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Fisgando en el despacho de los escritores

Jesús Ortega publica 'Proyecto escritorio', un libro en el que el participan 77 autores que fotografían sus rincones de trabajo y reflexionan sobre la creación

El abigarrado escritorio de Felipe Benítez Reyes. / Fotografías Cedidas Por Jesús Ortega
G. Cappa

03 de enero 2017 - 02:33

Granada/Conocer personalmente a un escritor admirado puede ser el paso previo a no volver a comprar jamás un libro suyo. Saber cómo es la mesa de trabajo de la que han salido sus creaciones es el camino intermedio que ha tomado Jesús Ortega para adentrarse en el mundo propio de los autores, un universo concentrado en apenas unos metros cuadrados. De este concepto nace Proyecto escritorio (Cuadernos del Vigía), donde el escritor y gestor cultural ha conseguido que sean los propios escritores los que fotografíen sus despachos y que escriban un texto sobre su relación con ese espacio. Fernando Aramburu, Luis García Montero, Felipe Benítez Reyes, Clara Janés, Juan Malpartida, Carlos Marzal, Manuel Vilas o Ignacio Martínez de Pisón son algunos de los autores que han abierto la puerta de su intimidad a Proyecto escritorio, que muestra también de dónde han surgido Ficciones para una autobiografía de Ángeles Mora y La habitación de Nona de Cristina Fernández Cubas, los libros que han ganado en 2016 el Premio Nacional de Poesía y el Premio Nacional de Narrativa respectivamente. "Me interesan los lugares por donde merodea la escritura. Siempre que visito a un escritor amigo procuro hacerme franquear su sanctasantórum, cuando no lo fisgoneo a escondidas como un mirón vicioso", señala Jesús Ortega sobre un proyecto que nació como un blog y que ofrece una mirada novedosa al mundo de la creación literaria.

Es un proyecto que combina imagen y texto y, a diferencia de otras iniciativas, no se trataba de que un fotógrafo profesional fuera a las casa de los escritores para ofrecer su mirada sobre ese espacio. La idea es que los propios autores eligieran "desde qué punto de vista mirar su espacio". Así que están ausentes de la imagen para que el vivero en el que crecen sus novelas se convirtiera en protagonista. "Las imágenes son tratadas a modo de bodegones y es interesante ver que una fotografía no es un documento neutro y realista, sino que es un relato que genera una interpretación de la realidad", señala Jesús Ortega, coordinador de actividades y comunicación de Granada Ciudad de Literatura por la Unesco.

Pero también hay escritores que entienden que su relación con el espacio es simbólica, así que, como su mesa de trabajo es su mente "y no pueden hacerse una tomografía de su cráneo", han recurrido a imágenes metafóricas. Es el caso de Marina Perezagua, que participa con la fotografía de una escotilla o Ricardo Menéndez Salmón, que participa con una reproducción del mar en Gijón.

A partir de aquí nace la literatura. Manuel Vilas se confiesa un envidioso de despachos ajenos. "Me apetece mejorar siempre en asuntos relacionados con las mesas y las sillas en las que trabajo. Quiero decir que si veo que alguien tiene una mesa de despacho mejor que la mía, pues me gustaría tener una mesa como esa. Porque pienso que todo acaba repercutiendo en la literatura, en escribir mejor", escribe el autor de El luminoso regalo, propietario de un adusto despacho que también podría ser el de un estudiante que prepara unas oposiciones.

Los hay quienes, como Andrés Neuman, "creen que un exceso de objetos alrededor puede provocar interferencias en la escritura, y procuran que no haya libros cerca". En el otro extremo se sitúa Óscar Esquivias, "cuyo escritorio madrileño parece un retablo barroco, lleno de fetiches, postales, recuerdos e imágenes de esos santos laicos que son los escritores admirados". Y luego están quienes encuentran en el caos de su escritorio el refugio para escribir, como Clara Obligado.

También están los que necesitan aislarse del mundo para escribir, caso de Guillermo Busutil, que concibe su escritorio como "una isla". A Marta Sanz le gusta escribir con las ventanas abiertas porque quiere que su literatura se contamine del ruido de la calle.

Pero no todos los despachos son como una suerte de casa-museo del escritor, atiborrados de recuerdos y de libros. En las antípodas de esta imagen está la escritora Laura Casielles, que participa con un escritorio sin ningún alarde de su casa de alquiler, con lo que en cada cambio de casa necesita un tiempo para hacer suyo el lugar en el que escribe. También Elvira Navarro ejemplifica la precariedad de los jóvenes escritores, así que participa con una fotografía doble de distintos espacios de la casa en la que vive. Al haberse visto obligada a cambiar tanto de casa por la vida nómada y precaria de los jóvenes de hoy en día ha desarrollado la imposibilidad de escribir mucho tiempo en el mismo sitio, con lo que traslada continuamente su portátil de habitación para seguir creando.

"Nada que ver con un autor como Felipe Benítez Reyes, que ha acumulado todos los fetiches personales que ha ido acumulando a lo largo de su vida", apostilla Ortega sobre los escritores que convierten su habitación de trabajo en "un compendio visual de su personalidad y sus obsesiones". Pero también están autores casi ascetas como Andrés Neuman o Luis Muñoz, que no quieren distracción alguna en su santuario de trabajo y necesitan "un espacio vacío que sea como una página en blanco".

El libro de Jesús Ortega permite al lector fisgar en la intimidad de los literatos y descubrir que, como señala el autor, existen los escritorios refugio, los escritorios isla, los escritorios sótano, los escritorios pared, los escritorios santuario, los escritorios mundo, los escritorios lienzo, los escritorios celda...

El escritorio de Ángeles Mora, libros y papeles "merodeando a su aire"

"Mi escritorio se apoya en la pared, incrustado en una estantería que llega al techo. Sobre él papeles y libros siempre están merodeando a su aire, ofreciéndose para lo que haga falta. Sin mucho orden, solo lo suficiente para no sentirse perdidos, pero tampoco agobiándome con su presencia, porque yo necesito tenerlos cerca, pero también olvidarlos. Por eso en el desorden de mi mesa siempre hay un espacio preservado, libre, frente al ordenador que espera. Cuando escribo poemas, sin embargo, lo aparto hacia el final de la mesa, lo dejo bajo el estante, olvidado. Los poemas me gusta escribirlos a mano en principio. Luego los tecleo y los termino de trabajar y perfilar. Pero para la prosa ya no suelo utilizar el papel, casi siempre escribo sobre la página en blanco virtual que se me abre en la pantalla, también provocadora. [...] No tiene nada especial este rincón. Pero puede que las horas aquí me parezcan un tiempo más vivido y apasionado que en cualquier otro lugar donde comparta el mundo".

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