Alba Molina | crítica
No lo es ni pretende serlo
Serie Gong Festival
Cuando hace unos seis años vimos a Gervasio Iglesias recoger el premio Goya a la mejor película, como productor de La isla mínima, y dedicárselo a Silvio, el rockero más mítico de nuestra ciudad, comenzó a hacerse notar la parte visible del enorme iceberg que es la escena underground sevillana, a la que la niebla envolvía desde que Gonzalo García-Pelayo abandonó la producción musical en Gong, el sello que creó para dar alas a emblemáticos artistas locales como Triana o Lole y Manuel y también echase el freno en 1982 a su filmografía, para dedicarse a otros asuntos por el que él y su familia fueron más reconocidos que por su contribución al arte y la cultura. Por entonces, Gervasio llevaba ya quince años de carrera cinematográfica a sus espaldas y Gonzalo había vuelto a dirigir películas con su Alegrías de Cádiz, a la que habían seguido cuatro más en muy poco espacio de tiempo. Parecía pues inexorable que el destino avivase la llama y la locura, y los dos juntos se enredasen en el reto más espectacular que del cine se recuerde: rodar en tan solo doce meses 7+1 películas. Un reto que todavía fue más allá porque en la actualidad se enfrentan a 10+1, que se espera ir pasándolas por festivales hasta que en septiembre se proyecten todas en Cineteca, con la colaboración de la Filmoteca de Madrid, para después llevar algunas a salas comerciales, a televisiones y a plataformas de cine.
De todas ellas se han rodado ya siete, dirigidas por Gonzalo, como lo serán todas las demás, excepto esa a la que llaman +1, que ha sido dirigida por Paco Campano, con el título de Arde. Las once películas están producidas por Gervasio, a través de La Zanfoña Producciones, compañía de la que es propietario, y ya está prácticamente terminada de montar la cuarta, que es la que sigue a Dejen de prohibir que no alcanzo a desobedecer todo, rodada en un corralón del entorno de la plaza del Pelícano y estrenada en la última edición del Festival de Cine de Sevilla; Ainur, rodada en Kazajistán y Así se rodó Carne Quebrada, que es el making of de una película que no existe, que se hizo yendo como una big band de rock’n’roll recorriendo España y Portugal y se estrenó el sábado como colofón al Festival Serie Gong, celebrado en las instalaciones del CICUS. Pero hasta llegar a ese momento ocurrieron muchas cosas desde que se abrieron sus puertas a las doce de la mañana.
Este festival, incluido como actividad paralela a la gran exposición Imago Mundi, de la Universidad sevillana, es el primero de una serie itinerante de ellos, dado que el covid impidió anteriormente celebrar el de Madrid, y ha servido para mostrar el triángulo cultural que la mente imparable de Gonzalo García-Pelayo está desarrollando más allá de los tres vértices que lo encierran, apuntando a los libros, el cine y la música. Se inició con la presentación del libro Enteógeno 2312, de Gervasio, que demuestra así su versatilidad creativa, para seguir con un gran stand exterior en el que firmaban ejemplares de sus obras José Manuel Cruz -de La orilla muerta-, Fernando Lobo -de Carnaval pop-, Luisa Grajalva -de El otro lado de la realidad- y el propio Gervasio Iglesias del suyo, cuyo título hace referencia a las sustancias naturales psicoactivas, psicotrópicas, que se hallan en los hongos y las setas mágicas, que ahora se están volviendo a estudiar y que nos definió como “el camino iniciático de Odica, una joven que con catorce años tiene su primer encuentro con una sustancia que le estimula muchísimo el cerebro y poco a poco va buscando el camino, porque ella vislumbra que hay algo más ahí”. La Serie Gong Editorial la creó Gonzalo para sacar a la luz precisamente uno de los libros protagonistas de la jornada, el de Luisa Grajalva, al que han seguido 23 títulos más en sus apenas quince meses de existencia, siempre con la premisa de descubrir y potenciar el talento narrativo que muchas personas desconocen poseer. Este libro de Grajalva es una muestra más de la interacción entre los tres mundos del universo Gong, porque se adaptará al cine para cerrar el magno proyecto de Gonzalo, en el que se entrelaza también la música como tercero de los elementos que se complementan y alimentan entre sí, de forma que artistas como José de los Camarones pone su voz en varias de las películas y es protagonista de otra, o Chipi de la Canalla aparece en Dejen de prohibir, de la que también es uno de los guionistas.
Tanto José como Chipi tendrán su lugar correspondiente en la Serie Gong Productores, con la que Gonzalo quiere rescatar el espíritu de su mítico sello de los años 70. Para ello cuenta ya con varios discos, editados algunos, como Fuerte y flojo, de La Tarambana o el Ojos verdes, en el que Rocío Durán canta a Rafael de León, que el sábado se encontraban disponibles junto a los libros; y otros de próxima salida como el 14 de abril, de Goma, leyenda viva del rock andaluz, que Manuel Imán ha regrabado con las técnicas actuales junto a algunos de los músicos que lo grabaron originalmente, además de otra obra suya en solitario para guitarra; también tendremos discos de Gualberto, Malaspina, Guadalete River Band y Andrés Olaegui, al que conocimos como socio del Manglis en el grupo Guadalquivir, que vuelve ahora para brindarnos una mezcla de cuarteto de jazz-rock con cuarteto de cuerda, de la que hemos tenido un avance con el single Rumbicato.
En el abarrotado auditorio del CICUS, desde las doce y media, tuvo lugar una muestra del talento de algunos de los músicos del sello, con cuatro conciertos breves, pero intensos, llenos de imaginación, sensibilidad, humor y fuerza, actuando como brillante maestro de ceremonias Javier García-Pelayo, hermano de Gonzalo, además de su mano derecha, actor en sus películas y autor de uno de los libros editados, el autobiográfico Sobre la marcha, en el que Javier narra sus recuerdos como uno de los principales managers -de Triana, sin ir más lejos- y promotores musicales -suya fue la producción de Michael Jackson en Barcelona- de los difíciles años 70. Lo primero que hizo fue presentar a la Guadalete River Band, una banda de Jerez que rescata música folclórica, como la copla y la canción española en general, relacionándola con el mundo del swing, que tras aparecer por los pasillos en un típico pasacalles, sorprendió a toda la audiencia con unas recreaciones de calientes aires dixie para La bien pagá, con protagonismo inicial del saxo tenor de Pepe Torres, relevado por la trompeta de David Strike, que alternaba con el clarinete de Luís Román, para terminar todos cantando el estribillo respaldados por el banjo de Fernando Holgado, la washboard de Ismael Colón y las percusiones de Manuel Díaz y David Holgado. Mención especial merece Enrique Huertas, a quien los demás presentaron como el líder absoluto del grupo, que se marcó con su enorme tuba un espectacular solo, con dificultoso bailoteo incluido, durante la adaptación del clásico número de revista Mamá cómprame unas botas, que a su vez se había adaptado para Marujita Díaz desde Yes Sir, that's my baby, un charlestón americano de los años 20. El mismo Huertas comenzó la pieza siguiente, que nos recordaba mucho a Dos cruces, para terminar siendo El emigrante de Juanito Valderrama. Se fueron después igual que vinieron, pasillo abajo, dejándonos con las ganas de más, hasta que podamos degustarles de nuevo en su futuro disco.
Al compás de la guitarra eléctrica de Jorge y la trompeta y percusión del cubano Orlando, entró en el auditorio José de los Camarones, pregonando la mercancía que llevaba en un canasto, camarones, cangrejos, gambas, langostinos, que terminó sobre el escenario, con brillos de genialidad, para, una vez sustituido el mandil por un traje oscuro, arrancarse con una soleá desgarradora y rítmica, como las que se hacen en su tierra, que también es Jerez, después una granaína apolá, estremecedora, para terminar con Ave María Magdalena, compuesta para la película que se estrenaba allí mismo horas más tarde, con letra del propio José, como todas las que cantó, y música de Chipi de la Canalla, que fue quien subió al escenario minutos después, acompañado de Félix Roquero, al que lo mismo vemos con su guitarra eléctrica al frente de su banda de blues rock, que como multinstrumentista, respaldando en directo a Kiko Veneno, o aquí, con una guitarra de palo.
Chipi se quejó de que los que organizan festivales siempre ponen primero a dos artistas buenos, al final ponen a otro bueno y en medio meten a alguien, a ellos en este caso. Su ironía ácida se fue transformando en sarcasmo sobre la gentrificación y lo complicado que es encontrar un bar normal con tanto extranjero pululando por la ciudad, a través de su Welcome guiri, aunque menos mal que siempre nos quedará el olor a adobo de los boquerones. Por sevillanas raras nos habló de las penas de la ruptura, ahogadas en las barras de esos bares que ya casi no hay y luego en Yo, cara seria, del coraje que da la forma en la que subestiman a las disciplinas artísticas. Cambió la causticidad por la dulzura en la nana de La niña del fuego, que interpretó a pie de escenario, sin micrófono y con la guitarra de Félix desenchufada de su amplificación. Todavía aguantó un ratito más las prisas del regidor para hacerse acompañar en el escenario por Jeri Iglesias, que empleó la pantalla de su móvil como instrumento de percusión, tal como hace cuando aparecen en la película Dejen de prohibir y Chipi, como aquí, interpreta Su debilidad, entre risas generalizadas.
Y ya solo quedó La Tarambana, con un concierto que marcó un crescendo desde que comenzaron con Hoy empieza la vida, del disco que han sacado con Gong, y Me pierdo por el mundo, la canción que lo abre, repasando desde ahí sus dos discos anteriores. El más triste de los payasos, a pesar de su título, fue alegre e incitadora al baile que teníamos que refrenar con su ritmo de reggae; echaron más azúcar al cóctel tropical con la bonita melodía y el pegajoso estribillo de Estamos bien, para después llenar de poderosos riffs de la guitarra de Quike Romero la canción que Dani Quiñones, el otro guitarrista y cantante de la banda, dedica a Dolores (pa’ todos eres Lola). Tras advertirnos de que Quien a hierro mata a hierro muere, se marcharon con el frenético ska de La más guapa de la feria y su carácter marcadamente cañero y vacilón que la hace irresistible. Después de esto solo quedaba procurar alimentarse y descansar un buen rato para afrontar las cuatro horas de cine vespertinas.
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