Fin de raza
Ignacio Romero de Solís publica la primera parte de una trilogía narrativa donde refleja el ocaso de la nobleza andaluza en vísperas de la Guerra Civil.
PALMAGALLARDA. ROSAS, CALAS Y MAGNOLIAS. Ignacio Romero de Solís. Renacimiento. Sevilla, 2015. 688 páginas. 20 euros.
Después de toda una vida dedicada primero a la política, como camarada de Semprún o Pradera, y después al periodismo, Ignacio Romero de Solís ha debutado como novelista a una edad en la que otros escritores o viven casi retirados del oficio o preparan sus obras completas, que en su caso deberían contener unas memorias -de momento sólo orales- para las que lleva años tomando notas. Subtitulada Rosas, calas y magnolias, la primera entrega de Palmagallarda abre una trilogía donde se nos cuentan las peripecias de una familia de la aristocracia andaluza que vive, sin saberlo, el final de una época, recreada con brillantez y exquisitas maneras por un autor que conoce bien, por sus orígenes y vivencias, el medio al que se refiere, pero ha sabido trascender los recuerdos o las historias vinculados a su linaje para construir un relato de aire lampedusiano e indudable ambición panorámica. La novela tiene, ciertamente, una lectura sociológica que la hace valiosa por razones no sólo literarias, pero Romero de Solís ofrece en ella mucho más que un vasto cuadro de costumbres.
El marco espacial se sitúa en la ficticia Recuerda, una vieja ciudad de Andalucía la Baja, pero abarca también Sevilla y Lisboa en el turbulento periodo de la inmediata anteguerra -los meses previos a julio del 36- que señalaría el declive de la clase social protagonista de la novela, esa nobleza de raíz agraria -desplazada por la alta burguesía de no siempre bien ganada fortuna- que ha sido abordada en incontables ocasiones por los británicos, pero no ha tenido entre nosotros demasiados desarrollos que merezcan la pena. En efecto, el cercano ámbito de aquella Andalucía rural -su antigua forma de vida, con todo lo bueno y lo malo que la fundamentaba- sigue siendo un mundo reducido a cuatro clichés que no hacen justicia a la complejidad de las relaciones ni, sobre todo, a la riqueza de sus tipos humanos. En esto precisamente, en el vivo y variado retrato de personajes, se cifra uno de los logros del novelista.
De una parte, la dignísima marquesa de Monsalves de Tous, sus dos hijos medio enfrentados, la atormentada condesa de Palmagallarda o su primogénito el joven Jerónimo, presumible héroe de la saga. De otra, el duro mozo de comedor, el mozo de cuadra y aspirante a torero, el ambiguo valet de chambre o la entrañable nodriza. A ellos se suman la institutriz francesa, el padre jesuita de confianza y otros secundarios extranjeros. A grandes rasgos, Romero de Solís ha optado por el clásico planteamiento -arriba y abajo- que contrapone la vida de los señores y la del servicio. Frente a los modelos habituales, sin embargo, caracterizados por un costumbrismo de buen tono, el autor cultiva la evocación, llamémosla proustiana, pero no renuncia al apunte solanesco -fiestas flamencas, burdeles, capeas- ni a trazar perfiles transgresores que escapan al rígido marco que dibuja. Si los distinguidos miembros de la familia canalizan sus pasiones a través de la comida -es bien visible la afición por la gastronomía-, las devociones estéticas -la música, la literatura, la pintura de aquel tiempo, fielmente representadas en los diálogos- o en algún caso la política, los de la servidumbre no se reprimen a la hora de enfrentarse al sexo, en escenas que pueden sorprender, por su erotismo no velado ni siempre ortodoxo, a los lectores más timoratos.
Demorado en una primera parte más descriptiva, el ritmo se va acelerando conforme el clima de agitación y violencia, hasta ese momento reflejado indirectamente o como en sordina, se apodera de la narración hasta conducirla a un final -dramático, abierto- de los que llaman trepidantes. El orden secular de la casa, la inercia de un mundo que ha permanecido inalterable durante generaciones, se ven entonces confrontados con las tensiones sociales que estallaron en la Guerra Civil. Romero de Solís no se aproxima a la tragedia con una mirada, digamos, ideológica, sino desde dentro de la mentalidad de sus protagonistas, que habitan un universo cerrado sobre sí mismo pero están conectados al mundo exterior por una corriente de afinidades cosmopolitas. Las detalladas descripciones, la cuidada composición de escenas o el modo como se insertan en las conversaciones las notas culturalistas o las pinceladas de contexto histórico, son otros tantos aciertos de una novela que dilata y prestigia la materia de Andalucía, sólo reducible a regional desde una concepción estrecha. Es de la condición humana de lo que nos habla Palmagallarda, que como todas las buenas novelas extrae de las vidas particulares ideas, sentimientos o caracteres de alcance universal.
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