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Sevilla/Una ciudad en la cima del mundo... que acaba de iniciar una larga era de decadencia aunque todavía (casi) nadie en ella lo sabe. Es la Sevilla que retratan Alberto Rodríguez y Rafael Cobos en La Peste, la gran apuesta de producción nacional de Movistar Plus para esta temporada, cuya primera temporada (está confirmado el rodaje de al menos otra más) estará desde este viernes disponible (entera: seis episodios de unos 50 minutos de duración cada uno) en la modalidad bajo demanda.
La presentación de la serie a finales del pasado septiembre en el Festival de Cine de San Sebastián, donde por primera vez se proyectaba una producción concebida expresamente para la televisión, se saldó con un mar de alabanzas. Ayer, los dos primeros episodios de la serie se vieron ya también en Sevilla, en un pase para la prensa al que seguirá hoy una previsiblemente abarrotada rueda de prensa de los responsables de la producción en el Ayuntamiento, cuya preciosa Sala Capitular Baja, por cierto, aparece en la serie, junto con la Casa de Pilatos, las inmediaciones de la Catedral o unas Atarazanas reconvertidas en cárcel, tan sólo cuatro de las 130 localizaciones usadas de Sevilla y alrededores. El despliegue promocional, diseñado al milímetro, y al que se ha sumado el Ayuntamiento llenando las farolas del centro y la Alameda de ratas (falsas), está a la altura de la envergadura de una producción con un presupuesto de 10 millones de euros y en la que han participado 400 personas.
A falta de conocer cómo se desarrollan y resuelven las tramas y los personajes que empiezan a desplegarse en los dos primeros episodios, La Peste, con guión de Cobos y Fran Araújo, dirigida por Rodríguez y Paco Baños (encargado del cuarto y el quinto) y con música del cómplice habitual Julio de la Rosa, da todo lo que suele prometer una historia del tándem sevillano responsable de Grupo 7 o La Isla Mínima: un thriller rodado con la solvencia que ya es marca de la casa, con nervio y acción pero centrado en última instancia en el retrato de personajes. Esta vez el gran reclamo es, claro, esa inmersión en la Sevilla de la segunda mitad del siglo XVI, que la serie recrea con el juego de luces y sombras propio de un tiempo en el que coexistieron la enorme riqueza de una metrópoli en el centro del mundo, enriquecida con el oro y la plata que llegaba de las Indias, y el bullicio y la suciedad de quienes llegaban de todas partes en busca de mejor fortuna y sólo encontraban hambrunas, inundaciones, hacinamiento y unas vidas miserables como pícaros, ladrones, prostitutas o bandas delincuentes de niños entre murillescos y dickensianos.
Un universo de contrastes -de represión pública y hedonismo privado, de misticismo y caos, de conventos y burdeles- que se manifiesta visualmente en tonos sombríos y en el que se tendrá que desenvolver un ex militar (Pablo Molinero) que, pese a estar perseguido y condenado a muerte por la Inquisición por imprimir libros prohibidos, vuelve a Sevilla para buscar al hijo de un amigo fallecido y hacerse cargo de él. Para cuando llega, una epidemia de peste negra, que los poderosos se afanan en ocultar para no ver dañados sus intereses comerciales, ha empezado ya a causar estragos difíciles de esconder. Y para rematar la situación de descontrol, las autoridades se verán en jaque tras una serie de crímenes de supuesta inspiración diabólica.
A él le tocará investigar estos siniestros sucesos -a cambio del perdón de su condena por parte del ambiguo Gran Inquisidor (Manolo Solo)-. Y entretanto se topará con un viejo amigo enriquecido a base de oscuros trapicheos (Paco León), con una rica viuda que en secreto pinta y firma sus cuadros de gran talento como si fuera un hombre (Patricia López Arnaiz), o con el hijo (Sergio Castellanos) del amigo muerto, acostumbrado a sobrevivir en los rincones más sórdidos de la ciudad... Vidas cruzadas en una Sevilla de arrabales hediondos y calles populosas en las que, entre el griterío y el mercadeo, la aventura definitiva consiste en sobrevivir.
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