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De Paco de Lucía a Trump, un maratón flamenco en Nueva York

FLAMENCO FESTIVAL

Demostrando la universalidad de lo jondo y el interés con el que se recibe la autenticidad de este arte, el Flamenco Festival clausura su 23 edición reuniendo a 32.500 espectadores en las 44 funciones programadas del 1 al 17 de marzo en 21 espacios de Nueva York, Miami, Boston, Chicago y Washington DC

Raúl Cantizano, con Los Voluble. / Pepe Zapata

Nueva York/En esta ciudad agitada y desigual que invita -bueno, cobra- al turista a elevarse a los rascacielos, hay quienes malcomen en las sucias escaleras del subsuelo y recogen de noche los plásticos que envuelven la promesa del sueño americano take away. “Es preciso cruzar los puentes y llegar al rubor negro para que el perfume de pulmón nos golpee las sienes con su vestido de caliente piña”, escribió Lorca en Poeta en Nueva York y sus versos martillean hoy nuestras conciencias cuando asistimos a un tour de ‘contrastes’ que muestra desde el bus el retrato superficial de distritos como el Bronx, donde han nacido algunas de las principales figuras de la música latina y el hip-hop y cuyas calles hay neoyorquinos que no pisan nunca.

Lejos del graffitiI love Bronx que acapara los selfies, en un acogedor refugio de madera pintado de verde limón, rodeado de huertos, volvemos convocados por el Flamenco Festival a una cajonada en la que acabamos haciendo compás por tangos y rumbas sobre cajones de cartón fabricados en Alemania junto a decenas de puertorriqueños y cubanos que se reúnen asiduamente en La casita de Chema. Esto sí que es contraste.

Profundizando en las relaciones del flamenco con otras culturas la cita convocó este año una cajonada con la comunidad latina del Bronx

Más allá de sacar el festival a la calle, la iniciativa, que se ha llevado a cabo por primera vez, pretende profundizar en las relaciones del género con otras músicas. En este caso, además, a través del instrumento peruano que Paco de Lucía, a quien se recuerda en el décimo aniversario de su muerte, incorporó a lo jondo “abriéndole el camino a otros ajenos hasta entonces”, como recordó el flautista Sergio de Lope en el recital que ofreció junto a Juanfe Pérez al bajo, Javi Rabadán a la percusión e Israel Moro al cante y 80 músicos de la Manhattan Wind Ensemble. “Gracias Paco”, ha sido el comentario más repetido estos días y que ha despertado una ovación más unánime.

Entre otras actividades paralelas, vemos a Miguel Marín, director de la cita, hablar ilusionado con una de las niñas que acude al New York City Center para ver un pase especial de La Leona de Olga Pericet dentro de un programa dirigido a dos mil escolares en el que previamente les explican en sus centros el origen del flamenco, algo de compás y el significado de “ole”. –“What’s this?, le pregunta Marín. -“Flamenco”, responde ella sonriente. -And, Where is flamenco from? -Spain. -Ole, ole. Ya sabe más que muchos pequeños en España.

El último día la séptima avenida donde se sitúa el hotel en el que se han alojado los artistas esta 23 edición, (Tomatito, Israel Fernández, el Ballet Nacional de España, Rycardo Moreno, Andrés Barrios, Alejandro Hurtado o María José Llergo, entre otros), está cortada por la media maratón que va desde Brooklyn al Central Park. Como si desde la organización hubieran querido ponernos delante a los 25 mil corredores para que nos hagamos una idea de lo que se ha conseguido congregar durante estas tres intensas semanas en la que más de 32.500 espectadores (con una ocupación media del 84% y 15 sold out) han asistido a las 44 funciones programadas en 21 espacios de Nueva York, Miami, Boston, Chicago y Washington DC.

Así, en estos días, el Flamenco Festival ha expandido el flamenco con un programa diverso e inclusivo que ha tenido en cuenta las distintas expresiones y estéticas que abanderan el flamenco de hoy. De lo más grandioso a lo más íntimo. Por eso, quienes han asistido a los shows han podido disfrutar y aplaudir desde una falseta de Diego del Morao, que puso al público en pie en varias ocasiones, a la fuerza de Inma La Carbonera y Antonia Jiménez, uno de los recitales más especiales según coinciden muchos, pasando por la propuesta experimental y subversiva de Raúl Cantizano y Los Voluble que se estrenaron con un “incredible” and “fascinating” concierto de guitarra preparada que dejó con la boca abierta -y bailando por abandolaos- a quienes acudieron al mítico Joe’s Pub en la clausura.

Cantizano, que cuando el resto de guitarristas está empezando a probar con sintetizadores para hacer loops él se ha pasado la pantalla del toque para “arriesgar, improvisar y jugar” con el instrumento, inventa e incorpora artilugios cotidianos (¡un ventilador de mano!) que le permiten, según explicó, “responder a muchas preguntas, de hasta dónde puede llegar un guitarrista flamenco”. Seguramente algo parecido a lo que pensaría Picasso cuando construyó La guitarra (1914) que alberga el MoMA y con la que el malagueño rompe la tradición escultórica y desafía la forma convencional. Coincidencias.

En esta Zona acordonada, gracias a la magia de Benito y Pedro Jiménez, y al trabajo de investigación y documentación que realizan, Raúl toca con Sabicas, quien dio alas a la guitarra flamenca desde la city y permitió que viajara por el mundo como hoy lo hacen en este avión las de Fran Vinuesa y Javier Ibáñez, que pusieron música a la espectacular gala flamenca dirigida por Manuel Liñán y protagonizada por Alfonso Losa, Paula Comitre y El Yiyo.

“No hay guitarristas malos, lo único que digo es que lo hagáis hacedlo bien”, repite como un mantra el pamplonica en el montaje audiovisual de Los Voluble. No sabemos cuánto tiempo antes de que Morente grabara con él en 1990 un álbum que va desde Nueva York a Granada en 18 palos y que, probablemente, sirvió a Enrique de semilla para grabar seis años más tarde Omega, cuya aurora parece gemir por las inmensas escaleras mecánicas que esconden como tripas los edificios de Manhattan.

Raúl Cantizano y Los Voluble se estrenaron en la ciudad con un "incredible" y "fascinating" concierto en el mítico Joe's Pub en el que indagaron en las analogías entre los negros y los gitanos

En esta “santa iglesia de la música” y en “la tierra de John Cage”, apunta Cantizano, el espectáculo plantea el universo compartido entre la cultura negra y la gitana. Una realidad que observamos en Harlem donde los escaparates lucen repletos de cadenas de oro, zapatos de terciopelo y llamativas chaquetas de brillo, similar a la roja de pedrería que vistió un imponente Yiyo. Los cánticos de las misas de gospel nos recuerdan a los cultos y en los clubes de jazz, como el que Tim Ries, saxofonista de The Rolling Stones, quería llevar a la troupé flamenca, las jam session suceden como las juergas flamencas.

En lo político, el discurso de Cantizano y Los Voluble cambia esta vez la crítica más local para apuntar a los excesos del capitalismo y hacer sorna con Trump, o decir stop al genocidio en Gaza en la que “ha sido hasta ahora la declaración más explícita que hemos visto un sitio público sobre este asunto”, comentaban a este diario dos de los asistentes durante la cena posterior en la Black Iron, una hamburguesería y sede de la Peña Bética que regenta un alcalareño y en la que Sandra Carrasco acabó deleitándonos por fandangos bajo un banderín que conmemora la festividad del St Patrick’s Day, que tiñó el sábado la ciudad de otro verde. Cosas de Nueva York.

Para que comprendamos la sorpresa de la pareja hay que tener en cuenta que este país, que pide 25 dólares por cruzar a la isla de la Estatua de la Libertad (que subir es aparte), vigila y persigue a quien simpatiza con Palestina, expandiendo el miedo con represalias que a veces cuesta el puesto de trabajo.

En este punto, pensamos, con todos los check in que ha facturado el flamenco a este lado -y que detalla José Manuel Gamboa en su ensayo ¡En er mundo! De cómo Nueva York le robó a París la idea moderna del flamenco-. Con las ganas que percibimos en la gente de conectar con la emoción y la autenticidad que produce este arte. Y con la enorme influencia que la cultura española tiene aquí donde es casi imposible no hablar español, lo que no entendemos es que no haya un apoyo institucional firme desde Andalucía a proyectos sólidos como el de Marín.

Tampoco, claro, que Sevilla no tenga un Broadway propio con programación estable de flamenco para que quién venga de fuera no tenga que preguntar más dónde se puede ver aquí la música que más nos identifica. No con objeto de patrimonializar un arte que, como tal, es universal, sino porque es hora de creernos el mensaje de las pegatinas de Los Voluble y que ha vuelto a demostrar el Flamenco Festival: que el Flamenco is not a crime.

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