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Falsa tragedia-trampolín para lucimiento de actores

Crítica 'agosto'

Julia Roberts y Meryl Streep, estrellas de una función que cuenta, entre otros nombres célebres, con Ewan McGregor.
Carlos Colón

12 de enero 2014 - 05:00

Agosto. Comedia dramática, EEUU, 2013, 130 min. Dirección: John Wells. Guión: Tracy Letts. Fotografía: Adriano Goldman. Música: Gustavo Santaolalla. Intérpretes: Meryl Streep, Julia Roberts, Ewan McGregor, Benedict Cumberbatch, Abigail Breslin, Juliette Lewis, Dermot Mulroney, Chris Cooper, Sam Shepard.

El problema que lastra a esta película está en el origen que la hace posible como gran (incluso excesivo) espectáculo de actores. Un problema intrincado. Ese origen es la obra teatral en la que se basa, escrita por Tracy Letts y ganadora del Pulitzer en 2008. Letts es un actor y autor teatral sumamente influido por Tennessee Williams y Edward Albee, de los que ha interpretado en teatro El zoo de cristal y ¿Quién teme a Virginia Woolf? (por la que ganó un Tony), cuyos cerrados mundos torturados en los que personajes sumamente desdichados se destrozan ha imitado con la aplicación y la perfección de un copista. Pero también con su hábil insinceridad. Si Williams ya es cargante, pese a su importancia en la historia del teatro, por su manía por extremar los caracteres supuestamente realistas hasta límites irreales, el más pesante y pretencioso cine de los años 50 lo hizo aún más plúmbeo y afectado. Quitando La gata sobre el tejado de zinc por la fuerza arrolladora de Taylor y Newman, son difícilmente digeribles hoy Un tranvía llamado deseo, La rosa tatuada, Dulce pájaro de juventud, De repente el último verano, La primavera romana de la señora Stone o La noche de la iguana.

Agosto es como estas películas, pero peor. Letts no tiene ni de lejos el talento de Williams (y el director carece del de Mankiewicz o Huston). Su pieza perfectamente ajustada según todos los tópicos del drama familiar americano desgarrado en el que una reunión sirve de catarsis para que afloren traumas antiguos y odios actuales, deja ver las costuras del artificio. Construida como obra tremenda para el lucimiento de actores, solo por ellos puede ser redimida. Y en esta versión cinematográfica casi lo es gracias a un reparto excepcional -Ewan McGregor, Benedict Cumberbatch, Sam Shepard, Chris Cooper, Abigail Breslin- encabezado por una como siempre (pero más: desatada) fascinantemente excesiva Meryl Streep y una sorprendente Julia Roberts con Margo Martindale pisándole los talones interpretativos. A ambas se les da esa oportunidad tan apreciada por las actrices atractivas (Streep) o guapas (Roberts) de aparecer viejas y poco atractivas para así mostrar su genio dramático sin afeites, fotografiadas por una cámara que finge ser despiadada al cebarse en sus rostros, maquillados para parecer que no lo están o para extremar los estragos de la enfermedad.

El realizador John Wells, sobre todo dedicado a la televisión, decide ponerse de perfil para no estorbar las interpretaciones. Y hace bien. Lo que cuenta esta película no interesa un pimiento. Las inacabables miserias de los Weston reveladas entre las muchas paredes de su gran mansión rural antes y sobre todo tras el suicidio del patriarca tienen un tufo de operación comercial de qualité astutamente calculada para epatar al burgués que presume de no serlo y hacer que el a medias culto se crea cultísimo por su valor para afrontar esta sórdida tragedia y por su sensibilidad para saborearla. Y así llevarse el Pulitzer (lo que logró) y todos los Globos de Oro y Oscar que pueda (lo que es posible). Odio de diseño. Tragedia impostada. Que alcanza su cumbre en la larguísima secuencia del almuerzo que culmina en el más ensordecedor griterío -hasta con su puntito de lucha libre entre Meryl y Julia- de la película.

Lo único interesante son las interpretaciones. Es cierto que se nota en exceso que cada personaje está diseñado para que su intérprete dé un recital de todos sus registros pulsados en sus claves más extremas, casi hasta la autoparodia grotesca. Pero también lo es que, sobre todo en los casos de la Streep y la Roberts, hay momentos en los que el truco casi se olvida y las dos actrices nos fascinan en su desmesura. Una estrellita para las dos y otra para el resto del reparto. Para la obra teatral y el guión una bola, pero el diseño no me permite la combinación.

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