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La cultura silenciada
Tribuna
Apenas unos días después de blandir la vara de mando, el nuevo alcalde José Luis Sanz recibía en la zona noble del Ayuntamiento a Álex de la Iglesia, de visita en la ciudad para presentar y preparar el rodaje de su nueva serie para Netflix ambientada en la Expo 92. Si buscan el vídeo, podrán observar la incomodidad y la rigidez del edil durante el recorrido y el intercambio de impresiones, prueba de que Sanz no es hombre que se encuentre especialmente a gusto entre las gentes del cine o la cultura, todo lo contrario que su predecesor y hoy antagonista Antonio Muñoz, que en su etapa como delegado y alcalde ha dejado el mayor archivo fotográfico auto-promocional que se conoce en los gabinetes de prensa junto a personalidades, famosos y artistas de medio mundo.
Quién sabe si una de las razones por las que la pasada semana se anunciaba con nocturnidad y alevosía el aplazamiento del Festival de Cine Europeo hasta la primavera de 2024 pueda ser la del revanchismo con la política de grandes eventos y photocall de la anterior corporación, quién si se trata de una apropiación algo artificiosa de cierto discurso de la cancelación amparado en esa idea de que la Cultura, no digamos ya el cine, son cosas de las gentes de progreso y la mamela subvencionada, quién si el fantasma de la aprobación de los presupuestos por parte de Vox pasa por ejecutar uno de los puntos de su programa (¿?) electoral, quién si una huida desesperada hacia adelante ante la quema de naves y la nula preparación previa de la nueva edición por parte del equipo saliente, que a buen seguro tenía bien amarrado su desembarco en Valladolid desde tiempo atrás.
Las excusas, a estas alturas ya sabidas, de la coincidencia con los Grammy Latinos (Bienvenido Mr. Bizarrap) y los problemas logísticos derivados, no parecen haber convencido a nadie, y suenan a eso, a meras excusas de urgencia para no revelar los verdaderos motivos de una decisión que hiere casi de muerte a un certamen con prestigio consolidado en todos los frentes: de público, de calidad de la programación, de repercusión institucional, crítica y mediática, no sólo en España sino en todo el continente europeo, que es de lo que iba el asunto desde que Manuel Grosso arrancara con buen ojo de futuro el nuevo ciclo en 2004.
Unos motivos que apuntan no sólo a las nuevas batallas culturales sino también a escudarse en la herencia recibida de una pésima gestión interna que suele ocultarse siempre bajo las cifras del éxito, las puntuaciones ministeriales y el balance de cierre, pero que son sabidas desde hace años por aquellos que las sufren en el seno de un ICAS en plena crisis organizativa y desbandada de funcionariado o en los distintos sectores derivados y subcontratas, muchas de ellas, como también apuntaba el edil en un clásico gesto de relevo envenenado, aún a la espera de trámite, firmas y pagos.
Tras la lógica, previsible y unánime respuesta del sector de la Cultura y el cine andaluz en chanclas y bañador, nos falta aún por conocer un pequeño detalle, a saber, la opinión de quien fuera designado a dedo (y desde Madrid) en mayo como sustituto de José Luis Cienfuegos, quien, por cierto, nunca ha explicado las verdaderas razones de su salida de un festival que él mismo lanzó hacia arriba tras su llegada en 2012, precisamente de la mano del PP de Zoido, Sánchez Estrella y Navarrete. Tito Rodríguez sigue sin abrir la boca respecto a su papel en esta decisión anunciada por la concejala Minerva Salas, si bien el alcalde ha dejado caer que el nuevo director “ha aconsejado” un aplazamiento y un retraso que, entre otras desgracias y desajustes, haría coincidir el SEFF con el exitoso Festival de Málaga.
Llevarse el festival a primavera (¿entre Semana Santa y Feria?, ¿antes del Rocío tal vez?), supondría perder el sitio ganado a pulso, las películas de Cannes, Locarno y Venecia (Sitges, Valladolid y Gijón vuelven a frotarse las manos), las dichosas nominaciones de la EFA y descabalgarse de un circuito nacional e internacional donde lo importante es afianzar el hueco que permite la competencia leal (aunque no siempre), el reparto de juego y la exclusividad que dan la identidad, los puntos para las subvenciones y la imagen de marca.
Cualquiera que haya seguido nuestras crónicas y balances del SEFF a lo largo de los años sabrá que no hemos sido precisamente fans incondicionales del evento, si acaso escépticos con el excesivo entusiasmo auto-promocional y críticos con algunos de sus defectos no corregidos (la sobredimensión de títulos y actividades, la escasa atención al legado histórico…), aunque siempre hemos agradecido su principal función divulgativa de la diversidad del cine europeo de autor que desgraciadamente no llega por otros caminos a las salas de una ciudad con escaso impulso cinéfilo.
Va a ser esto último lo que más echemos de menos si, como parece, el festival termina cancelándose en su 20º aniversario por falta de arrojo político y valentía gestora o reorientándose hacia un “salto de calidad” (sic) cuyos términos nadie ha sabido definir o precisar por ahora, tampoco, hay que insistir en ello, su mudo director en plenas y suponemos que remuneradas funciones. De no hacerlo pronto este último, al que parece que unos y otras han hecho la cama, tal vez la decisión más digna sería dimitir. De Sanz y Salas no se espera tal gesto de honorabilidad política después de pegarse uno de los tiros en el pie más antológicos que se recuerdan en un debut municipal relacionado con la Cultura. Como recordaba el amigo Amores, tal vez no será este noviembre cuando se produzca el ansiado encuentro planetario entre Maluma y Pedro Costa.
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