Fernández Lacomba: "El misterio no avisa, siempre late o nos sorprende"

El pintor ingresa en la Real Academia de Bellas Artes de Santa Isabel de Hungría

Juan Fernández Lacomba (Sevilla, 1954) suma un nuevo reconocimiento a su sólida trayectoria con el ingreso en la Academia de Bellas Artes.
Juan Fernández Lacomba (Sevilla, 1954) suma un nuevo reconocimiento a su sólida trayectoria con el ingreso en la Academia de Bellas Artes.
Braulio Ortiz Sevilla

27 de abril 2013 - 05:00

El pintor Juan Fernández Lacomba ingresó ayer en la Real Academia de Bellas Artes de Santa Isabel de Hungría con un discurso en el que señaló la importancia de la contemplación como parte fundamental del proceso creativo y reivindicó a un artista receptivo a las revelaciones y enigmas que subyacen en su entorno. "El misterio no avisa, siempre es algo que late o nos sorprende. Podemos conocer incluso dónde se nos revela, en qué circunstancias se muestra, y muchas veces nos disponemos a su encuentro para facilitar su conexión. Puede estar en un vértigo del pensamiento o en algún pliegue de la realidad, o puede revelarse igualmente en algún tipo de reflexión", asegura Lacomba, antes de mostrar su convicción de que "el artista verdaderamente creador ha de estar siempre alerta, proclive a su revelación. Atento siempre para oír su voz". Igual que "Ulises en La Odisea hubo que descender a los infiernos en busca de su identidad", el creador, desde una entrega radical en su honestidad, no debe eludir "la experiencia de la oscuridad, el viaje órfico", un periplo "sobrehumano" tras el que esperan, no obstante, "la luz y los afectos del mundo".

El autor, cuyo discurso Miradas, claves y procesos: un acercamiento a la creación artística fue contestado por la profesora Pilar León-Castro Alonso, confesó a los asistentes que, en su opinión, la única virtud que destacaría de sí mismo era el haberse "dedicado a ver", un ejercicio que había llevado a cabo desde una ilusión "casi infantil, imprescindible y siempre necesaria en toda creación". El pintor lamentó que "el verdadero problema en el arte hoy" radicaba en "la falta de confianza de los espectadores en sus propias sensaciones". Lacomba, con una larguísima trayectoria como responsable de talleres y actividades didácticas con las que ha compartido su devoción por la pintura -"la voluntad de compartir lo que se sabe y de trasmitir el entusiasmo por el arte", dijo ayer, "es el verdadero reverso de la pedantería siempre infértil"-, ha comprobado no sin pesadumbre la incomodidad de algunos, "no sólo por la expresión de los rostros, sino también por las palabras con que un público genérico se expresa y reacciona ante una obra de arte. Por lo general, dentro de un desconcierto inicial, bien mediante palabras o a través de su propia mirada podemos interpretar: Por favor, dígame dónde he de mirar, dígame por favor lo que debo sentir".

Acorde con su interés por adentrarse en la producción artística que le precede -ha comisariado, entre otras exposiciones, muestras dedicadas a Sánchez Perrier, Jiménez Aranda o la Escuela de Alcalá de Guadaíra-, Lacomba resaltó el "bagaje" que heredaba de los anteriores artistas que le habían precedido en el sillón que ocupará a partir de ahora en la Academia, como Manuel González Santos, Sebastián García Vázquez y Francisco García Gómez. La intervención del autor fue un emotivo y sólido reencuentro con la memoria en el que expresó su gratitud a La Ciudad, como denominaba Chaves Nogales a Sevilla, que le había "enseñado a andar y a reconocer desde niño las claves para estar alerta a lo sensible", o a ese Museo de Bellas Artes que le suponía al pequeño visitante "mirar y mirar, almacenar registros de sensaciones, ejercitar la memoria visual, establecer analogías y descubrir, entrever lenguajes y estilos" o "entusiasmarme con la sensualidad visual de lo pictórico"… Lacomba exploró también rincones más íntimos de la historia familiar y evocó algunas pertenencias que ayudaron al niño a aprehender la esencia secreta, inesperada, de las cosas: un ave disecada del que le fascinaban "aquel plumaje y su colorido, aquellas armonías y materias que cambiaban de color: amarillos, verdosos, azules, combinados con marrones y negros"; o una estrella de mar que su tío José María Martínez del Cid, discípulo de Gustavo Bacarisas y Gonzalo Bilbao y que inculcó en el crío la evidencia de que también la naturaleza alumbraba singulares y prodigiosas obras de arte.

Lacomba se acerca a la sacudida de la epifanía, al impacto de ese portento súbitamente revelado, desde "una especie de afectividad", desde "un sentimiento emotivo, germinal, que participa de una emoción primera, abierta". El pintor ha hallado esa manera sentida de aproximarse al misterio en los haikus, en los que el autor detecta "un milagro: donde percepción y lenguaje son una misma cosa". Recordaba ayer "uno en particular, creo que de Santoka, el peregrino mendigo, en el que se hablaba de un nocturno: una noche profunda que acogía un primer plano con unas flores blancas, que crecían, ajenas a todo sin saberlo".

Desde joven, admite Lacomba, "ha perdurado en mí una cierta tendencia a escuchar las voces de los lugares: una cierta propensión a desvelar estelas invisibles de presencias y de acciones, a presentir situaciones y estados de ánimo en el paisaje. Pero ni soy un mago, ni tampoco estoy inventando nada; sino todo lo contrario, constato lo que muchos artistas, muchísimo antes que yo, han confirmado o sentido", sostiene un creador que ha abordado Doñana en sus cuadros desde una implicación "discreta, intensa, silenciosamente".

Ahí radicarían algunas de las claves de Lacomba, un pintor que ha logrado avanzar desde la más absoluta independencia, que reconoce en persona que "el limbo es un lugar en el que se pueden hacer muchas cosas". Un creador que aprendió que en el trabajo "hay que desprenderse de prejuicios, banalidades y nociones aprendidas de antemano". Por eso su propia identidad como artista abre un abanico de desdoblamientos, de contrastes, porque la creación no puede reducirse a lo evidente: "Unas veces me dejo llevar por la expresión y otras veces me aproximo a lo inteligible. En este sentido, no sé muy bien cuál es mi límite, mi canon. Unas veces me complazco en lo hermético y otras añoro ser comunicativo. Amor y olvido. Forma y desorden. Luz y oscuridad. Para mí, mis pinturas son encuentros, testimonios, páginas de un libro que tienen que ver con un proceso, con un peregrinaje. Para mí trabajar con la imaginación y atender a los sentidos más instintivos en medio de lo natural, es participar de la naturaleza misma. No aspiro a tener que desprenderme jamás de eso, a dejar de tenerlo como centro y referencia. Soy parte de algo dado, de una totalidad. Ese es mi numen, esa es mi emoción y, también, mi energía".

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