Fernando Mansilla: un santoral para los herejes
Un referente de la cultura sevillana
Muere el autor de ‘Canijo’, novela descarnada y de culto. El también cantante, poeta y dramaturgo llevó al teatro textos de Álvaro Cunqueiro
En este caso la necrofilia no va a ser una excusa, porque en vida de Fernando Mansilla nunca dejó de venderse su novela Canijo en El Gusanito Lector, la librería donde la presentó una noche de febrero de 2014 con el local lleno de gente desde la entrada a las escaleras e incluso el soberao donde Esperanza Alcaide, la librera, tenía reservado el espacio para cuentacuentos infantiles. "Lo sigo teniendo como Madame Bovary, es un libro que no puede faltar porque lo pide la gente", dice la librera de la calle Feria.
Desde que cerró el bar Aguilar en Relator esquina con la Alameda, consulado de los últimos mohicanos de Manzanilla, a la Parca le ha dado por visitar esta zona. Primero se llevó a Carlos Wamba, el profesor y poeta de la calle Escoberos; después a Francisco Chaparro, el ceramista y grabador que llenó la calle con su obra. Ahora vino a por Fernando Mansilla, fallecido este viernes a causa de una patología cardíaca, que en su novela Canijo tuteaba a la muerte sin piedad. "Muchas de esas personas fallecieron, murieron familias enteras", contaba en la presentación de Canijo, una historia coral que empieza en una buhardilla de San Julián un día de verano que ponían Mujeres enamoradas, de Ken Rusell, en el cine Ideal. Otra de las cruces en el camposanto de la memoria de la Alameda.
Canijo es una novela cruda y trepidante que Mansilla situó en la Sevilla que va de 1982 a 1989. Desde la caída del muro de la derecha -el triunfo de los socialistas en las elecciones- a la caída del muro de Berlín. "Poco antes de la Expo, vinieron las inmobiliarias y la metadona y la heroína fue recluida a los barrios". Una narración descarnada, con atisbos de Zola y de Celine. "Una historia durísima en la que mantenía el humor y la ternura", dice Esperanza Alcaide, que la noche de la presentación tuvo un lleno hasta la bandera pese a coincidir con la retransmisión de dos semifinales de la Copa del Rey.
Con su compañera, su perro y su sombrero, formaba parte del paisaje urbano de la Alameda. Barcelonés de nacimiento, vivió en primera persona todas las historias que contaba en esa novela, pero hizo del realismo arte puro y de la estética una ética de hormigón, esa que con sus palabras marcaba "una línea muy sutil entre ser una buena persona y un julai. Tenías que dar la cara, aunque te la partieran".
Un renacentista del botellín. Mansilla ha sido cantante, poeta, novelista, dramaturgo. La suma de esas facetas lo convertía en un filósofo de la vida cotidiana. Parroquiano del Corral de Esquivel o del Piola, sus metamorfosis de géneros artísticos las llevaba también a no sacralizar ningún escenario: todos eran susceptibles de acoger sus propuestas.
Lo mismo rodaba con su grupo un videoclip underground y divertidísimo en la peluquería de Melado, a mitad de camino del cine Cervantes donde hacían el donoso escrutinio el barbero y el cura del instituto San Isidoro, que presentaba la novela Canijo con Pony Bravo. Lo podías ver con su grupo de jazz en la Feria del Libro o en el Teatro Central dándole voz a las Historias Gallegas de Álvaro Cunqueiro, con textos seleccionados previamente por Manuel Gregorio González, que ganó el premio Domínguez Ortiz de biografías con la que escribió del escritor de Mondoñedo que recorrió los mil caminos de Santiago y se encargaba de la quiniela en su época de director del Faro de Vigo.
Después de esa novela publicó un libro de relatos. Formaba parte del microcosmos que llenó de goyas las vitrinas del cine sevillano. Esa novela siempre ha estado pidiendo a gritos una película, una versión de Dos hombres y un destino en las Tres Mil Viviendas. Hay un santoral para los herejes y los lectores de Mansilla no dejan de beatificarlo. Uno de los muchos escritores de barrio de este barrio-mundo: Joaquín Dholdán, Paco Gallardo, José María Conget, Guillermo Sánchez, Antonio Molina Flores, Julio Muñoz Gijón, alias Rancio Sevillano, que en una firma, cuando alguien le dijo que por qué no elegía la Alameda para la tercera entrega de sus dos comisarios Jiménez y Villanueva, le recomendó que comprara y leyera Canijo. Una palabra-ciclón, un prodigio de metalenguaje que resume mil páginas de vida en tres sílabas.
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