Estética de las ruinas
"Roma quanta fuit". Nicole Dacos Trad. Juan Díaz de Atauri. Acantilado. Barcelona, 2014. 344 págs. 24 euros
Esta obra de Nicole Dacos, "Roma quanta fuit". O la invención del paisaje de ruinas, cabría leerla en paralelo con otro magnífico ensayo publicado recientemente: el Laocoonte. Fama y estilo de Salvatore Settis. En ambos estudios se subraya la importancia de los vestigios de la antigua Roma, y de la Antigüedad pagana en general, para la formulación del arte moderno, del siglo XV en adelante. Así, si la escultura del Laocoonte, descubierta en enero de 1506, será de crucial importancia para la futura estética de la Contrarreforma, los frescos y grutescos hallados en la Domus Aurea de Nerón tendrán una notable influencia tanto en la técnica pictórica -la técnica compendiaria, más suelta, esquemática y sencilla que la practicada hasta entonces-, como en los nuevos motivos "grotescos", tan presentes, desde ahí, en el arte de los siguientes siglos.
Sea como fuere, la tesis mantenida por Dacos en este ensayo, y que viene a resumirse en el lienzo de Herman Posthumus, Tempus Edax Rerum (1536), es que el paisaje de ruinas, donde los vestigios paganos aparecen sumidos en una vaga y crepuscular lejanía, es la feliz conjunción del paisajismo flamenco con la nueva estética meridional obrada por el Renacimiento. Para ello, Nicole Dacos acude a la obra de varios pintores flamencos, en cuya ejecutoria romana se sustancia esta confluencia de la medida clásica (y en especial de las innovaciones de Polidoro da Caravaggio) con las profundidades azules de Joachim Patinir. Tales pintores, estudiados aquí con minucia y precisión detectivescas, son Herman Posthumus, Lambert Sustris, Michael Gast, Marten van Heemskerck, Jan Cornelisz Vermeyen y Jan van Scorel, predecesor y maestro de buena parte de ellos, e introductor de la rovine antica en la tradición del norte.
No obstante, lo que se desprende del lienzo de Posthumus, (lienzo que pudimos contemplar en 2011 en la magnífica exposición organizada por el Thyssen, Arquitecturas pintadas), es el nuevo y superior estatus del pintor, extraído de su humilde y resignada artesanía de siglos. Como puede apreciarse en la propia obra, el pintor aparece ya en primer término, midiendo y observando la realidad circundante. A partir de ahí, el prestigio y la relevancia del artista no harán sino acrecentarse. A partir de ahí, el hombre es la medida de todas las cosas. Y ello por una razón, ya explicada por Leonardo en su Tratado: la pintura es "nieta de la naturaleza y pariente de Dios". Vale decir, el pintor del Renacimiento, desde una posición frágil y adventicia, ha pasado a vincularse, literalmente, con la divinidad.
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