La aldaba
Carlos Navarro Antolín
Mamarrachos con sueldo público
Lola Botello & CÍA. Dirección y adaptación: Lola Botello. Trabajo corporal y ayudante de dirección: Sergio Suárez. Iluminación: Antonio Ramírez. Intérpretes: Úrsula Díaz, Katy Maldonado, Manu Jiménez, Maka Rubio, Mara Molina, Ángel Fersuanes. Fecha: Viernes 15 de febrero. Lugar: Sala Duque-La Imperdible. Aforo: Media entrada.
Desnudez escénica e incluso exhibición de lo que suele quedar entre bambalinas: el vestuario y atrezzo colgando a la vista del espectador. Los actores, sentados en sillas y vistiendo ropa interior "de época", esperan hasta que el calambre de un blues arcaico los saca del mutismo y la parálisis. Desentumecidos sus miembros al calor del ritmo musical, los actores-cuerpo ya pueden entrar en trance. Sobrevuela estas Piezas cortas de Tennessee Williams de Lola Botello & Cía. algo parecido a un deseo de corrección, de reparación del daño que el cine y sus verosímiles realistas le habían infligido al legado del dramaturgo. Es decir, en verdad se trata de un ir en contra del propio Williams para demostrar que sus extraordinarios y poéticos textos brillan más desde una concepción abstracta e incluso brechtiana del teatro, atacados, como aquí, desde el gesto, la gravedad y presencia escultórica de los cuerpos y las mínimas y medidas coreografías en las que participan. Y luego la palabra, también estilizada, en algún lugar entre el recitado y el intercambio.
La habitación oscura, El caso de las petunias pisoteadas y Un perfecto análisis hecho por un loro pasaron así por el tamiz del despojo y le dieron la razón a Botello, pues, reducidas a su esqueleto, estas piezas tragicómicas y como heridas de melancolía fueron poco a poco llenándolo todo y subyugando al espectador. Los lógicos nervios de los intérpretes -estudiantes en el taller que Lola Botello puso en marcha hace tres años- fueron desapareciendo progresivamente, aunque es preciso apuntar que hasta la fragilidad del actor expuesto sin los recursos (a veces tan contraproducentes) de la profesionalidad terminó jugando a favor del clima de irrealidad en el que las obritas se movieron, más cerca de la aparición fantasmagórica que del concepto tradicional de la representación dramatúrgica.
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