Fantasmas en el exilio
Lo que ha quedado del imperio de los zares. Manuel Chaves Nogales. Renacimiento. Sevilla, 2011. 355 páginas. 24 euros.
Se recogen aquí, en meritoria edición, las veinticuatro entregas del amplio reportaje que Chaves Nogales dedicó, en los primeros meses de 1931, al exilio ruso en París tras la Revolución de octubre. Su título, Lo que ha quedado del imperio de los zares, indica ya al lector el caracter ruinoso, marginal, fantasmagórico, de aquella muchedumbre dispareja que abordó, en cifra de quinientos mil, los pueblos y ciudades de Francia. Como era de esperar, el reportaje, publicado en Ahora, no fue bien recibido por la izquierda española, partícipe aún del entusiasmo que el poder volchevique había suscitado en toda Europa. Sin embargo, Lo que ha quedado del imperio de los zares no es, en ningún caso, una obra de proselitismo banderizo; se trata, en puridad, de excelente periodismo informativo, de un reportaje sagaz, brillante y compasivo en el siglo de los grandes reporters españoles: Camba, Plà, César González-Ruano y el propio y desconocido Chaves Nogales.
Hace algunas semanas dábamos noticia aquí de El final de Rasputin, obra del príncipe Yusúpov en la que el noble ruso, ya desde su exilio de París, hacía memoria de aquel crimen, cometido junto con el gran duque Dimitri, primo carnal del zar Nicolás II. Entonces era Luis Antonio de Villena, en su postfacio, quien recordaba el dandismo y la belleza equívoca de Feliks Yusúpov, acaudalado y vagante por un gran mundo en decadencia. Ahora es Chaves Nogales, en estas certeras páginas, quien califica el asesinato de Rasputin como un crimen esnob; pues fue el esnobismo, con toda probabilidad, quien movió a aquellos dos jóvenes elegantes y desocupados a calcular una fechoría a la altura de su orgullo. Sea como fuere, en Lo que ha quedado del imperio de los zares el lector encontrará, entre otras muchas figuras de aquel vasto drama, altivos generales convertidos en taxistas y legendarias bailarinas del Ballet Imperial sumidas en el más terrible desamparo. También sabrá del pragmatismo fallido de Kerenski y del nutrido independentismo caucásico, que aún conspiraba en el exilio, editando periódicos y convocando asambleas, a la espera de una oportunidad que nunca vino. Quizá, las páginas más misteriosas, y las menos terribles, sean las que Chaves Nogales dedica al enigma de Anastasia, improbable hija de los zares salvada de la matanza, y que apareció años después en un manicomio. La polémica que esta aparición movió en toda Europa y Norteamérica es buen ejemplo de la conmoción y el vértigo que la revolución rusa (y la pavorosa guerra civil que le siguió), había provocado en el suelo ideológico del siglo, aglutinando a favor o a la contra las diferentes fuerzas que se encaminaban ya, resueltamente, a la más grande destrucción de todas las épocas.
Porque es la violencia, la intensa carnicería padecida por los rusos, lo que subyace, como una fuerza fatídica, en todas estas páginas. Aquella cruedad con que se digieron los ejércitos eslavos en la guerra, tanto el rojo como el blanco, la novelaría poco después Chaves Nogales en El maestro Juan Martínez que estaba allí. No obstante, en el reportaje que hoy nos ocupa, son las sutiles apostillas del escritor quienes dirigen nuestra atención hacia los sucesos, hacia la verdad contrastable, cuando sus entrevistados pretenden justificar sus actos y obviar los crímenes cometidos por su bando. Aún así, el gran reporterismo de Nogales, su astucia de periodista, viene siempre fundamentada en una mirada amplia y conmiserativa, nunca en el prejucio adverso, cuando retrata a todos aquellos hombres, inocentes o no, que ahora erraban, viejos fantasmas de otro mundo, por toda la geografía del globo.
Ese camino, el del exilio parisino, es el que seguiría el propio Chaves Nogales a la vuelta de unos años, cuando la Guerra Civil española lo empuje a la frontera pirenaica. Como nos recuerda María Isabel Cintas, autora de la edición y el prólogo, el periodista sevillano podría aplicarse gran parte de las palabras, de la desdicha, contenidas en este volumen. También de allí tendría que huir, ante la amenaza alemana, no sin antes habernos dejado un soberbio testimonio de lo que Bloch llamo, en dolorida expresión, La extraña derrota. Hablamos, claro está, de La agonía de Francia, publicada en Montevideo en 1941. En pocos casos como en éste de Chaves Nogales se cumple aquel aforismo, vertido en tópico aciago, de que toda escritura es una forma de autobiografía.
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