Alba Molina | crítica
No lo es ni pretende serlo
Femàs 2022 | Vita Vinum
Virelay comenzó con las extrañas vibraciones que provocaba el sonido de la zanfoña, creando una intensa atmósfera para las tres voces que comenzaron a entonar el nombre de la primera cantiga de la noche, A Santas María Dadas. Cuando terminaron de hacerlo se mantuvo el sonido monocorde que tocaba Raúl Cantizano, al que se fueron sumando poco a poco los demás componentes del colectivo Vita Vinum; primero el ewi de Ignacio Gil, después las percusiones de Raúl Rivas; los acordes graves del bajo de Johnny Sobrino se quebraron con los golpes de Juan Pipió a los platillos de su batería dando paso al violín de Fátima Caballero. Y cuando Fali Pipió entró con las poderosas notas jevis de su guitarra eléctrica a todos nos envolvió la magia de la música medieval tal como estos grandes músicos la han concebido. Desde ahí en adelante siempre tuvimos la impresión de estar escuchando a trovadores interpretando los auténticos instrumentos del folklore de aquella época: gaita, flauta, chirimía, la mencionada zanfoña, laúdes medievales, potenciados por los instrumentos rockeros y ese extraño artefacto llamado ewi, con su nombre formado por las iniciales en inglés de instrumento electrónico de viento, capaz de contener en su pequeño interior todos los mellotrones y moogs para los que Keith Emerson necesitaba más de medio escenario y sacarlos con el único esfuerzo de soplar en él como si fuese un saxo soprano.
Maravillas como esta son las que propicia el Festival de Música Antigua de Sevilla (FeMÀS), que en su edición de este año, que ya lleva treinta y nueve, ha tenido a bien homenajear a Alfonso X el Sabio, del que estamos conmemorando el 800 aniversario de su nacimiento. Este rey, gran protector de la música, escribió y recopiló 427 cantigas dedicadas a la Virgen, de las que se interpretaron ayer en el Teatro Alameda once de ellas, escogidas por el director artístico, Fali Pipió, que oye en el corazón del rey Alfonso un latido metálico similar al del suyo, y ha sabido encontrarlo en las Cantigas de Santa María para adaptarlas a ritmos contemporáneos en una perfecta fusión de estilos, de unión entre todos los elementos de las composiciones, que no solo pasaban por la tela metálica del hard rock, que en realidad es el género natural para Pipió, como demostró cuando con el solo de guitarra de la rueda final de presentaciones de los músicos se fue al Made in Japan de Deep Purple, sino que como reconocido estudioso de la música, que domina una gran cantidad de instrumentos y técnicas de arreglos, fue capaz de revestir de una reconocible pátina de blues a las cantigas Poi-Las Figuras y A Qué Avondou, o de swing a Des Oges Mais Que’r Eu Trobar.
En la tercera de las cantigas que interpretaron, Santa Maria Strela Do Dia, comenzamos a apreciar de verdad el trabajo vocal de este Virelay. Y aunque a Pablo Leira se le notaba más cómodo en su faceta de actor, sobre todo en su intervención en A Qué Avondou, que de cantante, no dio malas réplicas a Vicky González y Bethany Neumann, dos prodigiosas voces que creaban atmósferas de otro mundo y nos transportaban a otros tiempos; sus interpretaciones en Rosa Das Rosas fueron el arquetipo de los ensueños medievales envueltos en entornos enigmáticos. Voces impresionantes, con el poder de inyectar una gran carga emotiva a la interpretación.
Sumergidos aún en el oscuro éter que el talento musical de todos los que estaban en el escenario fue capaz de crear, tras una cadena de notas del saxo de Ignacio deudoras del a-wop-bop-a-loo-bop-a-wop-bam-boom, el tempo más lento se rompió con la eufórica Alegría, Alegría, para que a todos los espectadores nos pareciese que nos encontrábamos de fiesta en el 1252 en lugar de este año y sintiésemos una intensa necesidad de levantarnos del asiento a bailotear y tocar las palmas al ritmo de la canción. Se había iniciado la recta final, que siguió con el momento más espectacular del concierto, cuando la trasera del escenario se pobló de una docena de los cantores que forman el coro MiMus que, dirigido por la versátil Vicki González, arropó con unas maravillosas armonías a las otras dos voces solistas interpretando A Que Por Mui Gran Fremosura.
Conviene explicar que el nombre del espectáculo, Virelay, alude a una forma poética medieval, musicada muchas veces, como en el caso de las Cantigas de Santa María de esta noche, y fue la métrica más común del mundo occidental del siglo XIII, en el que vivió Alfonso X, por lo que su uso no se circunscribió a esta obra castellana, sino que en realidad procedía del reino de Francia. Y Vita Vinum eligió precisamente para iniciar sus bises uno de los virelayes más conocidos de todos los tiempos, que formaba parte del estilo ars nova, cuyo máximo representante fue el poeta y compositor francés Gillaume de Machaut, que vivió un siglo después que nuestro rey sabio. Interpretaron Douce Dame Jolie, que Bethany nos dijo que era el hit de la época en todas las cortes reales, magnificándolo en una montaña rusa de subidas y bajadas instrumentales de más de siete minutos alrededor de la guitarra eléctrica de Fali Pipió, que dejo un solo que no hubiese desentonado en el Wish You Were Here de Pink Floyd.
Y ya en el definitivo final fue el único momento en el que abandonaron los virelayes para abrazar los cantos goliardos que componían el Carmina Burana, coetáneos de las cantigas, del que eligieron Virent Prata Hienata como vehículo del fin de fiesta en el que Vicki presentó a todos los músicos y cantantes, dejándoles espacio para que se luciesen en un pequeño solo, volviendo a brillar la peculiar sonoridad de la zanfoña de Cantizano y el sorprendente alud electrónico del ewi de Gil.
Vita Vinum nos lanzaron el hechizo de la música medieval tratando de ser lo más auténticos posible, pero con una mentalidad muy refrescante y contemporánea, que quedó reflejada de forma muy clara al presenciar su energía en el escenario. Gran espectáculo, excelentes sonidos, grandes músicos.
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