Ernestina de Champourcin, una escritora inclasificable
La Casa de la Provincia reivindica la calidad poética de la autora, eclipsada por sus compañeros de la Generación del 27
Cernuda, Aleixandre y Alberti le enviaban sus poemarios y aguardaban expectantes su juicio, conscientes de que la suya era una de las voces más capacitadas en el panorama literario anterior a la guerra. Una vez que empezó la contienda, se exilió por su adhesión a la República en México, pero allí cultivó una poesía religiosa que, paradójicamente, habría encajado en los cánones del régimen franquista. La vida de Ernestina de Champourcin (Vitoria, 1905-Madrid, 1999) está llena de giros y de contradicciones que revelan la altura intelectual de esta creadora contracorriente, cuyo talento quedó oscurecido por el prestigio de sus compañeros de generación.
La Casa de la Provincia se acerca, hasta el día 17, a la biografía de esta mujer mediante una muestra que recoge fotografías, manuscritos y objetos personales, entre ellos una tarjeta de Juan Ramón Jiménez y cartas de Gerardo Diego, Dámaso Alonso y Luis Cernuda. La exposición fue inaugurada ayer con la presencia de la profesora de la Universidad de Navarra Rosa Fernández Urtasun y la sobrina de la escritora, Belén Klecker Michels de Champourcin.
Urtasun confesó el deslumbramiento que sintió cuando descubrió, a través del contacto con sus documentos, la magnética personalidad de esta mujer a la que el paso del tiempo no había hecho justicia. "Fue una sorpresa darme cuenta de que, en los años anteriores a la guerra, una mujer había tenido un papel tan importante", admitió la investigadora.
Aunque las convenciones sociales le impidieron estudiar en la Universidad, Champourcin pudo intervenir en el debate cultural desde su compromiso con el Liceo Femenino y desde las diferentes revistas con las que colaboró. Libros como En silencio y La voz en el viento revelan en esta primera etapa su maestría para el verso.
Su matrimonio con Juan José Domenchina, secretario de Azaña, hizo que Champourcin se exiliara en México, un país del que "guardaba un recuerdo maravilloso" según su sobrina. Tras un prolongado silencio autorial, publica en 1952 Presencia a oscuras, en el que se advierte una auténtica conversión religiosa fruto de una crisis espiritual. Champourcin, que ya tuvo en su contra ser la única mujer de la Generación del 27, vuelve a salir desfavorecida por el azar: la lejanía impide que en España se aprecie su obra. "Es una poesía que aquí habría gustado, pero que venía de una persona exiliada", apunta Urtasun, para quien Champourcin fue siempre "una escritora de difícil adscripción".
En 1972, tiempo después de la muerte de su marido, que fallece en 1959, Champourcin regresa a España. En su vejez continúa entregada a la poesía -siguió escribiendo hasta los 91 años- y a la religión, y empieza a ver, a través de diferentes reconocimientos, cómo su obra empieza a calar entre los especialistas y a ser reivindicada. Su sobrina evoca a la autora como "una persona menuda, con unos ojos chispeantes, delgada, nerviosa y enamorada del lenguaje". Un amor por la palabra del que, ahora, queda constancia en las poesías que adornan las paredes de esta muestra.
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