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"Escribir sobre sueños es como hacerlo de sexo: muy difícil"

rodrigo fresán. escritor

El argentino publica 'La parte soñada', otro ambicioso proyecto narrativo. "Mis libros", dice, "son un intento de asumirme como un autor extraterrestre".

Rodrigo Fresán explora los sueños, "la última experiencia sobrenatural que nos queda". / José Ángel García
Braulio Ortiz

28 de marzo 2017 - 06:00

"Nadie sabe muy bien de dónde vienen, y adónde van y para qué sirven los sueños. Podría afirmarse -con igual convencimiento- que los sueños son en realidad los pensamientos de los ángeles de la guarda. Y nadie podría discutirlo: porque si los sueños existen por qué no pueden existir los ángeles que los sueñan". Rodrigo Fresán (Buenos Aires, 1963) elige como tema de su nueva novela, La parte soñada (Random House), uno de los enigmas más indescifrables de la condición humana, el mundo de los sueños. El autor que maravilló a legiones de admiradores con Historia argentina o Jardines de Kensington mantiene su extraordinaria ambición en una propuesta libérrima e impredecible, una suerte de prolongación -cuya acción transcurre al mismo tiempo- de su anterior libro, La parte inventada. "Todos mis libros", reconoce en una entrevista a este periódico, cuando el autor se encontraba de promoción con el Centro Andaluz de las Letras, "son un intento infructuoso por asumirme como escritor extraterrestre. Y yo creo que me voy acercando".

-Los sueños, se dice en el libro, han quedado como el último territorio ignoto después de que el hombre renunciara a los dioses y a los mitos.

-Sí, los sueños son la última experiencia sobrenatural que nos queda. Para muchos freudianos debe de haber sido un drama el hecho de que muchos de los avances en el estudio del cerebro hayan ido derrocando la gran potencia lírica que tenían las teorías freudianas. A mí me gusta la idea de que estas teorías vuelvan a ser literatura. Nabokov, que desconfiaba mucho de Freud como científico, no podía negar que era un gran escritor de ficciones.

-La primera parte del libro transcurre en una enigmática institución dedicada a la investigación de los sueños, el Onirium. En la realidad, ¿qué esfuerzos dedica la ciencia a la materia?

-Lo que se investiga en realidad es el cerebro, la actividad cerebral; no sé si estudiar los sueños tendría alguna utilidad. En el primer tramo del libro planteo una especie de ficción científica donde lo que se busca es el aprovechamiento del tiempo de los sueños, organizándolos y volviéndolos lógicos, y eso sale mal, genera una suerte de peste donde la gente ya no sueña y empieza a enloquecer. Porque soñar tiene una parte de purga, de limpieza, como cuando arrastras archivos hasta la papelera de tu ordenador.

-¿Qué hay de cierto en esa idea que se expone en la obra, que dice que la falta de sueños repercute en la pérdida de memoria?

-No sólo repercute en la pérdida de la memoria, sino que empiezas a generar recuerdos que no existieron. En realidad, son mundos que están muy ligados, porque cuando recuerdas un sueño estás intentando recomponer algo que no tienes muy claro. Es algo que dice Borges, que cuando uno cuenta un sueño está contando la memoria de un sueño, no el sueño tal cual fue, porque el tiempo de un sueño es muy raro. Hay algo muy extraño en ellos, porque mientras duermes piensas que han pasado cuatro días pero en la realidad han transcurrido dos minutos.

-El narrador asegura que "no hay nada menos onírico que el surrealismo". ¿Está de acuerdo?

-El surrealismo como representación del sueño no me interesa para nada. La aportación de Dalí a la película de Hitchcock [en la película Recuerda] es demasiado obvia, no tiene fuerza. En la literatura y en el cine, ocurre con el tratamiento de los sueños como con el del sexo: resulta complicado que funcione. Cuando tienes que sentarte a escribir, y lo que tienes que contar es un sueño, estás en problemas.

-Sin embargo, el libro sí defiende que en la obra de David Lynch las cosas "sí suceden de manera onírica".

-Es que David Lynch descubrió una cosa muy interesante, y es que nunca te muestra al soñador. En sus películas no hay alguien que empieza a soñar ni que se despierta. Con Lynch yo he sentido una inquietud muy pronunciada, un miedo casi atávico, irrracional, sin que sepa por qué. Es un gran artista de la vigilia dormida, o del sueño despierto.

-En la segunda parte tiene gran importancia la familia Brontë y especialmente Cumbres borrascosas, "un libro tóxico y con alto poder de contagio".

-Lynch podría hacer una adaptación maravillosa de ese libro. Estamos ante una novela que, es curioso, por el tema y el tono ya resultaba antigua en la fecha en la que aparece, y sin embargo anticipa muchas de las cosas que vendrán después. Todo lo que hicieron las hermanas Brontë es fascinante. A mí me gusta mucho Jane Eyre, pero también otro libro de Charlotte que se llama Villette, y las dos novelas protofeministas de Anne [La inquilina de Wildfell y Agnes Grey]. Lo interesante de Cumbres borrascosas es que puede verse no tanto como una novela de vampiros como de vampirizados: el vampiro pasó, los mordió a todos y los dejó allí. Y tiene algo de La casa de Bernarda Alba, con todos encerrados en una casa. En La parte soñada hago un chiste privado porque le pongo a un personajeel nombre de Bernadette Dawn, que traducido sonaría como la madre de la obra de Lorca. Me encanta hacer esa cantidad de guiños y bromas que luego a todo el mundo se le escapan [ríe]. Esa es mi parte nabokoviana.

-Por cierto, habría sido maravilloso que Nabokov y Hitchcock hubiesen llevado a cabo ese proyecto al que se alude en el libro.

-Sí, el del astronauta enamorado. Habría sido genial.

-En la novelahabla de nuevo de 2001, una odisea en el espacio, la cinta de Stanley Kubrick, de la que destaca su escritura "no-narrativa y no-lineal". Da la impresión de que es un proyecto que le marcó como espectador, y que le enseñó que otros modos de contar eran posibles.

-Tanto en este libro como en todos los míos están ciertas constantes, que pueden ser el Sgt. Pepper's de los Beatles, 2001, ciertos escritores para mí inevitables, como Proust, Cheever, Vonnegut... y en este libro muy especialmente Vladimir Nabokov. El protagonista de esta obra, que es protagonista también de la anterior, no soy yo, pero tenemos los mismos gustos, aunque tengamos disgustos diferentes. Yo vi 2001 con unos cinco años, ya me gustaba mucho el cine de ciencia-ficción, y para mí fue una experiencia muy reveladora. Todo el cine que había visto hasta entonces era claro, sencillo, en él todo se cerraba. Recuerdo salir de la proyección pensando: Ah, pero también se pueden hacer así las cosas. Y ahí me quedé y ahí sigo, para desgracia de algunos lectores [ríe].

-Su protagonista, ese escritor que ya no ejerce, le sirve para reflexionar sobre el oficio.

-Es lo que más me interesa y lo único de lo que sé algo, después de tantos años como escritor practicante. Y al respecto no tengo certezas, pero sí algunas convicciones. Y esas ideas no son las tablas de la ley sino algunas indicaciones para saber encender la linterna cuando, digamos, camino por las habitaciones oscuras de mi casa.

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