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"En España nos faltan huevos para contar el presente"

Jesús Ruiz Mantilla. Periodista y escritor

El autor 'enfrenta' en su novela 'Hotel Transición' el día a día actual con los cambios que llevaron al país de la dictadura a la democracia.

El periodista y escritor Jesús Ruiz Mantilla, el pasado miércoles en Sevilla.
Francisco Camero

30 de octubre 2016 - 05:00

"Quería ver de dónde veníamos, reflexionar sobre por qué somos como somos y detenerme a comprender a dónde hemos llegado", dice Jesús Ruiz Mantilla (Santander, 1965) sobre el germen de Hotel Transición (Alianza), la obra por la que ganó la última edición del Premio Unicaja de Novela Fernando Quiñones. "Pero luego la historia fue creciendo", explica el autor, periodista cultural de largo recorrido en El País. "Mi intención era hacer una novela testimonial sobre un niño que crece en un hotel y cuya infancia y adolescencia transcurren en paralelo al cambio de la dictadura a la democracia. Pero la realidad es caprichosa, y cómplice a veces, y mientras escribía murió Suárez, abdicó el Rey, se resquebrajó la partitocracia... Por eso introduje en la novela dos planos: el pasado y el presente más urgente". Dos planos y también dos registros, ambos con gran poso autobiográfico: el inocente y asombrado del niño que crece rodeado de adultos singulares en un relato en tonos sepia o, como se diría hoy, con aire vintage, y el autoconsciente, mordaz y a veces desengañado del niño que es ya un hombre adulto y va comentando -o discutiendo con- su propia narración.

-El paso de los años ha fijado una imagen de España durante la Transición: un país feliz, ilusionado, con ansia de libertad, con ánimo festivo. Usted muestra en la novela una gama mucho más amplia, se olvida a veces la magnitud de las fuerzas que se oponían al cambio o que, sin desear otra dictadura, lo temían...

-Sí, este país en la época de la Transición se movía entre una gran ilusión y una gran cautela, no diría miedo, pero cautela sin duda. Pero la ilusión fue tan grande que la tensión aflojó, y llegó a ser enorme: los muertos, las amenazas, los golpes de Estado, las fuerzas oscuras que frenaban el cambio... Y a pesar de todo fue un éxito colectivo. Lo que me resulta difícil es definir el estado de ánimo de ahora. Sí sé que el narrador de la novela lo ve todo más oscuro que yo. En esta época, que no me atrevería a llamar segunda transición porque no ha habido fuerza suficiente, a la vista está que vamos a tener el mismo Gobierno, andamos ciclotímicos, entre el desánimo y la esperanza. Pero creo que deberíamos tener un buen sabor de boca.

-¿No es eso extraordinariamente difícil últimamente?

-Vayamos al contexto europeo. En otros países se han despertado las fuerzas más oscuras y el descontento se ha canalizado en un regreso del fascismo, porque eso es lo que es, directamente. Esto no ha ocurrido en España, y a mí me enorgullece y me da esperanza. Hasta la fecha hemos sufrido el atentado con más muertos de golpe en Europa, y eso, a diferencia de lo que ha ocurrido en Francia, no se tradujo en una reacción xenófoba generalizada, ni por asomo. Hay descontento y se expresa, lógico, pero, unos más, otros menos, respetando las reglas. O mira el País Vasco: el dolor de cabeza más recurrente de la democracia durante tantos años ahora es una especie de bálsamo de sentido común. Lo que tiene de malo ya lo conocemos, pero este país nunca deja de sorprenderme. Para bien.

-¿Entonces qué pasa, somos demasiado duros con nosotros mismos? ¿Le echamos la culpa al famoso fatalismo nacional?

-Yo creo que somos demasiado... a lo mejor la palabra no es exigentes, pero sí cenizos. Somos cenizos. Con nosotros mismos. Vuelvo a lo de antes: comparemos con lo que hay alrededor. A mí me salen las cuentas, por decirlo así.

-Volvamos entonces a la Transición. Usted la acaba de calificar como un "éxito colectivo", así que doy por hecho que no está de acuerdo con quienes últimamente encuentran en aquella época el origen de todos los problemas de hoy. Pero ¿se hizo algo mal, se dejó algo a medio resolver...?

-Vale, sí, en esto hay que ser autocríticos. Yo obviamente no creo en esa idea de la bajada de pantalones ni en ese concepto de Podemos, "Régimen de la Transición", que me parece hasta siniestro, pero, aun estando convencido de que la Transición fue ejemplar en su construcción del tronco de un Estado democrático, sí pienso que hubo demasiada permisividad con ciertas cosas. No se fue lo suficientemente duro con lo que hoy se ha convertido en una gangrena: la corrupción. De ese mal tuvieron la culpa los de arriba, incluso el mismo Suárez, como si se hubieran puesto todos de acuerdo para decir: oye, hemos traído la democracia, ahora tampoco nos examinéis en exceso. O el Rey, que siempre tuvo compañías muy poco deseables. Está claro que es necesaria una reforma muy radical del edificio de la Constitución.

-La novela tiene también una dimensión más íntima. Los escritores suelen decir que escriben para descubrir mientras lo hacen lo que tienen que decir, ¿qué ha aprendido usted escribiendo esta novela?

-Yo no escribo para aprender cosas sobre mí, sino para conocer mejor el mundo. Para mí lo principal y lo innegociable no son las conclusiones a las que llegue una historia, sino los personajes. Me preocupan mucho más que la forma o el estilo. Quiero personajes que agarren al lector desde la primera página y no lo suelten. Por eso, entre otras razones, soy tan fan de las series de televisión como forma de arte moderna.

-Es muy significativo el contraste en la novela entre la parte del pasado, donde tienen más peso la música y la literatura, y la del presente, donde hay una presencia constante de las series...

-Las sigo con gusto. Me fascina ese momento en el que unos pocos creadores deciden dar un salto y no hacer ya un espectáculo o un mero entretenimiento, sino una obra de arte en televisión. Por eso está recogido en la novela, como una especie de deuda sentimental pero también como una reivindicación de que gran parte de la literatura actual la están haciendo esos creadores en sus tramas, con sus personajes, con esas estructuras de complejidad impresionante, por ejemplo The Wire. ¿Dónde está la Gran Novela Americana de los Estados Unidos de hoy? Es The Wire. ¿Y cuál es el Quijote de los americanos? Yo lo tengo clarísimo: El padrino, la trilogía audiovisual, no la novela. Pese a que allí escriben autores como Philip Roth, si consideramos cuestiones como el impacto colectivo, las series han ocupado el espacio que antes tenía la literatura.

-¿Y en España? ¿Quién o qué arte está contando mejor el aire de los tiempos en el país?

-Ya que estamos en Sevilla: ahora estoy preparando un artículo para la Revista de Occidente donde reivindico a Chaves Nogales como el mejor escritor europeo del siglo XX en España. Era un genio, y nunca uso esta palabra gratuitamente, creó el nuevo periodismo 30 años antes que Truman Capote, pero como era españolito, republicano y además demócrata... Pero me preguntabas por el presente. Hay cuatro grandes escritores que me interesan: Álvaro Pombo, Javier Cercas, Antonio Muñoz Molina y Javier Marías.

-Al margen de la Anatomía de un instante de Cercas que usted considera la gran obra sobre la Transición, ¿cómo se han contado a su juicio aquellos tiempos en la literatura española?

-Con lentitud, como siempre. Otra cosa que me fascina de los americanos es cómo las cogen al vuelo. Philip Roth clavó la época Clinton en La mancha humana y en Sale el espectro igual, pero con la de Bush. ¿Hace falta distancia? Bueno... El talento a veces le gana la partida a la distancia. Lo que falta son huevos. ¿O acaso voy a tener que esperar yo que pasen 20 años para que me cuenten qué es Podemos, por ejemplo? No, hombre, vamos a contarlo ahora. Sí, creo que faltan huevos para contar el presente. Pero bueno, aquí estamos para intentarlo.

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