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Una odisea bajo las bombas
Crítica 'Interstellar'
Interstellar. Ciencia ficción, EEUU, 2014, 169 min. Dirección: Christopher Nolan. Guión: Christopher Nolan, Jonathan Nolan. Fotografía: Hoyte Van Hoytema. Música: Hans Zimmer. Intérpretes: Matthew McConaughey, Anne Hathaway, Jessica Chastain, Michael Caine, Casey Affleck.
Christopher Nolan tiene un problema: su talento visual, aun siendo muy grande, no se corresponde con sus aspiraciones intelectuales, científicas, físicas, metafísicas, trágicas o lo que sea. Eso le lleva a matar mosquitos a cañonazos. Le sucede como a esos oradores que creen que les basta su poderoso tono de voz y su dicción impecable para dar interés y profundidad a un discurso. Memento, Insomnia y, sobre todo, El truco final, la más normal, son sugestivas. Los Batman son fatigosos por su manía de hinchar un héroe de cómic hasta proporciones trágicas y wagnerianas. Origen es tan fascinante visualmente como pretenciosa.
Cuando se deja de monsergas científico-filosóficas, Interstellar funciona admirablemente, asombra y hasta sobrecoge por la arrolladora potencia de sus imágenes. Su primer acto es una rara y muy inteligente combinación entre John Steinbeck y Stephen King, entre El viento de Sjöström y El pan nuestro de cada día de Vidor: traslada al futuro, y con efectos mucho más devastadores, las tormentas de arena (Dust Bowl) que asolaron las grandes praderas americanas en los años 30. Este equilibrio entre emoción y potencia visual no decae mientras la acción se centra en esta tierra desolada; en parte gracias al talento de Nolan (que no ha ignorado tampoco a los grandes fotógrafos de la Depresión del 29 como Dorothea Lange o Walker Evans) y en parte gracias a los talentos de Michael Caine o de Mackenzie Foy, Jessica Chastain (sobre todo) y Ellen Burstyn interpretando el mismo personaje a través del tiempo. El momento más emocionante (con un cierto aire a Solaris de Tarkovski) se produce cuando el protagonista toma conciencia de que lo más importante es lo que ha sacrificado durante su corta (en el espacio) y larga (en la Tierra) ausencia: el amor. Al final el mensaje de Interstellar tras 169 minutos y mucha farfolla científica es simple: lo que el mundo necesita es amor. A los Beatles les bastaron 3 minutos y 47 segundos para decirlo.
La aventura espacial es visualmente brillante, técnicamente perfecta y muy espectacular. Pero le sobran explicaciones. La idea inspiradora del científico Kip Thorne debía haberse traducido en imágenes, como hizo Kubrick en 2001: Una odisea del espacio al convertir El centinela de Arthur C. Clarke en puras imágenes casi sin diálogos. La base argumental -una humanidad agonizante busca un planeta que asegure su supervivencia enviando una misión que viajará a través de un agujero espacio-temporal- hubiera podido desarrollarse a través de las potentes y asombrosas imágenes de la película sin recurrir a tanta locuacidad new age y tanta explicación científica que al final, dada la complejidad de la cuestión, sigue sin entenderse. El arte tiene la capacidad de transmitir emocionalmente contenidos complejos sin necesidad de explicarlos. No hacía falta tanta palabrería. Bastaban las impresionantes imágenes y los largos silencios del espacio. Quizá a Nolan le preocupó distanciarse demasiado del superespectáculo, obligado a hacer un taquillazo para amortizar el enorme presupuesto que ha exigido la unión de tres grandes estudios. Quizá haya querido mezclar 2001, Solaris y El árbol de la vida sin correr los riesgos que Kubrick, Tarkovski y Malick corrieron. Quizá, tras asumir el riesgo de fundir melodrama familiar y western (porque mucho de él hay en esta historia de pioneros en busca de una nueva promise land), ciencia ficción de autor y colosal a lo Spielberg (quien en principio iba a dirigir este proyecto), épica y metafísica o ciencia y poesía, ha querido lograr el imposible de fundir también el blockbuster con la pura creación.
Hay quien ha comparado esta película con 2001: Una odisea del espacio. Craso error. No sólo por el abismo de genio que las separa, sino sobre todo por la renuncia de la obra maestra de Kubrick a la palabra en favor de la imagen, lo que la hace infinitamente interpretable y sugestiva, mientras que la verborrea científica de Interstellar intenta cerrarla. Nada gana con ello la estupenda película espectacular y comercial que es. Y mucho pierde la obra maestra que hubiera podido ser.
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