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Eternos por un tiempo

En el mejor silencio | Crítica

Renacimiento publica una colectánea amorosa del poeta Jacobo Cortines, que añade a los versos conocidos la totalidad de sus 'Pasos de amor', frutos unos y otros de su relación con Cecilia Romero de Solís, desaparecida en 2018

El poeta Jacobo Cortines, en el interior de un local madrileño
Manuel Gregorio González

06 de diciembre 2020 - 07:00

La ficha

En el mejor silencio. Jacobo Cortines. Renaciminto. Sevilla, 2020. Prólogo de Ignacio F. Garmendia. 128 páginas. 11,90 €

Ignacio F. Garmendia, en un extenso y minucioso prólogo, da completa noticia de esta colección de poemas amorosos (1994-2020), obra de Jacobo Cortines, cuya destinataria última fue Cecilia Romero de Solís, esposa del poeta. No nos detendremos, por tanto, en el plural origen de los poemas aquí acogidos bajo la noble enseña del amor; sí convendría, no obstante, aproximarnos, siquiera vagamente, al modo en que el amor dice o vela aquí su alto nombre. Y también, junto a esta breve indagación, a la forma en que dicho amor contamina y formula una precisa forma de vida.

Este amor que expresan los poemas de Cortines, no puede desvincularse del paisaje donde la intemporalidad de los amantes toma cuerpo

Hace ya algunos años reseñamos la primera entrega de las memorias de Cortines, Este sol de la infancia, cuyo eco machadiano respondía, no sólo a la tarea de rescatar el ámbar ilusorio de la edad primera, sino a replicar una idea del tiempo, una medida de lo humano, que aún es muy visible en las ciudades recoletas que amó Machado. Este amor encendido, pues, que expresan los poemas de Cortines, no puede desvincularse de un paisaje, un hogar y unas costumbres, donde la intemporalidad de los amantes toma cuerpo. Una intemporalidad -”y seremos eternos por un tiempo”, resume Cortines, dando abrigo a la profunda paradoja amatoria-, que sabe de su terrible excepcionalidad, parva y tasada. Por otra parte, en el verso de Cortines, a más de esta tranquilidad de la campiña virgiliana, del viejo domus romano ahormado al avatar de Europa, espejea claramente aquello que el Renacimiento extraerá del mundo antiguo, desde Petrarca en adelante. Resuenan aquí, entonces, no sólo la Laura petrarquina y la Beatrice del Dante, cantadas con un amor solemne; resuena, por lo mismo, aquella claridad ordenada, aquella gratitud por los dones del mundo, aquel vasallaje de lo bello, que el Renacimiento creyó entender como distintivo de la Antigüedad, no sin poderosos motivos.

En esta formidable horma de lo antiguo y sus ecos es donde el poeta ha querido revivir a su amada, presente en sus objetos cotidianos. Una amada que ya se confunde con él mismo y que, en cierto modo, son una única y lenta y sobrecogida mirada.

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