanda, a Chicago, a Turquía, a Marruecos. El concepto, largas composiciones en las que se alternan las melodías envolventes con arreglos de enorme efectividad, es jazzístico y flamenco, pero incorpora otros sonidos, otras latitudes, otros tiempos. Al frenesí sucede el lirismo de manera natural. Es una música sencilla y también sofisticada. Ambos intérpretes saben, porque quieren, llegar al público sin artificios ni ejercicios de intelecto. Las búsquedas armónicas están siempre motivadas por una melodía, brillante o íntima. La fiesta es también una oración. El ritmo es espiritual. El alma está en el corazón. Ambos, intérpretes y compositores, se han inspirado y espoleado mutuamente. Los tangos son una excelente muestra de música mediterránea, solar, íntima y social. La cadencia andaluza, que es griega, explorada en todos sus rincones. La melodía es deslumbrante y los arreglos excelentes. El piano canta con austeridad y maestría, sin grandes alharacas pero en todo su esplendor. En la despedida el tango se afina tanto que se aproxima a su esqueleto. Las guajiras son un juego muy serio, música amable, casi infantil, plena de colores. Unas guajiras rítmicas y poéticas. En el garrotín regresa el humor, la minucia musical, la proximidad, la melodía cantable que, al mismo tiempo, rebosa de paisajes nuevos. En la liviana de repente se remansa todo, la corriente desemboca en un mar de placidez, de serenidad flamenca, pues esta emoción también forma parte de lo jondo. La música se hace trasparente y nos atraviesa de estatismo. Es un paisaje nocturno, marítimo, de cuya placidez no queremos despertar, una de las piezas más hermosas de la obra, compuesta sobre una sencilla idea que se dispara en muchas direcciones, que parece no acabar nunca. O así lo desearíamos. Enredados en las variaciones, la tierra gira sin sentir.

La seguiriya es más intrigante que desasosegante. Estimula en el oyente el deseo de saber qué vendrá a continuación, cómo concluirá esta deliciosa fantasía. La soleá es el corte más jazzístico del disco, con una rueda de acordes hipnótica, sensual, estremecedora, es también el tema más épico de Paseo a dos. El contrabajo canta, explora y explota. Juega con el fraseo soleaero tradicional para luego buscar otras fórmulas. Una delicia. La malagueña, por delicadeza e imaginación, es otro de los números potentes de un disco extraordinario. El juego de mayores y menores le da un colorido enorme a la pieza. La ternura y la fiereza se anudan con naturalidad. Y con un final sublime, bellísimo.

Dorantes y Renaud García-Fons han inventado nuevas variaciones para los estilos flamencos tradicionales, aportando un buen ramillete de falsetas jondas. Es curioso cómo se complementan estos dos instrumentos, estos dos intérpretes, ya que el contrabajo aporta tierra pero a veces se eleva a alturas líricas asombrosas. Igualmente el piano de Dorantes, que es puro dulce, a veces se quiebra en el arco de Renaud García-Fons y nos regala un intimismo y una familiaridad muy emotiva. La música de Dorantes se ha despojado de parte de su brillantez del pasado para afianzarse, gozosamente, al presente. Flamenco del siglo XXI. Aquí los acentos épicos se han trasformado en cercanía, suave humor, sencillez, naturalidad, elocuencia. Las piezas son puzles musicales que, lejos de rompernos la cabeza, nos reconfortan a través de estilos flamencos reconocibles y al mismo tiempo renovados. Paseo a dos es una obra que nos lleva muy lejos pero el oyente apenas percibe que el paisaje va cambiando. Es tal la sencillez de esta travesía, la naturalidad con la que los intérpretes se mueven de una geografía musical a otra, que cuando llegamos, lejos de querer descansar, queremos iniciar un nuevo viaje. Porque Dorantes y García-Fons, con ser grandes intérpretes, son ante todo virtuosos de la elocuencia. Saben lo que quieren contar, y como contarlo.

Desvíos y encuentros es el primer disco del violinista Alexis Lefèvre (París, 1962). Una obra de variadas sugerencias, de estados de ánimo muy distintos. Nacidos desde la tensión de un virtuoso que a veces se muestra sereno, otras socialmente caribeño. Lefèbre busca la sugerencia y la sorpresa. Este disco es cualquier cosa menos aburrido. Asistimos a estallidos de melodías donde, a veces, se unen la flauta de Francesco Manna y el contrabajo de Pablo Martín-Caminero. Energía y barroquismo. Pero todo trenzado desde una absoluta pulcritud en los arreglos. Implosión es un tanguillo que define a la perfección el estado de ánimo de este disco: energía, contención y limpieza. Es una obra, como el resto del disco, de cambios dinámicos continuos, estática y al mismo tiempo ligera. El disco está lleno de efectos sonoros, siempre al servicio de un mensaje, de un corazón abierto. Una obra en la que Lefèvre nos descubre también sus facetas de guitarrista y vocalista.

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